EL
joven matrimonio sale del híper. Carrito hasta la corcha
de tambores de detergente y de sacos de dodotis para los
niños. Para los más chicos. Para la mayor, que va con
ellos, llevan el sombrero de Bruja Piti que acaban de
comprar. La niña está ilusionadísima con el Jálogüin,
¿sabe usted? El gorro de la pequeña bruja es como uno de
los conos de plástico que la Guardia Civil pone en los
carriles reversibles para el regreso de los domingueros.
No le miro la etiqueta, pero a lo mejor está fabricado
en los mismísimos Estados Unidos. O en China para el
mercado americano. Seguro que en las tiendas de los
veinte duros hay sombreros de Bruja Piti a euro el
pelotazo. Y de calabazas, ni te cuento. Más calabazas
que en el 1,2,3 de Kiko Ledgar que sale ahora en el
jubileo de los 50 años de TVE.
Brujas, calabazas, velas,
caninas. Ea, otra vez tenemos el Jálogüin en todo lo
alto. La única venganza que nos cabe es escribirlo así,
castellanizado: Jálogüin. Tenemos en tó lo alto la
costumbre americana de noviembre, con tós sus muertos.
¿Quién la ha puesto de moda? ¿Cómo ha sido posible que
de golpe toda la chavalería sevillana se comporte igual
que la de Kansas o Denver? Seguro que desde el jardín de
la infancia meten a las criaturitas por la globalización
americana de las dichosas brujas, las calabazas, las
caninas. ¡Los muertos todos de la noche de los muertos!
Sacaba el joven matrimonio del híper el gorro de bruja
para la niña, la mar de contentos, y estuve por pararlos
y decirles:
—¿Y no han comprado
ustedes huesos de santo?
No se lo pregunté, porque
me iban a mandar directamente a consultas externas de
Traumatología: ¿huesos de qué? Los abuelos están con los
crisantemos, pensando en ir con el cubo y la escobilla
de encalar al cementerio, en la cultura tradicional
sevillana, y los nietos, en la Galaxia Harry Potter,
buscando el disfraz del Jalogüín, en el contradictorio
carnaval de nuestra transculturación. Nos habían dicho
que la sevillana era una sociedad muy ritual y
conservadora. Y lo es, en efecto. Cada vez conservamos
mejor... las costumbres americanas, en nuestra infinita
capacidad de asimilación. En las romerías, el pantalón
vaquero con los tirantes rocieros es ya más clásico que
la vieja calzona campesina a rayas. En locales donde se
abrían las tabernas de tapa de bacalao crudo y concha de
altramuces, ahora las hamburgueserías. Por cada bodegón
que se cierra, siete Starbucks se abren. Donde el
talabartero, un MacDonald. Donde los sombrereros,
franquicias del rey americano del pollo frito. Pasamos
del paquete de pipas de girasol del Cine Esperanza al
cubo de cartón de las palomitas del Nervión Plaza. No
las viejas «palomitas cordobesas, qué ricas y qué
buenas» del pregón, sino las muy yankis de maíz inflado.
Algo tan clásico ya en ferias y romerías como el
rebujito de manzanilla sanluqueña no existiría sin la
colaboración de la gaseosa. No la gaseosa nuestra, La
Casera de la calle Oriente o la sevillanísima de El
Cachorro o El Progreso Industrial: la gaseosa americana,
el Seven Up.
Está muy bien que
Andalucía se abra al mundo, pero paradójicamente nunca
se han perdido más identidades de nuestra tierra que en
estos años que llevamos de autonomía. ¿De verdad que
somos una realidad nacional? ¿No seremos por un casual
una realidad nacional... americana? Aquí mucho protestar
contra las bases de Rota y Morón, pero celebramos los
Tosantos y los Difuntos copiándoles el ritual a los
marines.
No me explico esta suprema
contradicción. Ese joven matrimonio del híper
posiblemente odia a los Estados Unidos, es del «no a la
guerra», cree que Bush es un asesino de pueblos
oprimidos y el Tío Sam, el sacamantecas al Tercer Mundo.
Se tienen por muy progresistas y muy antinorteamericanos.
Pero allá que van, contentísimos con el gorro de bruja
de Jálogüin para la niña, a la que dan de desayunar
cereales y de cenar hamburguesas. Del crisantemo, los
campanilleros de difuntos de Mairena del Alcor y la
Hermandad de Ánimas del Purgatorio de San Pedro hemos
pasado a recordar a los muertos por el rito de Hollywood.
Claro, como somos tan antiyankis...