DESDE los baños
primero y desde Madrid ahora, me escriben el poeta
Carlos Murciano y su hijo, el también poeta Jorge de
Arco, que hace en Arcos una revista lírica bien linda,
«Piedra del Molino». Supongo que es Jorge de Arco... de
las Fronteras, cambiando singulares y plurales, por la
nación arcense de esa rama lírica de Antonio y Carlos
Murciano. En Arcos los poetas nacen por colleras, como
parejas del rejoneo del verso: Antonio y Carlos
Murciano, José y Jesús de las Cuevas. Aunque ustedes no
se lo crean, no me escriben los Murciano padre e hijo
para cuestiones líricas, sino para balompédicas
materias. Me dan las gracias como sevillistas de toda la
vida por mi elogio del club centenario en su conquista
de la Supercopa.
Tras el llamado derbi (palabra que me
suena a carreras de caballos en Pineda más que a
fútbol), no me sorprende que los Murciano me escriban
para cuestiones de la pelota desde la orilla del Sevilla
F.C. En los fastos de la celebración del centenario del
Sevilla he echado en falta la publicación de una
antología literaria de autores blanquillos. ¿Es que toda
la literatura es bética? ¿Es que no ha habido poetas,
novelistas, ensayistas de sevillista confesión? ¿No hubo
una Delantera Stuka de poetas sevillistas? Sí, ya sé, lo
del Betis es duro. Empezando por García Lorca e Ignacio
Sánchez Mejías, que fue presidente del Betis. Lo del Muy
Literario Betis es único. El único club del mundo al que
un toro le mató a un presidente. Y por si eso fuera
poco, el único a cuyo presidente muerto por un toro en
una plaza le escribió García Lorca la mejor elegía en
lengua castellana. En el centenario bético deberían
publicar esa antología literaria que faltó en el
sevillista, encabezada por el «Llanto por Ignacio
Sánchez Mejías» y seguida por los clásicos textos de
Romero Murube, Santiago Montoto, Gil Gómez Bajuelo,
Antonio Hernández y toda la verdulería literaria.
Sería la Antología de la Verditud.
¿Existe la palabra Verditud? Si no existe, debe existir.
La usé para dar las gracias «desde la verditud» a los
Murciano. ¿No creó Léopold Sédar Senghor el concepto de
la Negritud, aunque ahora haya pasado a ser
políticamente incorrecto, con tanto subsahariano para
arriba y subsahariano para abajo? Cuando Antonio
Hernández escribió su Biblia del beticismo, también miró
para África: lo de «La marcha verde» de su título era
bulla marroquí pura, de los tensos días de la
descolonización española del Sahara (que pasó a algo
peor, a colonia del medieval Reino alauita). Si lo
bético es un sentimiento, una fe, una cultura, una
civilización, acuñemos, pues, la voz Verditud.
Y su contraria, que estamos en Sevilla y
sin oposición barroca de duales no hay existencia
posible en el mundo de las ideas. Si al Betis lo anima
la Verditud, al Sevilla lo alienta la Blanquitud.
Blanquitud que se está quitando de encima todos los
tópicos que dicen sus militantes que acuñó Gil Gómez
Bajuelo, que era de la Verditud. Culpan a Gómez Bajuelo,
cronista deportivo de ABC con el seudónimo de Discóbolo
y presidente del Betis, de la creación del falso tópico
del «equipo del pueblo» para su club y de la engañosa
idea del «club de los señores» para sus adversarios de
la Blanquitud. La sociología reciente está revisando ese
tópico, en lo que he llamado el trasvase de señas de
identidad. Y hasta de colores. ¿Qué le cuadra más al
Sevilla? ¿La Blanquitud o más bien la Rojitud? De sus
dos colores, ¿no se reclama ya más del rojo que del
blanco en su pujante simbología victoriosa?
Sea como fuere, ahí están las dos
palabras, que brindo sin trincar, que decía El Beni, a
los cronistas deportivos de la centenaria ciudad de la
Verditud, de la Ciudad de una triunfal Blanquitud a la
que en el liderezgo de Primera parece que le gusta más
la Rojitud.