SI me
preguntaran cuál sería mi deseo más inmediato
sobre este caos de obras, embotellamientos,
cambios, desfiguraciones, transformaciones,
socavones y tócame los que riman que está
sufriendo Sevilla, diría:
-Que por lo menos hubiera
300.000 sevillanos que pensaran y sintieran
como Pablo Ferrand, que tuvieran su
sensibilidad por nuestras cosas, que como él
no se callaran, que las dijeran con la fuerza
de la razón... y que votaran en consecuencia
en las municipales.
Y quien dice Pablo Ferrand dice
Carlos Colón en la competencia, o dice los
sevillanos que encuestaba ABC el domingo sobre
esta desfiguración: Teresa Lafita, Teodoro
Falcón, María José García del Moral, Vicente
Lleó, Juan Suárez, Alvaro Pastor Torres. Leo
lo que dicen, con más razón que un santo (que
el solitario santo de la puerta de San
Cristóbal de la Catedral, por ejemplo) y me
pregunto:
-¿Es que menos ellos todos los
sevillanos se han apuntado a la civil cofradía
del silencio? ¿Es que les parecen bien las
perrerías que están haciendo con la ciudad,
que si los chipis plancha de La Encarnación,
que si la Avenida, que si la peatonalización,
que si el tranvía, que si el tontilario urbano
de la Plaza del Pan que dice Pastor Torres que
están muy bien para Sevilla... para Sevilla
Este?
Próxima parada, Patio de
Banderas. Tendremos que guardar nuestra
nostalgia de lo que era Sevilla «en un
rinconcito del Patio Banderas», en la memoria
de una copla. Ese Patio de Banderas del que
echaron a los vecinos que le daban vida, para
convertir al Patrimonio de la Casa Real en
oficinas. Donde había vida, ahora burocracia.
Y la conversión de Sevilla en el modelo del
alcalde. En una entrevista tras su
proclamación como candidato al reenganche de
rancho, el alcalde ha dicho que necesita
cuatro años más de mandato para completar su
modelo de ciudad. Eso es lo malo. Que aquí el
único que tiene un modelo de ciudad es el
alcalde. Los sevillanos no tienen más modelo
de ciudad que el pasarlo lo mejor posible, las
gambas como saxofones, la cerveza en tanque de
salmuera, el coche nuevo, la Feria y el Rocío,
y que no les planteen más papeleta que la de
sitio. El alcalde no sólo tiene un modelo de
ciudad, sino que la modela, como los niños
manosean la plastilina en el jardín de
infancia. Si sale con barbas, San Antón y si
no, la modernidad y el progreso. Todo ha de
plegarse al modelo del alcalde, vulgo PGOU.
¿No hay aeromodelismo, lo de jugar con los
avioncitos? Pues el alcalde juega al
sevillamodelismo con la imagen, el concepto,
la esencia de la ciudad. Sevilla estaba mal
hecha hasta que vino él para enmendarle la
plana a la Historia. Y el Patio de Banderas,
cambiarlo de arriba abajo. Romero Murube se
lamentaba de los cielos que perdimos, pero
ahora, salvo Pablo Ferrand y los citados
cuatro gatos, nadie protesta por los suelos
que perdemos. Esos pavimentos tradicionales,
el albero de las plazoletas, los chinos
lavados, las losas de Tarifa, los suelos
enladrillados en sardinel, ¡hala!, a tomar por
saco. Levantemos la berroqueña Sevilla gris de
granito, tan gris como los que la gobiernan
con tanto desprecio a lo que piensan sus
callados y tragones vecinos. Y encima, con la
demagogia peligrosísima de las dos Sevilla, el
enfrentamiento de los barrios contra el
centro, las nuevas barricadas. Ahora, ahora,
es cuando van a poner el centro «al alcance de
todos los sevillanos», tó pal pueblo, y no
para cuatro señoritos y tres capillitas como
antes. Y los que viven en el centro y los
comerciantes, que se joan, por fachas.
Sevilla perdió los cielos,
ahora pierde los suelos. Y ha perdido, sobre
todo, el pulso. El alcalde volverá a ganar,
porque su fiel Distrito Macarena es muy grande
y NO8DO. Y porque en la Sevilla histórica,
aunque hagan con ella perrerías y experimentos
sin gaseosa, Nunca Passsssa Nada, ¿no, Pablo
Ferrand?