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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Lo que diga Don Manuel

Ya saben el comienzo del articulado de ese Código Mercantil Apócrifo que circula por ahí:Artículo 1.- El Jefe siempre tiene la razón.
Artículo 2.- Cuando el Jefe no tiene la razón, se aplica el artículo 1.
Hay otro Código de Barras, de Trece Barras, que tiene un articulado similar:
Artículo 1.- Hay siempre que hacer lo que diga Don Manuel.
Artículo 2.- Cuando alguien no quiera hacerlo, se aplicará el artículo 1.
De ahí las peñas de fantástico nombre: «Lo que diga Don Manuel». Estas cosas nada más que las hay en Sevilla. Y no solamente en el fútbol y en asuntos de la accionista mayoritaria, sino en muchos órdenes de la vida. Yo me creía al principio que «Lo que diga Don Manuel» no era una peña futbolística, sino un foro empresarial de opinión, de los dirigentes de empresas que viven de los contratos que da la Junta y que los hombres han de estar, naturalmente, a expensas de «Lo que diga Don Manuel». Don Manuel Chaves, obviamente. Don Manuel es el titular de la accionista mayoritaria en la Junta y es muy arriesgado y desde luego molesto oponerse a lo que diga Don Manuel. La cultura, el flamenco, las artes, la enseñanza, la sanidad, gran parte de los medios de comunicación, media Andalucía y parte de la otra media está al loro de «Lo que diga Don Manuel». Porque de ese loro depende el oro del dinero público, de la subvención, verdadero bálsamo de Fiebrabrás que lubrifica toda actividad en Andalucía, donde cada vez hay más Junta y menos sociedad civil.
Y en Sevilla, tres cuartos de lo propio. No, no se rían del sumiso nombre que unos aficionados al fútbol le hayan puesto a su peña, que en Sevilla son muchísimos más los que tienen el carné de otra mayoritaria: «Lo que diga Don Alfredo». Lo que diga Don Alfredo va a misa. A misa en La Hiniesta, naturalmente, porque lo exige el guión, o a misa en San Roque cuando el voto al olvidado Cristo de San Agustín. El estado impresentable en que se encuentra Sevilla, las obras por doquier, los embotellamientos a peluz, las calles cortadas, el comercio arruinado, el ambiente tradicional alterado, los cielos perdidos y los suelos hollados, de todo eso tiene la culpa esa máxima de la ciudad bajo mínimos: «Lo que diga Don Alfredo».
¿Por qué se ha hecho esa especie de trenecito turístico, que dice Villar el del PA, al que han dado en ponerle de mote Metrocentro? Porque lo dijo Don Alfredo. ¿Por qué van a fastidiar a tantos vecinos, taxistas, comerciantes, empresas y trabajadores peatonalizando todo lo peatonalizable? Porque lo dijo Don Alfredo. ¿Lo preguntó Don Alfredo a los afectados y a los posibles beneficiarios? No, padre. Se aplicó el principio supremo de «Lo que diga Don Alfredo». ¿Por qué ese enfrentamiento entre los barrios y el centro, por qué esa demagogia de «Sevilla para las personas», como si antes hubiera sido para las palomas de la Plaza de América, los patos de la Isleta del Parque y las panarras de la Giralda? Pues por lo mismo: porque lo dice Don Alfredo. Y punto pelota, como añade la frase de moda.
Y si no lo dice Don Alfredo lo dice el Consejo Consultivo de Andalucía, que nadie sabe lo que es ni para qué sirve, ni quién lo elige ni qué poder tiene, pero que ha echado para atrás las reclamaciones de los comerciantes arruinados por «Lo que diga Don Alfredo». Ese Consejo Consultivo ha dictaminado que los ciudadanos tienen el «deber jurídico» de soportar las obras de «interés general».
Y el «interés general» ya saben lo que es: Lo que diga Don Alfredo.

 

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