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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Bono, ojú qué peligro

COMO conozco muy bien a los votantes de Los Remedios de Sevilla, me imagino perfectamente la consternación que reina en el barrio de Salamanca, tras el gatillazo de Bono. Los votantes estarán desolados. Si Bono no se presenta, ¿a quién van a votar? Porque a Gallardón... Bono era el candidato perfecto para el Madrid que no conoce los madrugones del Metro. En el barrio de Salamanca, Bono es que arrasaba. Y en el aperitivo de Embassy, mayoría absoluta. Me imagino cómo hubiera llegado, porque lo vi arribar así una vez a Sevilla y, como en la copla: «Desde que te vi venir/ dije a por la burra viene».
Fue antes de las primarias del PSOE en las que fue elegido el malvado Carabel, digo, ZP, ¿en qué estaría yo pensando? Desde el claro rincón de la provincia, Bono se nos aparecía como el más firme candidato socialista a la presidencia del Gobierno. Por eso tenía interés escucharlo en la Fundación Winterthur, donde presentaba una novela de su amigo Pedro Piqueras, «Colón a los ojos de Beatriz». Y allá que fuimos. Deslumbró Bono al auditorio por su talante, palabra que entonces no estaba aún cargada del significado peyorativo que los tiempos le dan dado. De Maribel Moreno de la Cova y sus veinte marquesas, fijas de plantilla en todos los actos de Winterthur, al último estudiante de Historia de América que aportó por allí, todos quedaron encantados con un señor tan moderado y tan español como el entonces presidente socialista manchego.
Tras la presentación, el Duque de Lugo, presidente de la fundación convocante, nos reunió a cenar a unos pocos, en torno al autor del libro y a su presentador. Allí estaba, por ejemplo, Amalia Gómez, diputada regional del PP y otros que no eran precisamente del movimiento okupa. En la charlita de la cena, quien parecía del PSOE era Amalia Gómez. Porque Bono, si soltaba al cardenal primado, era para coger la bandera de España. Y si dejaba el derecho a la educación cristiana de los hijos, era para coger el carnero de la Legión, tras hacer el panegírico de los Estados Unidos. Los adelantamientos de Fernando Alonso con su Fórmula 1 eran a velocidad de tortuga al lado de cómo Bono pasaba por la derecha a Marichalar, a Pedro Piqueras, a Amalia Gómez y al sursum corda. Tanto, que al terminar la cena y salir del reservado de Oriza, una vez que nos despedimos de Bono, juntamos todos urgentemente las cabezas en corrillo de cuchicheo y exclamamos al unísono:
-¡Ojú, qué peligro tiene este tío! Ojalá no lo elijan en las primarias, porque éste se lleva todos los votos de la derecha...
Ilusos de nosotros. El peligro no era Bono. El peligro había de venir precisamente de esas primarias. Era el nieto de su abuelo, que iba a acabar con toda la España que Bono representaba y quizá todavía represente. Punto en el cual pueden dar a la palabra «representación» todo el sentido de ficción teatral que quieran. El pasillo de comedias de Bono deshojando la margarita (se llama mi amor) de la alcaldía de Madrid es digno del Premio Mayte de teatro.
¿A quién va a votar ahora la derecha madrileña de toda la vida, si no hay nada más alejado del cardenal primado y de la bandera de España que el yerno de Utrera Molina, casamentero de parguelas? Qué candidato se ha perdido el consternado barrio de Salamanca. Un socialista sevillano muy destacado nos preguntó la otra noche que, descartado Bono, qué candidato veíamos para Madrid. Íbamos a decir que Pedro Almodóvar, o El Gran Guayomin, o Miguel Bosé, pero lo pensamos mejor:
-Tu partido, Alfredo, puede hacer un gran servicio a Madrid y a Andalucía. Buscáis un gran gestor, con experiencia de gobierno, ¿no? Tengo un candidato con experiencia ministerial y autonómica, mucha más que Bono. Mira: ¿por qué no os lleváis a Chaves de alcalde a Madrid, y así de paso nos hacéis un favor a los andaluces?
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