ILUSOS de
nosotros, nos creíamos en aquellos entonces de
banderas verdiblancas que con la democracia y la
autonomía iba a desaparecer la Andalucía de
pandereta. La pandereta ni se crea ni se
destruye: se transforma. Del capote de grana y
oro alegre como una rosa pasamos a la tele rosa
que da granazón de oro a los que van a los
platós (de lentejás). No sé cómo el Estatuto de
la Realidad Nacional no blinda a los friquis,
cual la exclusiva del flamenco. El día que
hubiera huelga de personajes andaluces o
relacionados con Andalucía, la Tomatocracia
tenía que hacer liquidación por cierre. Qué
pena, casi todos de por aquí abajo, perpetuación
de la pandereta. Y en esta pandereta mecánica,
ahora, la historia tópica de la tonadillera y el
bandolero. Como El Tempranillo arrejuntado con
La Caramba, una cosa así. Así de antigua. Le
pones un fondo de diligencias, catites y
trabucos, y no te sale la Operación Malaya, sino
ochocientos romances del 800 de Fernando
Villalón, en los que Roca pone los caballos.
Y el pueblo, qué horror. Que ése
sí que no cesa en sus peores instintos y que en
el fondo admira al trincón y si pudiera haría
igual: «Ná, los fachas, que no quieren que
Arfonzo le ponga un despacho a Suenmano.» Pueblo
al que en nuestra cultura urbana ahora llaman
«ciudadanía». Antes no había más ciudadano que
Orson Welles en Ciudadano Kane, pero esto se ha
puesto de una ciudadanerío que da un tufo
espantoso a Revolución Francesa sin guillotina y
sin cafeína.
Ni el plomo ni la plastilina. El
material más maleable es el pueblo español. Al
que ahora llaman ciudadanía todos los que usan
su nombre en vano. En la pandereta mecánica,
hemos contemplado en Marbella la usual detención
tapavergüenzas. Cuando ZP va a metérnosla
doblada, qué casualidad, detienen a media
docenita de chorizos ahumados. Chorizos como
cortina de humo. En el habitual número de la
cabra, España entera veía en vivo y en directo
el prendimiento de Julián Muñoz a lo Antoñito el
Camborio, y su enchironamiento en Alhaurín,
Alhaurán, Alhaurín, bín, bán, la ley, la ley y
nadie más (la ley para esto, no contra la ETA).
Y la ciudadanía (y el ciudadanío) de Marbella, a
pie de comisaría, lo insultaba a caño libre. De
chorizo para arriba, toda la charcutería de
dicterios en -ón. ¿Salud democrática? No,
espanto de pueblo español, pendular, maleable,
carne de guerra civil y de los eternos dos
bandos, como para salir corriendo. Mi padre me
decía: «Hijo, éstos son los que quemaron San
Julián».
Los que insultaban a Julián Muñoz
tras su prendimiento de pandereta no eran
residentes suecos, criados en democracias
avanzadas. Eran los mismos marbelleros que en
las municipales del 2003 le habían dado la
mayoría absoluta, y que en antes habían otorgado
igual ordinariez de votos a un buda seboso y
sudoroso con guayabera y ombligo al aire, de la
misma calaña. Lo peor que le ha ocurrido a Muñoz
es que ha dejado de ser de los nuestros. Casos
mucho más graves de corrupción se han dado y se
dan en estos días en Andalucía y no hay
linchamiento alguno. En tierras del Piyayo a mí
me da pena Muñoz y me causa un respeto
imponente. Y los mismos que le llamaban de todo
y por su orden son los que ven como lo más
normal del mundo la pandereta vasca, que haberla
hayla: el circo de Chapote en su autorretrato de
la jaula de cristal de las fieras asesinas. El
pueblo se deja manipular con el sofisma
gubernamental: «La ciudadanía quiere la paz».
¿Con estas bestias asesinas está negociando el
Gobierno? ¿El alto el fuego es Chapote coceando
e insultando al Estado de Derecho? ¿A eso llaman
paz, a que el Gobierno se ponga a la altura de
Chapote, chapoteando en la sangre de Miguel
Ángel Blanco o de Fernando Múgica que mancha las
manos de los negociadores?
Este pueblo español como para
salir corriendo, que lincha al mismo a quien dos
años antes le dio mayoría absoluta, no le hace
ascos al espectáculo repugnante de la
negociación claudicante con los asesinos
pintados por ellos mismos en la pandereta
mediática. Hay que cambiar el «¡Qué país,
Miquelarena!» Ahora debe ser: «¡Qué ciudadanía,
Miquelarena!»