Rstauraron hace
poco la Torre del Oro. Como tantas cosas que
hace con la mano izquierda sin que se entere
la derecha (ni la derechona), buena parte de
esas obras las pagó la Real Maestranza de
Caballería, me parece que ya en la vigente y
muy efectiva tenencia de don Alfonso
Guajardo-Fajardo y Alarcón. (Inciso sobre
una etimología popular. En sevillano de los
barrios, Maestranza se pronuncia «Majestranza».
No anda descaminada la fonética del pueblo.
Como sabe que el Hermano Mayor es Su
Majestad el Rey, nada más lógico que la
Maestranza sea la «Majestranza»: de
Majestad, no de maestrar.)
La restauración de la Torre
del Oro está tan bien hecha... que no parece
que la han restaurado. (Espero que la del
Gran Poder sea algo así, que no se note.)
Las restauraciones nos tienen acostumbrados
a la lamentable pérdida de lo que las
últimas generaciones han contemplado. El
restaurador piensa que el monumento ha de
ser dejado no como lo conocieron nuestros
padres y abuelos o nosotros de niños, sino
como lo contemplaron los sevillanos del
siglo XVIII. Y el resultado es que al
monumento toqueteado no lo conoce nadie. En
la Torre del Oro se corría el riesgo del
cupulín...
-¿Qué ha dicho El Cupulín
sobre la restauración?
No, El Cupulín no ha dicho
nada. Me refiero al cupulín con minúscula,
al de la torre, no a quien las generaciones
estudiantes de Historia conocen como El
Cupulín. El riesgo del cupulín de la Torre
del Oro, el que con sus vidriados barros le
da nombre según la leyenda, es que el
arquitecto de turno decidiera derribarlo,
para dejar a la fortaleza ribereña en su
estado primigenio. La Torre así,
ciertamente, estaría como la conocieron los
sevillanos del Siglo de Oro. Pero en el
presente Siglo de Oro del Que Cagó el Moro
no la conocería nadie.
Las arquitectas
restauradoras, Cristina Borrero y María
Caballo, no han cometido el pecado
profesional de la soberbia y no han puesto
allí ninguna huella visible de su actuación,
más que su buen gusto. (Si Consuegra
restaurara cuadros y le dieran, un poner,
Las Meninas para que se hartara con ellas,
en plan San Telmo, seguro que les pintaban
barbas y bigotes, y nos diría que Velázquez
se equivocó, que en realidad quería pintar
las Mujeres Barbudas, y que ha devuelto la
obra a lo que debió ser.)
Y en esa torre de las coplas
y los romances, una novedad digna de elogio:
ha vuelto a ondear la bandera de España. Y
sin necesidad de que juegue al pie de la
torre la selección nacional de fútbol, que
tiene más mérito. No sé si saben que la
Torre del Oro es una dependencia de la
Armada, que se mantiene su Museo Naval. La
antigua torre albarrana es como un buque de
guerra varado en la Historia de Sevilla. Y
su conservador, el capitán de navío don José
López de Sagredo, ha repuesto junto a las
almenas el mástil que se había perdido en la
restauración e izado allí la bandera de
España, para la que corren tan malos
vientos. Con la bandera al aire de Sevilla,
la Torre del Oro es más navío de piedra que
nunca. Como un buque histórico de la flota
del Almirante Bonifaz que acabara de romper
las cadenas del Uad El Kebir de los moros.
Y más histórica sería aún si
el señor López de Sagredo, como confío,
restaura también la marinera costumbre que
había, de izar en su mástil el muy marinero
Torrotito de Proa o bandera de tajamar, los
domingos y días de fiesta, y en las grandes
solemnidades de la ciudad. En los buques de
guerra, en ocasiones de engalanado, se iza a
proa, en el bauprés, este torrotito, que es
una bandera cuartelada, que lleva en sus
cuatro cuarteles las viejas armas de
Castilla, León, Aragón y Navarra. Quizá
recuerden esa bandera histórica, tan
Castilla, tan fernandina, ondeando en la
Torre del Oro. Las armas de Castilla y de
León en el lugar mismo donde en 1248 se
fundó la Marina tienen un valor histórico
que estoy seguro los caballeros de la Armada
sabrán recuperar y restaurar en todo su
significado y grandeza patria.