Un juez dictó
una vez memorable sentencia sobre los derechos de un
trabajador que había sido despedido por pelearse con un
cliente por causa de Curro Romero. El cliente, sabedor
del currismo del empleado, le tocó los costados,
largando fiesta contra el Faraón. A lo que el
trabajador, herido en sus creencias, saltó en defensa
del señor Romero y le lió una buena al cliente, por lo
que fue despedido. Improcedentemente. Hay veces en que
el cliente no tiene la razón. Y menos cuando se ataca la
fe de un empleado. Eso es lo que decía la sentencia: que
el currismo es un sentimiento, una religión, una fe, y
que la Constitución dice que nadie debe ser perseguido
por sus creencias. Y menos si trasminan a romero.
Con aquella sentencia el señor juez sentó
no sólo jurisprudencia, sino algo más importante:
Currisprudencia. A Curro, la verdad, se le puso un
poquito cara de Aranzadi. La misma cara de Aranzadi que
se me ha puesto a mí cuando el ilustrísimo señor Juez de
lo Social número 4 de Sevilla ha basado en un artículo
de servidor la sentencia en la que declara accidente
laboral y con derecho a indemnización la muerte «in
itinere» de la periodista Ana Belén García, que
trabajaba para una agencia del corazón.
A la pobre Ana Belén, reportera de la
dura infantería de la prensa del corazón, le dediqué, en
efecto, el artículo de ABC del 25 de enero de 2005, a
los cinco días de su muerte en acto de servicio. Lo
titulé «Elogio del paparazi». Tengo que agradecer a su
señoría ilustrísima del 4 de lo Social que haya elevado
a la categoría de Recuadrisprudencia un humilde y
efímero artículo. Leo el resumen de la sentencia y me
sonroja comprobar que, con su sensibilidad hacia la
triste realidad del subempleo en el periodismo, su
señoría, en vez de mandarme a hacer puñetas, ha puesto
las de su toga a mis palabras: «Es triste
profesionalmente el trabajo de los paparazis. Muchísimas
veces, periodistas que no han encontrado más trabajo que
este subempleo del corazón, como portadores de
micrófonos para preguntar tonterías de primera a famosos
de quinta. Personajillos que como pueden romperles su
exclusiva, insultan y agreden a unos paparazis que se
ganan anónimamente sus habichuelas lo más honradamente
que pueden. En el único trabajo que han encontrado.
Tratando de salvar su dignidad profesional entre
traficantes de miserias ajenas, esclavos de un oscuro
negocio de trata de famas. De cuya servidumbre están
deseando salir. Me han dicho algunas: «A ver si me ayuda
usted a encontrar un trabajo mejor que éste. Hace tres
años que soy licenciada en Ciencias de la Información y
aquí me tiene usted, alcachofa en mano, persiguiendo
famosillos». Al ojeo. O al aguardo: horas y horas ante
la casa de un chufla que no tiene nada que decir ni
quiere. A las chicas de la alcachofa y la cámara ese
corte de vídeo se lo comprará a tanto la pieza, miseria
por miseria, la agencia con que colaboran. Sí,
colaboradoras, no fijas en plantilla. En el alambre y
sin red. En el mejor de los casos, con un
contrato-basura. La basura informativa se nutre
laboralmente de contratos de su misma naturaleza. Así,
tras cinco horas aguardando, poniendo el coche y
pagándose la gasolina, sacarán ese medio minuto de oro
que le comprarán por media pringá y que repetirán hasta
la saciedad las televisiones nutridas por las
distribuidoras de miserias. Y que comentarán cotillas de
lujo que cobran por lo menos cien mil pesetas por
tertulia, y que ellos sí que van de plató en plató, sin
el menor rigor, especialistas en la generalidad de la
chuflería.»
Menos mal que quedan jueces que en vez de
poner asesinos etarras en la calle y prestarse al paripé
de la Paz nos reconcilian con el Estado de Derecho.