Tranquilos,
trianeros, que no se escapan estos días
señaladitos sin artículo en honor de la fiesta
grande del Arrabal y Guarda. Anda, empréstame
para la portagayola tus versos de los gozos
del río, Rafael Peralta Revuelta:
Me desperté una mañana
y tuve este desvarío:
que no hay en el mundo
entero
un río como este río.
Porque ni el Nilo, ni el
Sena,
que ya quisiera París
cambiar su torre y su río
por el noble señorío
que tiene el Guadalquivir...
...En Triana. En Sevilla hay un
Arrabal y Guarda, y en el Arrabal una velada,
y en la velada una fiesta que en el río no se
miraba... Podíamos escribir así, en versión
libre para la radio, los versos del «No te
mires en el río». Parece que Triana le hace
caso a Rafael de León y sigue al pie de la
letra sus versos cantados. Un año más, no se
mira mucho en el río la velada del barrio
marinero de Sevilla, que es incluso el barrio
más sevillano de Cádiz. Un año más, cante y
fiesta en el Hotel Triana, en la calle Pureza,
por Los Cuatro Cantillos, por La Cerca
Hermosa, por el arrabal todo, que llega por lo
menos hasta Santa Cecilia, El Tardón y El
Turruñuelo. Que Triana es algo más que un
barrio, otra cosa, lo demuestra el hecho de
que tiene sus propios barrios. Los barrios del
arrabal. Pero todo de espaldas al río. El río
está para que cuelguen el puente de banderitas
gitanas y para que los cernudianos torsos
desnudos de los muchachos marineen por el
seboso palo de la cucaña para coger la
bandera. La bandera que dice lo bonita que
está Triana cuando le ponen al puente
etcétera. Si van por la calle Betis, por ese
paseo fluvial único en el mundo, por el primo
sevillano del Lungotevere romano, y se fijan
en las casetas de la Velada, verán que las que
dan al río son sus trastiendas. La velada le
da literalmente la espalda al río. El río es
la trastienda de la Velada. Se asoma por la
tarde a sus aguas para ver la cucaña, pero
inmediatamente, a la hora de la verdad de la
fiesta, Triana se mira y contempla a sí misma.
El río es, en todo caso, el espejo que le pone
Triana a Sevilla para que vea lo bonita que
está cuando refleja su espalda.
Su luz. Luz de Velá. Es muy
fácil hablar de la luz de primavera en
Sevilla. Está al alcance de cualquier letrista
de sevillanas o de pregonero de la Semana
Santa en una peña sevillista o en una
asociación de vecinos. Tampoco es complicado
hablar de la luz de Sevilla en el otoño,
íntima como una plazoleta, serena, secreta,
averdinada. Pero nadie habla de la Luz de
Triana por la Velá. Esta luz antigua y como
pueblerina de procesión de la Virgen del
Carmen. La luz única de los lentos atardeceres
en los días que están ya dejando a chorros de
ser los más largos. Paraíso cerrado para
pocos, que hay que contemplar esta luz desde
el puente, desde los jardines de Rafael
Montesinos a la orilla del río, desde el largo
paseo de la vieja y nueva Torneo. Va
poniéndose el sol y en el cielo se dibuja la
más hermosa paleta de los rosáceos, que luego
viran a violáceos, a cárdenos, a malvas. Se
pone el sol tras el Aljarafe y quedan unas
nubes que parece eternizan esos rosáceos
reflejos. En un instante, ya no se ven esas
nubes y todo se torna azul. Primero un color
turquesa intenso, casi acuífero, que nos hace
pensar que la mar de Huelva se ha puesto de
golpe sobre la cornisa aljarafeña. Y luego, el
azul de la noche, intenso, salpicado de
estrellas. Azul de antifaz de La Estrella de
Triana, con la fresca mareíta que viene del
río. Supremo espectáculo de la luz,
sorprendente noticia de cada noche. Medalla
del amor de la ciudad con su luz de Triana.
Ese atardecer de ayer no será el mismo que el
de mañana. No. El de mañana será más hermoso
todavía.