Miren la fecha
de hoy en esta página: 18/7/2006. «¿Y qué,
qué pasa hoy?», puede que responda usted.
Al revés de lo que dicen los ministros:
«Me alegra que me dé esa respuesta». La
mejor señal de la total superación del
pasado más negro. Si a muchos sevillanos
la fecha de hoy no les dice nada, a pesar
de la manipulación interesada, sesgada y
sectaria de la mal llamada Memoria
Histórica, prueba que estamos en una
nación que ha superado las heridas
cainitas del pasado y hasta el reinventado
odio del presente. Hoy, hace 70 años, hubo
bando de guerra, tiros en la Plaza Nueva,
cañonazos contra el Hotel Inglaterra,
barricadas en San Julián y San Marcos,
bravatas por Radio Sevilla, asesinatos de
gente de orden en Triana, iglesias
ardiendo (repito, quema de templos),
fusilamiento de autoridades del Frente
Popular. Miedo. Dolor. Muerte. Hoy, hace
70 años, Queipo se sublevó en Sevilla (que
Franco vendría mucho después, a Yanduri y
en agosto) y empezó la gran tragedia de la
guerra civil. Que a pesar de lo mucho que
están paseando víctimas («sólo a las del
bando republicano, que para eso estamos en
el año de la memoria histórica», como
escribía ayer Alvaro Ybarra en su Carta
del Director), casi nadie del común, más
que TVE y los profesionales de la
tricolor, se acuerde hoy de aquel incivil
18 de julio es un síntoma de salud social.
Por no acordarse, ni los nietos recuerdan
que sus abuelos, los «productores» de
Girón, cobraban tal día como hoy, en los
XXV Años de Paz de Franco, la paga del 18
de julio e iban felices a gastársela en
macetones de cerveza y papelones de
pescada en la terraza de Baturones.
Salvo la tarea de zapa de
los profesionales del resentimiento y de
la reescritura de la Historia con tinta de
odio, el 18 de julio tenía desde la
Constitución de 1978 el reconciliador
olvido. Se habían impuesto las palabras de
Azaña, «Paz, piedad, perdón», en la
terrible Sevilla de aquel lejano día de
calor, cuando había tiros, sangre,
milicianos muertos dentro de un coche en
la Plaza de San Francisco, barricadas,
militares fusilados, cadáveres por las
calles, iglesias quemadas, imágenes
cofradieras calcinadas, y voluntarios que
se tiraban de espontáneos al triste ruedo
ibérico. Los nuevos sevillanos no saben lo
que pasó aquel día de julio y nadie quiere
recordar toda la verdad: por ejemplo, que
si no quemaron a la Esperanza, siendo la
Macarena como era, fue porque la habían
escondido.
Sevilla necesitaría un
libro desmitificador sobre el 18 de Julio,
como los que ya existen sobre los mitos de
la guerra. Un estudio que con rigor y
valentía eche por tierra tantos tópicos de
ambos bandos. Hay que rescatar la verdad
del Ayuntamiento republicano que le pone
una calle a Sor Angela de la Cruz. O del
título de Hijo Predilecto de Sevilla a don
Manuel Giménez Fernández, concedido por
ese Ayuntamiento y luego revocado.
Cualquiera puede pensar, tópico en mano:
ah, claro, Giménez Fernández, ministro de
Agricultura republicano, autor de la
Reforma Agraria, hombre fuerte de la CEDA,
¡ya está!: ese título se lo dio la
República, pero se lo quitó Franco. Pues
no: se lo quitó la Sevilla del Frente
Popular, el ayuntamiento de Horacio
Hermoso, luego lamentablemente fusilado.
No sabemos nada de la Sevilla
contemporánea y nos cuentan ahora con odio
media verdad. La Sevilla de la II
República y del Alzamiento no fue lo que
nos dejó escrito bien la crueldad de los
vencedores, bien ese revanchismo de los
perdedores que se prolonga hasta nuestros
tristes días de exhumación del odio. No
fue así. Una cosa era la utópica Sevilla
republicana burguesa, con Martínez Barrio
en la izquierda e Isacio Contreras en la
derecha, y otra muy distinta el
proletariado revolucionario, por culpa de
los cuales el siglo XX no comenzó en
Sevilla en verdad hasta 1975. Aquella
burguesía republicana, como la quema de
conventos por los partidos proletarios
marxistas y anarquistas, sufre ahora la
manipulación interesada de esa Amnesia
sesgada que llaman Memoria Histórica, en
la que nadie se atreve a decir que el 18
de julio ardieron muchas iglesias
sevillanas con Vírgenes y Cristos
cofradieros dentro.