YA apunté a su
reciente muerte que era como un Príncipe de
Lampedusa en la desembocadura del Guadalquivir.
Escribió en verso y dijo en pregones un secreto
Gatapardo andaluz del río, la marisma, el Coto de
Doñana, el pinar, la viña, la bodega, el toro, el
caballo, la romería, la cofradía, la cacería, la
amistad junto a una copa de oloroso, la hombría de
bien de la gente del campo. Era caballero
calatravo y maestrante de Sevilla. Y más que nada,
poeta del campo andaluz. En la línea de Manuel
Halcón, de Fernando Villalón, de los hermanos
Cuevas, de Mario López, de Muñoz Rojas. Y, además,
primo carnal de Rafael de León. Un León con Grecia
y Roma en vez de Quintero y Quiroga. Se llamaba
Antonio de León y Manjón. Su nombre se pronunciaba
Toto León. Toda la gracia del mundo. Como cuando
se presentó a procurador en Cortes por Cádiz, con
aquel lema: «No seas mamón y vota a Toto León». Y
como su adversario por la provincia en aquellas
elecciones orgánicas era Álvaro Domecq, este otro:
«Si te quieres quedar sin comer, vota a Álvaro
Domecq; si quieres comer jamón, vota a Toto León».
Toto está enterrado en los
Capuchinos de Sanlúcar. Como en una novela
romántica con miriñaques y landós: junto a una
institutriz francesa de los Duques de Montpensier,
que murió a los 19 años cuando la Corte Chica
isabelina veraneaba a la vera del Guadalquivir. Y
se ha hecho verdad lo que decían las coronas
cuando le dieron leve romana tierra andaluza: «Tus
amigos no te olvidan». Este primer verano de
ausencia lo han echado tanto de menos en
Vistahermosa, que su sobrina Isabel León nos
reunió para que fijemos el modo en que
literariamente su memoria siga viva. La reunión,
junto a retamas de camaleones y pinos de
chicharras, fue como una sesión necrológica con la
misma alegría de Toto. La risa como obituario.
Fueron contadas en parte sus anécdotas completas,
utilísimas para navegar los tiempos que corren.
Como la del patrimonio artístico de
su cofradía jerezana. Le hablaba insistentemente
Toto en la playa a un catedrático de Historia del
Arte de Madrid sobre el valor de cierta talla de
su cofradía. En la apasionada devoción de Toto, la
talla era por lo menos de Montañés. Una maravilla.
Tanto interesó al catedrático la imagen, que Toto
lo llevó a Jerez para que la conociera. El experto
comprobó con sorpresa que era una imagen de escaso
mérito, que por supuesto no era de Montañés;
vamos, ni del montañés del tabanco de la esquina.
Con toda franqueza, le dijo a Toto:
-¿Y tanta devoción hay por esta
imagen, Toto? Pero si es muy pequeña, y además, no
es ni mucho menos montañesina...
A lo que Toto, encogiéndose de
hombros y abriendo sus generosas manos, comentó
resignado:
-Pues esto es lo que hay...
Como nosotros en la evocación
amistosa del poeta sanluqueño, la realidad hace
una constante rememoración de su frase sobre la
imagen jerezana. Estamos en la España del «pues
esto es lo que hay». Se han arrancado la pegatina
del «no a la guerra» y a los ex pacifistas de la
retirada de Irak les ha entrado tal ardor
guerrero, que sin venia parlamentaria mandan los
tercios de Alatriste hasta el Flandes del Líbano,
para que en los dominios de Zapatero no se ponga
el sol. Pues esto es lo que hay. Virtuosos en el
arte demagógico de dar la vuelta al calcetín, a la
claudicación del Estado de Derecho ante la ETA le
llaman «proceso». Pues esto es lo que hay. Al
incumplimiento de sus promesas pacifistas de la
retirada de tropas le llaman «operación de paz».
Pues esto es lo que hay. Y la llegada de
inmigrantes, a los que ahora llaman «irregulares»,
por culpa del efecto llamada tiene que
solucionarla Europa. Pues esto es lo que hay. Y
así sucesivamente. Y los españoles, con su
indiferencia, resucitan un adjetivo clásico y
racial: «pancistas». Pues esto es lo que hay.