Ya
saben el comienzo del articulado de ese Código Mercantil
Apócrifo que circula por ahí:Artículo 1.- El Jefe
siempre tiene la razón.
Artículo 2.- Cuando el
Jefe no tiene la razón, se aplica el artículo 1.
Hay otro Código de Barras,
de Trece Barras, que tiene un articulado similar:
Artículo 1.- Hay siempre
que hacer lo que diga Don Manuel.
Artículo 2.- Cuando
alguien no quiera hacerlo, se aplicará el artículo 1.
De ahí las peñas de
fantástico nombre: «Lo que diga Don Manuel». Estas cosas
nada más que las hay en Sevilla. Y no solamente en el
fútbol y en asuntos de la accionista mayoritaria, sino
en muchos órdenes de la vida. Yo me creía al principio
que «Lo que diga Don Manuel» no era una peña
futbolística, sino un foro empresarial de opinión, de
los dirigentes de empresas que viven de los contratos
que da la Junta y que los hombres han de estar,
naturalmente, a expensas de «Lo que diga Don Manuel».
Don Manuel Chaves, obviamente. Don Manuel es el titular
de la accionista mayoritaria en la Junta y es muy
arriesgado y desde luego molesto oponerse a lo que diga
Don Manuel. La cultura, el flamenco, las artes, la
enseñanza, la sanidad, gran parte de los medios de
comunicación, media Andalucía y parte de la otra media
está al loro de «Lo que diga Don Manuel». Porque de ese
loro depende el oro del dinero público, de la
subvención, verdadero bálsamo de Fiebrabrás que
lubrifica toda actividad en Andalucía, donde cada vez
hay más Junta y menos sociedad civil.
Y en Sevilla, tres cuartos
de lo propio. No, no se rían del sumiso nombre que unos
aficionados al fútbol le hayan puesto a su peña, que en
Sevilla son muchísimos más los que tienen el carné de
otra mayoritaria: «Lo que diga Don Alfredo». Lo que diga
Don Alfredo va a misa. A misa en La Hiniesta,
naturalmente, porque lo exige el guión, o a misa en San
Roque cuando el voto al olvidado Cristo de San Agustín.
El estado impresentable en que se encuentra Sevilla, las
obras por doquier, los embotellamientos a peluz, las
calles cortadas, el comercio arruinado, el ambiente
tradicional alterado, los cielos perdidos y los suelos
hollados, de todo eso tiene la culpa esa máxima de la
ciudad bajo mínimos: «Lo que diga Don Alfredo».
¿Por qué se ha hecho esa
especie de trenecito turístico, que dice Villar el del
PA, al que han dado en ponerle de mote Metrocentro?
Porque lo dijo Don Alfredo. ¿Por qué van a fastidiar a
tantos vecinos, taxistas, comerciantes, empresas y
trabajadores peatonalizando todo lo peatonalizable?
Porque lo dijo Don Alfredo. ¿Lo preguntó Don Alfredo a
los afectados y a los posibles beneficiarios? No, padre.
Se aplicó el principio supremo de «Lo que diga Don
Alfredo». ¿Por qué ese enfrentamiento entre los barrios
y el centro, por qué esa demagogia de «Sevilla para las
personas», como si antes hubiera sido para las palomas
de la Plaza de América, los patos de la Isleta del
Parque y las panarras de la Giralda? Pues por lo mismo:
porque lo dice Don Alfredo. Y punto pelota, como añade
la frase de moda.
Y si no lo dice Don
Alfredo lo dice el Consejo Consultivo de Andalucía, que
nadie sabe lo que es ni para qué sirve, ni quién lo
elige ni qué poder tiene, pero que ha echado para atrás
las reclamaciones de los comerciantes arruinados por «Lo
que diga Don Alfredo». Ese Consejo Consultivo ha
dictaminado que los ciudadanos tienen el «deber
jurídico» de soportar las obras de «interés general».
Y el «interés general» ya
saben lo que es: Lo que diga Don Alfredo.