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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Tranvías y bicicletas

Si éstas no son las contradicciones de la modernidad y del progreso, que venga Dios y lo vea. En materia de medios de transporte, lo más moderno resulta ahora que es lo más antiguo: la bicicleta y el tranvía. Volvemos a la bicicleta y al tranvía. Y a la diligencia porque aún no toca, demos tiempo al tiempo, que pronto irá la de Fernando Villalón por la vega de Carmona con sus mulas todas, castañas por más señas.

Trátase del discurso de la justificación democrática de todo lo que hace la izquierda. Hagan lo que hagan los progres, es modernidad. Por el contrario, haga lo que hagan los conservadores...

-- Los conservadores, no, usted: los fachas. A los conservadores no les conceden ni la conservación de su nombre. Todo lo que no sea de izquierdas es facha. Y, por el contrario, los fascismos y totalitarismos de izquierda, como el comunismo, nunca son fachas. A la derecha nunca se le reconoce el valor de lo democrático, se le niega. Y a la izquierda se le regala el valor de lo democrático aunque, como en caso del comunismo y de las dictaduras del proletariado o de lo políticamente correcto, sea su negación ontológica.

Imaginen que fuera la derecha la que quisiera que a nuestras ciudades volvieran los tranvías y las bicicletas. Ya estoy escuchando el discurso de los progresistas:

-- Los fachas quieren siempre volver a los tiempos en que podían engañar al pueblo y detentar el poder oligárquico. Pero el pueblo ya no se resigna a ir hacinado en los tranvías como en los años del hambre, sino que ha conquistado el derecho al coche propio. ¡Claro, ellos quieren seguir con sus coches lujosísimos, y condenar al pueblo al tranvía o a ir al currelo de salario de hambre en bicicleta!

Este discurso sería pronunciado por toda la progresía si la chorrada descabellada y trasnochada del tranvía y de las bicicletas se les hubiera ocurrido a los conservadores. Si me apuran, es el discurso de la lógica. El que ahora nadie se atreve a pronunciar frente a la dictadura de lo ecológicamente correcto. Si no hubiera sido suprimido como signo de progreso, el tranvía sería todo lo que quieren simbolizarnos con él: el respeto al medio ambiente, la ausencia de contaminación, los pajaritos cantan y las nubes se levantan. Pero los tranvías traen los peores recuerdos de una postguerra de hambre, cartillas de racionamiento y negación de libertades; de alpargatas, chaquetas vueltas, abrigos raídos, carros de mulas, tuberculosis y niños con mocos. Los tranvías representan la España que acababa de pasar una guerra, que estuvo encantada cuando le llegó su tardío Plan Marshall con los americanos que regalaban leche en polvo y queso rosa en las escuelas. Los tranvías son de película de Pepe Isbert, con Manolo (Morán) guardia urbano, José Luis Ozores de taxista y Gracita Morales de criada. De la España gloriosamente olvidada. Los tranvías son como excavar en la fosa de la tumba del subdesarrollo, del atraso, del analfabetismo y del hambre.

No hay nada más franquista que un tranvía, joé.

Y la bicicleta, ni te cuento. La bicicleta es de película neorrealista de los años 50, no de nuestro próspero hoy de multicines. Vittorio de Sica y "Ladrón de bicicletas". Bardem y "Muerte de un ciclista". Cuando tener una bicicleta era poseer un tesoro. La bicicleta es un madrugón de hambre, con el estómago vacío, con un canasto amarrado con guita en el transportín, donde va un puchero frío y pedalea camino del andamio un albañil cargado de hijos que vive en un corral. La bicicleta es símbolo del tiempo de las restricciones eléctricas, de las riadas. De la dictadura. De las noches de Radio París o de La Pirenaica. Del tiempo de negación de las libertades y del bienestar. De cuando nadie se podía comprar un coche. Pero, nada, hijos: hay que volver a aquel ominoso símbolo como contradictoria prenda de modernidades y ecologías. Los chinos sí que van en bicicleta, y ya ven los salarios que tienen los chinos y la dictadura que tienen los chinos.

Volvemos al tranvía y a las bicicletas. ¿Qué modernidad ni qué niño muerto? Qué antigüedad con olor al desinfectante que el acomodador pasaba echando por la penumbra de hambre y pipas del cine de reestreno. Toquemos madera: total, mientras que con el tranvía y las bicicletas no vuelva la dictadura...

 

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