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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


La lotería del país vecino

LA España del Ladrillo Corrupto sobre cuyos peligros alerta la ONU se ha inventado su propio calendario litúrgico, con el más largo y adelantado Adviento, el Adviento Pontificio, que no viene de Papa, sino de puente: del Puente del Pilar al Puente de la Purísima. Cada vez cuelgan antes las luces de Navidad y empezamos a recibir catálogos de compras. Es la Navidad «sin»: sin Niño Jesús, sin sentimiento religioso, sin villancicos (o en todo caso laicos), sin belenes, no se vayan a enfadar los moros. Hasta sin Calvo de la Lotería, no se vaya a enfadar Coto Matamoros por alusiones. La Navidad es últimamente un campeonato de chorradas, a ver a quién se le ocurre el mayor disparatón. De aquí a nada saldrá un tío chumino, muy progre él, que proclamará que no hay derecho a que Baltasar sea negro. Pedirá que la fiesta de los Reyes Magos sea suprimida: no por cristiana, sino por racista. Que sean multados los niños que hablen del Rey Negro. Y que Baltasar sea conocido como el Rey Subsahariano. Ya oigo a las manipuladas criaturas:
-¿Tú a qué Rey le pides los juguetes, Iván Israel?
-Yo, al Suhsahariano, que es el más simpático.
Queda intacta la suprema contradicción de la Lotería. Los únicos símbolos patrios aceptados en todos los territorios del Reino eran hasta hace poco la selección nacional de fútbol y la Lotería Nacional. A la selección ya le han quitado lo de «nacional»: ahora es La Roja. La de Navidad, sin embargo, sigue siendo Lotería Nacional de todas, todas. Llegará un tiempo en que, más que la Corona, las Fuerzas Armadas o la acuñación del euro, lo único que una a las 17 Españas (más las realidades nacionales de Ceuta y Melilla) sea la Lotería Nacional. Si Rilke decía que la verdadera patria del hombre es la infancia, la verdadera patria de los españoles es la Lotería de Navidad. Del «Todo por la Patria» de Daoiz, Velarde y Ruiz hemos pasado al «Mañana, mañana sale» de Quintero, León y Quiroga.
Me extraña bastante la suprema incoherencia soberanista y estatutaria de que ni las Vascongadas que piden la retirada del Ejército ni la Cataluña que pide se vaya la Guardia Civil hayan dicho hasta ahora ni media palabra acerca de la retirada de los niños de San Ildefonso. ¿Por qué un tricornio o la sardineta de un brigada son símbolos del Estado opresor y en cambio se acepta la cantinela de los niños de San Ildefonso chorreando millones? La Cataluña que descuelga el retrato del Rey es la misma que cuelga el pizarrón centralista y opresor de la Lotería Nacional a la puerta de la administración de Sort: «El Gordo vendido aquí».
Me inquieta el lotero de Sort, el administrador de La Bruja de Oro, don Javier Gabriel. No porque vaya vestido con la camisa negra del uniforme oficial de Izquierda Republicana de Cataluña. Ni porque tenga planta de presidente del Parlament. Ni porque sea tan rico que se permita el lujo de sentar plaza como el primer español (uf, lo que he dicho, español) que aspira a ser turista espacial. Me inquieta porque en España cambian los gobiernos, reformamos los Estatutos, hacemos el Proceso-de-lo-que-sea, pero los premios gordos de Navidad siguen cayendo en Sort. Mi interpretación es clara: si claudicamos ante los etarras y rendimos el Estado ante ellos, ¿por qué no hemos de claudicar ante el sentido catalán de la pela es la pela, para amañar, con el visto bueno del Fiscal General, que los niños de San Ildefonso saquen la bola de modo que el gordo caiga siempre en Sort? Lo que más me escama es que Cataluña, que lo ha pedido todo para su nuevo Estatuto, no haya reclamado y blindado las competencias centralistas y opresoras de la Lotería Nacional. No le hace falta. Son beneficiarios del amañado Proceso de Suerte.
Tenía la esperanza de que al menos los soberanistas vascos y los separatistas catalanes pidieran competencias propias en la Lotería de Navidad, porque así había más posibilidades de que el gordo cayera en Sevilla. Mi gozo en un pozo. Van los de ERC y se dedican a hacer participaciones del sorteo de Lotería de Navidad «que se celebrará en Madrid, capital del país vecino». Eso sería del todo punto lógico si los catalanes devolvieran luego hasta la última opresora y centralista peseta de ese gordo que, miren qué puntería, siempre cae en Sort.
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