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como si Don Juan, tras hacer voto de
castidad, se hubiera metido a cartujo.
Como si Fígaro, harto de cabezas a lo
Mister Proper rapadas en casa, hubiera
cerrado su negocio como Barbero de
Sevilla, pegando el pelotazo al
traspasarlo para un Starbucks Café. A
Carmen la cigarrera, navaja en la liga,
fuego en las pestañas, la que en sus
muslos morenos liaba voluptuosamente los
cigarros puros, la han prejubilado.
Desmantelan la que desde 1620 fue Real
Fábrica de Tabacos de Sevilla. El que
quiera ver a Carmen, que se vaya a la
Scala de Milán. A Carmen y a muchas
cármenes contemporáneas de Sevilla,
trabajadoras de Altadis, la han quitado
literalmente del tabaco.
Todo
empezó por una copla premonitoria de El
Pali. Cantó el traslado a Los Remedios
de la Real Fábrica de Tabacos desde su
edificio dieciochesco. El Pali evocaba:
«Ya no pasan cigarreras/por la calle San
Fernando». Por la calle San Fernando,
instaladas en la Fábrica de Tabacos las
facultades universitarias, pasaban las
niñas de Filosofía y Letras, monísimas.
La Fábrica de Tabacos se había ido a la
burguesa Sevilla de Los Remedios, como
un barrio de Salamanca junto al
Guadalquivir. Y hasta allí se fue
también la cofradía cuyo título recuerda
a la periodística que tenía por hermano
mayor a Jaime Campmany: Columna y
Azotes. Era la cofradía de Las
Cigarreras, cuya última salida de la
Real Fábrica de Tabacos vio César
González Ruano, quien la contó en un
artículo antológico en ABC, testigo del
mito de las últimas cigarreras.
Ay, qué
tiempos en que el tabaco era social,
cultural y literariamente correcto. La
mitología cultural del tabaco no se
queda en las volutas cinematográficas de
Humphrey Bogart. Don Alfonso XIII, gran
fumador, alentó esa mitología. La única
cofradía sevillana que presidió Alfonso
XIII una Semana Santa fue Las
Cigarreras. En el sepia sentimental de
las fotografías aún está Don Alfonso con
su uniforme de capitán general,
presidiendo el paso de la Virgen de la
Victoria. Imagen de la España que
fumaba: delante del paso, con su vara
dorada, el Rey; detrás, las cigarreras
con sus velillos de misa dominical, las
que aún alcanzó a ver Ruano cuando
acompañaban a su Virgen de la Victoria
hasta la fábrica tabaquera de Los
Remedios, que ahora cierran. Don Alfonso
presidía la cofradía de Las Cigarreras y
los fumadores le tocaban las palmas.
Ahora su augusto nieto no puede ni
encender un cigarrito en público, porque
aquí no sólo han prejubilado a Carmen,
sino que hasta al mismísimo Don Juan
Carlos lo han quitado del tabaco.
Algunos
pintarán la prejubilación de Carmen como
una saludable victoria de las
dictatoriales leyes antitabaco. Servidor
la interpreta en el marco (incomparable)
de las falsías sociales al uso. El mismo
día que a Carmen le cerraban la fábrica
de Escamillo y de Don José, se anunciaba
que entre 1995 y 2003 se ha duplicado el
consumo de cannabis en España, y que
29.000 muchachos se fuman su buen pedazo
de porro cada día. Y que en ese periodo
se ha cuadruplicado el consumo de
cocaína: 6.000 menores la esnifan
cotidianamente. Pero, eso sí, encender
un cigarrillo cada día es más difícil y
está socialmente peor considerado. El
fumador es un peligroso social. Si don
Próspero Merimée volviera, probablemente
haría a Carmen no cigarrera, sino
traficante de chocolate al menudeo, que
es lo que ahora se ve normal. En cuanto
a la escultura de la Fama tocando la
trompeta que desde 1758 remata la pétrea
portada de la Real Fábrica de Tabacos de
Sevilla, más políticamente correcta no
puede ser. La escultura de la Fama no
está tocando la trompeta. La Fama,
siguiendo las leyes antitabaco y la
permisividad y prestigio social de las
otras drogas, está fumándose un porro
trompetero tamaño XXL.