LO han dicho
hasta los señores obispos. Algunos, con palabras tan
hermosas como don Juan de Río, el de Jerez, obispalía
necesariamente de arte. Y lo ha subrayado el pueblo
llano y soberano, el pueblo de Dios. Rocío Jurado ya
está para siempre junto a su Dios de pueblo. El Dios
de pueblo es siempre un Dios más íntimo que el Dios de
ciudad. Para encontrarnos a Dios en nuestras ciudades
tenemos que buscarlo en los barrios, que son como
trasuntos de pueblos: en Santa María para hallar al
Dios Nazareno de Cádiz; a San Lorenzo para hallar al
Dios Omnipotente de Sevilla. El Dios de Rocío Jurado
era el Dios de Chipiona. Junto a aquella mar es muy
fácil comprender la inmensidad de Dios. Dios es como
la mar, pero en misericordioso, y sin hundir barcos ni
temporales. Rocío Jurado creía en su Dios de pueblo,
junto al que ahora está. Dios de pueblo de Cádiz que
creó la mar, los corrales, los atardeceres, las viñas,
los aguajes y los celajes. El Hijo de la Virgen de
Regla, vamos. Junto a La que Rocío es ya La Voz que le
canta eternamente el mismo lejano «Salve, Madre, de la
tierra de mis amores» que en un coro parroquial le
entonaba una niña con calcetines tobilleros que quería
ser artista.
Y como creo en la inmortalidad, y como
sé que La Voz de Rocío, por la que echaba el alma,
sigue viva para siempre, pues en cuantito vi en el
periódico la foto de cómo han puesto su tumba en el
cementerio de Chipiona, es como si escuchara lo que
por el teléfono de los crisantemos, desde la eternidad
de la gracia con mayúscula y con minúscula, con todo
su humor, su chipionerío, su genialidad, sus golpes,
me iba diciendo la admirada, la querida artistaza. Y
he aquí, con toda clase de respetos para su memoria,
lo que por milagro de la viña y del mar, de la flor
cortada y del faro, me ha dicho Rocío desde la vera
del agua de la mar eterna:
-¡Es mester ver! Antonio, hijo, ¿pero
tú has visto lo que han puesto encima de mi tumba? ¡Lo
más grande del globo terráqueo! No sé si quizá, pero
yo no he visto una cosa más horrorosa desde tiempos
del Rege Carolo. ¿Pues no que me han puesto sobre la
tumba un toldo de Leroy Merlín? Lo que yo te diga,
Antonio: un toldo de las rebajas de Leroy Merlín. Y
yo, dándome chocazos por las esquinas, cuando lo he
visto, tirada de risa, les he dicho: «Pero, vamos a
ver, un momento: ¿aquí qué quieren ustedes celebrar
conmigo? ¿Una honra fúnebre y una cosa, o la barbacoa
del Trofeo Carranza, Dios mío de mi alma?» ¡Cuidao,
cuidao el toldito que me han puesto! ¡No tiene guasa
el toldito ni ná! Cuando venga Jóse se lo voy a decir:
Jóse, hijo, di que quiten este toldo de jardín de
casita adosada, porque los que no me pueden ver se van
a poner a largar, y con razón, y van a empezar a decir
que me han enterrado debajo de una cama balinesa como
las que hay en el Hotel Don Pepe. ¿Paso de palio? ¿Que
esto parece un paso de palio? ¡Ojalá! ¡Pá cantarle una
saeta está este chambaíllo! Si han puesto esto que no
es una tumba, hijo, si es un tumbaviso con un
bienteveo. Eso, eso: el mirador de una viña parece. Ná
más que le falta el guarda para que no se lleven las
flores, un guarda con una tajá mú gorda. ¿Y la batería
de floreros de Makro, todos igualitos, que me han
puesto alrededor, que parecen las balas de los cañones
de la batería de artillería de costa de Rota, Dios mío
de mi alma? ¿Que si puedes poner estas cosas en el
periódico con mucho respeto a mi memoria? ¿Para qué te
crees tú que te las digo, sino para que las pongas?
Mira, es que desde que me han colocado este merendero
Leroy Merlín en tó lo alto estoy que no puedo
conciliar el sueño eterno. Ponlo en el ABC y en La Voz
de Cádiz, pero no se lo digas al otro de mis Antonios,
a mi compadre Antonio Martín, porque no veas qué cuplé
puede sacar su comparsa este Carnaval con el dichoso
toldito. Vamos, que nada más que le faltan las butacas
de campimplaya y la neverita con la fanta fresquita y
los avíos de la piriñaca. ¡Ni que esto fuera el
campeonato de parchís de Juani Vázquez en La Caleta!