SÉ qué
eran los fogonazos de los relámpagos de la tormenta
seca de la otra noche. Los que como balas trazadoras
iluminaban el frente de las calores del solano, que va
desde Mairena del Cante y Alcalá de los Panaderos a
los pueblos de mármol y mosaico italicenses de la
vieja sevillana:
Santiponce y La Algaba
durmieron juntos
porque les daba miedo
de los difuntos.
Sé que eran esos fogonazos, «tempestad
con mar en calma, tormenta sin aguacero». Eran las
secretas luminarias de la Virgen de Septiembre. La más
intima y recatada fiesta mariana en la Tierra de María
Santísima. De mayo a septiembre va un largo ciclo, de
granazón y cosecha, de la siega a la vendimia, con las
fiestas dedicadas a la Virgen en su tierra. Fiestas
que más que todos los síndromes postvacacionales nos
hablan de la brevedad del tiempo. El tiempo que de
golpe se nos viene encima cuando estamos recogiendo el
apartamento de la playa y parece que fue ayer, por la
Virgen del Carmen, cuando llegábamos con la ilusión de
las vacaciones por delante, ya idas como agua entre
las manos, brevedad de la fragancia del jazmín en la
noche.
Tiene mucha literatura encima, mucho
poema, mucha copla, mucha oración, la Virgen de
Agosto. Que en Sevilla se escribe con el nombre de la
Patrona y que enciende en fiestas los pueblos de toda
España. Que abre todas las plazas de toros. Quien sea
torero y por la Virgen de Agosto no se vista de luces,
aunque sea en una portátil, mejor que se vaya
directamente a los albañiles.
La Virgen de Septiembre, en cambio,
apenas tiene literatura, ni coplas. Con la poesía que
el mes de la uva y de la granada encierra. La Virgen
de Septiembre tiene tantos nombres como diversa es
Andalucía. En Chipiona ni siquiera hay que decir Regla
cuando se habla de la Virgen. Los arrendamientos de
apartamentos y chalés se siguen apalabrando con esa
fecha de vencimiento: «Alquilamos todo agosto, y
septiembre hasta la Virgen».
Si la Virgen de Agosto es el día grande
de las capitales, Paloma en Madrid, Reyes en Sevilla,
la Virgen de Septiembre es como la glorificación
mariana en los pueblos. Se apura la copa de manzanilla
del verano en las últimas ferias, antes que venga la
solemne clausura ganadera de Zafra. Novenas,
procesiones, romerías a verano vencido, como a sol
poniente de vacaciones, con el verdeo de la aceituna
en puertas, antes que se vayan todos los veraneantes,
todos los nietos de los que en los años 60 y 70 se
fueron a trabajar a Madrid o a Barcelona. Volverá a
Barcelona ese taxi amarillo que se ha pasado el verano
en todos los pueblos andaluces que nutrieron la
emigración del tren de las lágrimas y la maleta
amarrada con guitas.
Y en los muchos pueblos que Sevilla
tiene dentro, la Virgen de Septiembre de los barrios y
de las barriadas. Las Mercedes en el Tiro de Línea. La
Pastora apacentando rebaños de reflejos del agua del
río en Triana. La Virgen de la Luz saliendo de San
Esteban. La Virgen de Guadalupe en San Buenaventura.
La riojana Virgen de Valvanera por las calles de La
Calzada, por donde estaba el pilar de la calle
Oriente. Y cerrando el mes, en las eternas
duplicidades de Sevilla, la Virgen de los Reyes
saliendo otra vez, de agosto a septiembre, del
laberinto de los nardos al pozo de serenidad de la
primitiva hermandad de los Maestros Sastres que tienen
como Patrón a ese San Fernando que cogió aguja e hilo
para coserle el manto a la Virgen de la ciudad que
conquistó al conqueridor, manto que había rasgado la
primera saeta que cruzó el aire de Sevilla, y que le
tiraron los moros. Anoche esa saeta cruzaba el aire en
forma de relámpago, luminarias gozosas de la Virgen de
Septiembre.