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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


De la Vega, mi Señorita Benita

ESTO no es un artículo. Es un SMS un poco larguito. Un SMS floreado. Dice así: «Queremos que De la Vega siga siendo vicepresidenta. Pásalo». ¿Lo ha pasado usted ya? ¿Sí? Pues sigamos con la ampliación del SMS. Queremos que Teresa de la Vega siga siendo vicepresidenta porque, la verdad, a mí me rejuvenece muchísimo. Me recuerda a la Señorita Benita. Tela. La Señorita Benita era la maestra de primerísimas letras que tuve en el colegio de la Doctrina Cristiana del barrio de Santa Cruz. En aquel hermoso patio de mármol con vela, penumbra y pilistras, «y una fuente en medio con un surtidor», como de copla, nos recibía la Señorita Benita. Que de momento nos echaba una bronca tremenda. Era como un tormento de proverbio chino: «Ríñeles a los niños de primaria; tú no sabrás por qué; ellos sí». Vestida con su babi blanco, con su labio abigotado, la cruel Señorita Benita, versión sevillana de la germana Rottenmeier, era el símbolo de las prohibiciones: niños, eso no se hace, eso no se dice. Aprender, aprendí poquito con la Señorita Benita, sólo a tener miedo a sus palmetazos. Las enseñanzas vinieron luego, cuando pasamos a las faldas de la moguereña Hermana Matilde, que había sido compañera de banca escolar de Juan Ramón Jiménez. La Hermana Matilde sí nos aficionaba a la literatura, pues en vez del oscuro y triste Quijote nos daba a leer «La emoción de España» de Manuel Siurot, que era como una chaplinesca «road movie» de los tiempos modernos que trajo Alfonso XIII a nuestras ciudades. Con la Señorita Benita sólo aprendimos a tener miedo del poder. El poder es una cosa hosca, con bigote y babi blanco, que te pega unas broncas espantosas, te da palmetazos y te lo prohíbe todo: fumar, hablar por teléfono conduciendo, pensar libremente...
Por ese temeroso recuerdo infantil de la Señorita Benita me rejuvenece tanto Teresa de la Vega. Por eso no quiero que la manden de gallardona a Madrid: que siga de vicepresidenta, pásalo. Qué nostalgia cuando la vemos por televisión cada lunes y cada martes, mañana, tarde, noche y madrugada. Sale Teresa de la Vega echándonos la bronca y retorno a lo vivo lejano, al patio de mármol y pilistras, al bigote de la Señorita Benita, con su babi blanco. De la Vega me confirma en la idea infantil de que el poder es el que te echa la bronca y te amenaza con el castigo. Con un halo de intriga que le da además al asunto interés de novela de quiosco. ¿Por qué está siempre tan mosqueada y cabreada? Ah, vosotros lo sabréis: porque habéis sido malos, y os tiene que reñir para meteros en vereda. Es por vuestro bien. Para que el día de mañana seáis ciudadanos y ciudadanas de provecho, de progreso, de modernidad, de igualdad. Ah, y de proceso de paz.
Si quitan a Teresa de la Vega para mandarla al embotellamiento de votos de la M-30, ¿quién nos va a rejuvenecer, echándonos la bronca por el televisor? Perderíamos el lado nostálgico y literario del asunto. Si sale un señor ministro a echarnos la bronca nos recordará todo lo más a aquel cabo primero con tan mala leche que tuvimos en la mili. Sin ningún lirismo de la evocación de la infancia. Sin rejuvenecernos nada.
Y luego está su aportación tipo Pasarela Cibeles a las modas y las tendencias. La Señorita Benita no se quitaba nunca el babi blanco, siempre iba vestida de la misma manera. La Señorita Teresa, en cambio, cada día un numerito indumentario. Es como si se hubiera quedado para siempre posando para la portada del Vogue. A mí, aparte de rejuvenecerme con sus broncas, me ahorra un dinero muy curioso, porque Isabel, mi mujer, no tiene que comprarse ni el Telva ni el Marie Claire para ver las tendencias de esta temporada, con esta vicepresidenta que es continua Pasarela Cibeles de sí misma. Voy a ser bueno, señorita Benita, digo, señorita Teresa, pásalo. A mí nadie me echaba unas broncas así desde que con la señorita Benita entrábamos en fila desde el patio a la capilla, cantando lo de «Vamos, niños, al sagrario, que Jesús llorando está...»

 

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