CONTABAN los
devotos de la oración en la Catedral de Sevilla que hace
ya mucho tiempo, por el verano, el canónigo lectoral
observaba que cuando acudía al coro para el rezo de
Completas, en uno de los últimos bancos de la capilla
mayor estaba siempre un asiático de ojos rasgados. Una
tarde y otra, el sabio lectoral comprobaba que el chinito
permanecía allí, con santa unción. Y le extrañaba a
nuestro canónigo la presencia cotidiana de aquel extraño
devoto, que por su amarilla tez se diría de confesión
sintoísta o de fe budista más que de católicas creencias.
Su curiosidad le venció. Y al día siguiente, cuando iba al
coro y vio al chinito, se dirigió a él, y chapurreando una
elemental gramática castellana, ya que no era cuestión de
usar la latina como ecuménica lengua, le preguntó,
admirado:
-¿Qué, chinito católico y venir a rezar a
la Catedral?
-No, chinito budista, pero chinito
asfixiado de calol y chinito venil a la Catedlal a dolmil
la siesta la mal de flesquito...
Yendo desde Sevilla a Madrid en el Ave, me
he acordado del chinito de los siestazos estivales en la
Catedral cuando ha subido al vagón el habitual grupo de
japoneses. Los chinitos del canónigo lectoral ya no van a
la Catedral. Ahora todos se meten en el Ave para estar
fresquitos. Debe de ser así. No hay tren de alta velocidad
de Sevilla a Madrid o viceversa que no lleve a bordo un
buen cargamento de chinitos. Vamos, de japoneses, con esos
inquietantes maletones con ruedas inmensos, mucho mayores
que ellos. Siempre hacen el mismo recorrido: vengan desde
Madrid o desde Sevilla, se bajan en Córdoba. Donde, a su
vez, sube otra buena cacimbocada de japoneses con destino
madrileño o sevillano. ¿Vienen a hacer turismo? No, vienen
a no pasar calor. Porque donde menos calor se pasa de toda
España es en el Ave. Ni en los Picos de Europa, ni en el
Pirineo leridano, ni nada: frío, frío, lo que se dice
frío, donde más frío hace en verano es en los vagones del
Ave. ¡Qué dineral en refrigeración! No es exageración
andaluza, pero creo que lo he dicho todo si les confieso
que cada vez que me subo al gélido vagón tengo que echar a
un pingüino que está sentado en mi asiento. Hablando por
su teléfono móvil, naturalmente. No es exageración
andaluza, pero con esa refrigeración tan fuerte, aparte de
pandillas de chinitos paisanos del que dormía fresquito la
siesta en la Catedral, yo me he encontrado en el Ave
focas, otarios, parejas (de hecho) de osos polares, toda
suerte de fauna ártica y antártica.
En el Ave deberían repartir mantas, como en
los vuelos transatlánticos de Iberia; mas no para dormir
con el cambio horario, sino para no coger la pulmonía
doble. Será todo por fomento del turismo, me imagino: para
que los turistas por España puedan poner a su familia
aquellas antiguas postales veraniegas de cuando no había
SMS: «Esto del Ave es precioso, dormimos con dos mantas».
Ni la Sierra de Madrid, ni Gredos, ni la Montaña: el frío
que hace en pleno mes de agosto dentro del Ave, cuando
fuera se fríen a 42 grados, no lo hace en ningún lugar de
España.
Por lo cual propongo a los gestores
comerciales de esta maravilla ferroviaria que el carrito
de la venta a bordo no lo pasen al final del viaje, sino
al principio. Y que incluyan en su catálogo de venta algo
tan útil allí como una buena manta. Por favor, vendan
mantas a bordo, mantas zamoranas con el logotipo de la
Alta Velocidad Española. Se las van a quitar de las manos
incluso los chinitos que cogen el Ave hasta Córdoba y que
le dirían hoy al canónigo lectoral:
-No, chinito no il de tulismo a Cóldoba;
chinito il en el Ave pala dolmil la siesta tilitando con
este flío del calajo, a pesal del calol que hace fuela...