Esa Sevilla veneciana celebra hoy, que es la Asunción, una fecha grande: el Día de la Virgen. Como la Venecia tan sevillana del Campanile y de las columnas con leones en vez de Hércules celebraba como fecha grande la Ascensión. Aquí en junio, por la Ascensión, estamos demasiado ocupados con uvas, racimos, carráncanos y seises como para celebrar otra cosa que el Corpus. Por eso ponemos este día grande, verdadera fiesta íntima de la ciudad, por la Asunción, en el Día de la Virgen.
En la Ascensión, Venecia conmemoraba la victoria de su flota sobre los piratas de Dalmacia, el año 1000, con el dogo Orseolo. Desde aquel año, Venecia celebraba por la Ascensión el "Sponzalizio col mare", las bodas de la ciudad con el mar. El Dux subía a bordo de una galera ricamente engalanada, el Bucentauro, y los canales aparecían con decoraciones efímeras, llenos de hermosos navíos, como ahora en la Regata Histórica. Hecho el Bucentauro a la mar, el Dux arrojaba su anillo a las aguas y pronunciaba una frase ritual: "Os desposamos, oh mar, en símbolo de nuestro leal y perpetuo dominio sobre vos". Esta ceremonia se mantuvo hasta 1798, en que fue destruido el último Bucentauro durante la invasión de las tropas napoleónicas.
Sevilla celebra hoy otros esponsales. Los de la ciudad con el campo. Ese Aljarafe, esa Campiña, esos Alcores que siguen viniendo a ver a la Virgen le recuerdan a Sevilla el campo que tenía alrededor y del que siempre se olvidó. En la carrera de la procesión de la Virgen de los Reyes hay mujeres de pueblo, de campo. Y el palio de tumbilla es quizá nuestro Bucentauro, engalanado con nardos como nupciales, olorosos a bodas de la ciudad. ¿Con el campo o con ella misma? Quizá con ella misma. El Dux arrojaba su anillo al mar y Sevilla le pide a la Virgen de los Reyes tres gracias. Hacen falta muchas tres gracias ante tantas desgracias como la ciudad sufre, que la están destruyendo mucho más que cuando entraron a saco las tropas napoleónicas del mariscal Soult. Están consiguiendo que Sevilla no se parezca a sí misma, que sea algo distinto a lo que conocieron generaciones y generaciones.
Nos quedan, como islas con botellas con mensaje de náufragos, estas celebraciones gozosas, como la mañana de la Virgen, en que todos nos hacemos la ilusión de que Sevilla sigue siendo lo que era y no un campo de experimentación de unos derrochadores de nuestro dinero. A la Serenísima República de Venecia medio se la cargó Napoleón y a Sevilla se la están cargando unos napoleoncitos a los que ojalá les llegue pronto su Waterloo. Sevilla quiere celebrar hoy, ante la Virgen, los esponsales consigo misma, pero hay quienes se empeñan en divorciarla de lo que siempre ha sido, en separarla de sus propias esencias.
Danos, Señora de los Reyes, tus eternas tres gracias antiguas para superar estos tres millones de desgracias modernas.