LA
España del Ladrillo Corrupto sobre cuyos peligros alerta
la ONU se ha inventado su propio calendario litúrgico,
con el más largo y adelantado Adviento, el Adviento
Pontificio, que no viene de Papa, sino de puente: del
Puente del Pilar al Puente de la Purísima. Cada vez
cuelgan antes las luces de Navidad y empezamos a recibir
catálogos de compras. Es la Navidad «sin»: sin Niño
Jesús, sin sentimiento religioso, sin villancicos (o en
todo caso laicos), sin belenes, no se vayan a enfadar
los moros. Hasta sin Calvo de la Lotería, no se vaya a
enfadar Coto Matamoros por alusiones. La Navidad es
últimamente un campeonato de chorradas, a ver a quién se
le ocurre el mayor disparatón. De aquí a nada saldrá un
tío chumino, muy progre él, que proclamará que no hay
derecho a que Baltasar sea negro. Pedirá que la fiesta
de los Reyes Magos sea suprimida: no por cristiana, sino
por racista. Que sean multados los niños que hablen del
Rey Negro. Y que Baltasar sea conocido como el Rey
Subsahariano. Ya oigo a las manipuladas criaturas:
-¿Tú a qué Rey le pides
los juguetes, Iván Israel?
-Yo, al Suhsahariano, que
es el más simpático.
Queda intacta la suprema
contradicción de la Lotería. Los únicos símbolos patrios
aceptados en todos los territorios del Reino eran hasta
hace poco la selección nacional de fútbol y la Lotería
Nacional. A la selección ya le han quitado lo de
«nacional»: ahora es La Roja. La de Navidad, sin
embargo, sigue siendo Lotería Nacional de todas, todas.
Llegará un tiempo en que, más que la Corona, las Fuerzas
Armadas o la acuñación del euro, lo único que una a las
17 Españas (más las realidades nacionales de Ceuta y
Melilla) sea la Lotería Nacional. Si Rilke decía que la
verdadera patria del hombre es la infancia, la verdadera
patria de los españoles es la Lotería de Navidad. Del
«Todo por la Patria» de Daoiz, Velarde y Ruiz hemos
pasado al «Mañana, mañana sale» de Quintero, León y
Quiroga.
Me extraña bastante la
suprema incoherencia soberanista y estatutaria de que ni
las Vascongadas que piden la retirada del Ejército ni la
Cataluña que pide se vaya la Guardia Civil hayan dicho
hasta ahora ni media palabra acerca de la retirada de
los niños de San Ildefonso. ¿Por qué un tricornio o la
sardineta de un brigada son símbolos del Estado opresor
y en cambio se acepta la cantinela de los niños de San
Ildefonso chorreando millones? La Cataluña que descuelga
el retrato del Rey es la misma que cuelga el pizarrón
centralista y opresor de la Lotería Nacional a la puerta
de la administración de Sort: «El Gordo vendido aquí».
Me inquieta el lotero de
Sort, el administrador de La Bruja de Oro, don Javier
Gabriel. No porque vaya vestido con la camisa negra del
uniforme oficial de Izquierda Republicana de Cataluña.
Ni porque tenga planta de presidente del Parlament. Ni
porque sea tan rico que se permita el lujo de sentar
plaza como el primer español (uf, lo que he dicho,
español) que aspira a ser turista espacial. Me inquieta
porque en España cambian los gobiernos, reformamos los
Estatutos, hacemos el Proceso-de-lo-que-sea, pero los
premios gordos de Navidad siguen cayendo en Sort. Mi
interpretación es clara: si claudicamos ante los etarras
y rendimos el Estado ante ellos, ¿por qué no hemos de
claudicar ante el sentido catalán de la pela es la pela,
para amañar, con el visto bueno del Fiscal General, que
los niños de San Ildefonso saquen la bola de modo que el
gordo caiga siempre en Sort? Lo que más me escama es que
Cataluña, que lo ha pedido todo para su nuevo Estatuto,
no haya reclamado y blindado las competencias
centralistas y opresoras de la Lotería Nacional. No le
hace falta. Son beneficiarios del amañado Proceso de
Suerte.
Tenía la esperanza de que
al menos los soberanistas vascos y los separatistas
catalanes pidieran competencias propias en la Lotería de
Navidad, porque así había más posibilidades de que el
gordo cayera en Sevilla. Mi gozo en un pozo. Van los de
ERC y se dedican a hacer participaciones del sorteo de
Lotería de Navidad «que se celebrará en Madrid, capital
del país vecino». Eso sería del todo punto lógico si los
catalanes devolvieran luego hasta la última opresora y
centralista peseta de ese gordo que, miren qué puntería,
siempre cae en Sort.