España ganó a
Pemán un añito antes de perder Cuba,
Filipinas y Puerto Rico; fue la única
compensación que tuvo para Cádiz la
pérdida de las colonias. Este «niño del
98», como un segundo Hércules Fundator,
construyó él solito toda una teoría
literaria de España, de Andalucía, de
Cádiz, del liberalismo, de la Monarquía,
de los clásicos grecolatinos y del
cachondeíto fino como la mejor forma de
tomar las cosas en serio. Don José, Tío
José María, padre espiritual de todos
los que en España nos dedicamos al
artículo de periódico, por más que
algunos renieguen de su encaste, estaba
sobrado en todo. Pemán escribió tanto...
que escribió demasiado. En un país de
flojos era demasiado trabajador, y eso
aquí no se perdona. Don José era
demasiadas cosas juntas como para que
sus contemporáneos lo perdonaran. Era
inteligente, brillante, rico por su
casa, ganaba el dinero con el teatro,
con cuyas regalías se hizo en la plaza
de San Antonio la casa a la que la guasa
gaditana le puso «El castillo de
Xavier», por los derechos de «El Divino
Impaciente». Era ocurrente, culto,
simpático, dotado por Dios de una
facilidad pasmosa para escribir,
conversar, improvisar, acertar, y,
encima, trabajador. Pemán era todas esas
cosas que en España sólo te perdonan
cuando se enteran de que tienes un
cáncer. El caso es que en España la
gente, cuando se muere, logra la
absolución general de todos sus éxitos y
aciertos. Pero a Pemán no se le ha
perdonado que fuese Pemán ni en su tumba
de la Catedral gaditana, junto a Falla;
es un anti-Cid que sigue perdiendo
batallas a los veinticinco años después
de muerto.
Quizá el peor enemigo de
Pemán fuera el propio Pemán. El Pemán
autor teatral es el peor enemigo del
Pemán poeta. El Pemán poeta es el peor
enemigo del Pemán orador. El Pemán
orador es el peor enemigo del Pemán
ensayista. Y el que salía perdiendo a la
larga era Don José, que, además, tenía
un enemigo supremo: el articulista
perfecto. Escribir aquellos artículos
tan redondos y tan bien rematados ya era
difícil de perdonar en esta España de
las envidias, pero no quiero ni contarle
si, encima, el autor de aquellos
artículos era el mismo que había escrito
«Los tres etcéteras de Don Simón»,
«Cuando las Cortes de Cádiz», o incluso
la letra del himno de la Armada. Con
tanto ingenio y tan sobrado, a Pemán
tenía que caerle la perpetua, y le
cayó... Y además, alardeando de hacerlo
todo sencillo, ahora que está de moda
hacerlo todo lo más complicado posible.
Pemán hacía divinamente lo que tenía que
hacer y eso no se perdona. Y menos que,
encima, no le diera la menor importancia
y se pasara la vida sirviendo a España y
al Rey.
Y la flor de sus
artículos. Pemán, que todo lo hacía
bien, plumeaba los artículos clásicos y
perfectos. Ambos conceptos según la
estética de Rafael el Gallo: «Clásico es
lo que no se pué hacé mejó» y «Perfecto
es lo que está bien arrematao». Un mundo
entero, la Historia, el pensamiento
contemporáneo más el golpe de una copla
carnavalesca le cabían a Pemán en cada
artículo, en aquellas Terceras de ABC en
las que, por suprema modestia, cuando
encontraba un hallazgo genial tenía la
suprema humildad de adjudicársela al
Séneca, a su querido Fernando el de la
jerezana Viña del Cerro. El Séneca era
el paño de humildad que Pemán le ponía
al púlpito de sus artículos, llenos de
filosofía. En los que, como en una
copla, cabía la vida, cabía la calle,
cabía Kant, cabía Aristóteles, cabía
Gracián, cabía la Enciclopedia
Francesa... y hasta el «Juan Sebastián
Elcano» con todo el trapo largado.
Memoria de un tiempo,
gracia de una donosura literaria única,
tardará mucho tiempo en nacer, si es que
nace, un maestro del artículo literario
como este Hércules fundador del género,
el Pemán escritor de periódicos,
verdadero Larra del siglo XX con acento
gaditano y con la gracia inigualable de
la Cuna de la Libertad.