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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Elogio de la tiza tabernaria

En este fervor inquisitorial de neoconversos por las nuevas tecnologías del Ojanámetro, nos estamos olvidando de las antiguas, sin darle valor a sus reliquias históricas. Llegará el día en que, desplazada la mecanografía por los procesadores de texto, una máquina de escribir Olivetti Lexicon 80 tendrá el mismo valor arqueológico que la Venus de Itálica. Que contaba Romero Murube, a la sazón comisario de Excavaciones Arqueológicas, que cuando se la encontraron, uno de Santiponce le dijo:

 -- Don Joaquín, aquí ha aparecido una muñeca de mármol mú grande y en cueros.

 Arqueología ya las viejas registradoras de los bares, jubiladas por los sistemas informáticos de la hostelería. En el simpático Colmaíto de Cai de la calle Nazareno, el camarero te toma la comanda con un ordenador de bolsillo y pasa la orden al "¡oído, cocina!" por Bluetooth. Si El Pali levantara la cabeza y viera que en nuestro Postigo del Aceite las medias raciones se piden a la cocina por Bluetooth, se volvía a morir del susto.

Son ya objetos de arqueología el papel de calco; los lápices de tinta cuya punta había que humedecer con saliva; las pizarras y pizarrines colegiales; las estilográficas; las plumillas Cervantes con tintero de porcelana que estaban en el agujero de los pupitres de las bancas de los colegios. Y está en trance de pérdida la gloriosa tiza del camarero, blanca notaría de las lápidas, tratado de Derecho Mercantil del "¿qué se debe aquí, niño?", Indice Nikei de las convidás de los concurdáneos. Vencida y derrotada la tiza, todas las cuentas de las papas muy simpáticas se hacen por ordenador. Ya no hay una tiza en la oreja del montañés que vaya apuntando cada copa de aguardiente sobre el manchado mostrador de "Tatuaje". La tiza histórico-artística con la que don José Manteca, ilustre tabernero del gaditano Corralón de los Carros, tituló sus geniales memorias: "Escrito con tiza". Ahora es un tique de impresora de ordenador el que te ponen bajo un vaso. ¿Avance de las tecnologías? Avance arrasador, que deja atrás un tesoro etnográfico perdido. Fernando Villalón le dice que echa vino, montañés, que lo paga Luis de Vargas, y el montañés del 800 no apunta la cuenta con tiza, sino que le da a Vargas un papelito de impresora, como una multa en el parabrisas del coche.

Hacemos memoria, y no recordamos apenas tabernas donde quede el ábaco mollatoso de la tiza. Igual que publican guías turísticas de tapas, deberían editar catálogos de viejos bares donde la tiza, preservada al modo del lince en Doñana, mostrara toda la perdida grandeza de la aritmética de los ritos tabernarios. Como el recitado de las tapas. La oratoria comercial ha perdido el recitado único de la lista de tapas, a manos de los ordenadores que imprimen una lista muy malage que te dan enfundada en un plástico. Decías "¿qué hay de tapa?" Y te salía en cada camarero un Demóstenes de los fogones, todo manjar con su artículo determinado por delante, aquellos recitativos-fantasía de la ópera curdela de Casa de la Viuda, del Bar Correos, que hasta pedían de fondo mozartiana música de clave:

 -- De tapita tenemos el pez espada empanado, la ensaladilla, los chocos fritos, los calamares a la riojana, la sangre encebollada, la carne con tomate, las papas aliñás, el cazón en amarillo...

Ahora preguntas por las tapas y el tío te tira el plástico y, si puede, te pega en toda la cara con él. Deberían establecerse tabernas de interés histórico-artístico, donde te apuntaran la cuenta con tiza en el mostrador y a cada ronda de copas te recitaran nuevamente la lista de las tapas. Quizá sea Casa Manolo el último bar de tiza en la oreja de los dependientes. Cuando el Papa impuso el capelo cardenalicio a Amigo Vallejo, fue a Roma una nutrida representación sevillana. Uno de los actos vaticanos en honor de Su Eminencia se celebró en el Aula Pablo VI. A la entrada de ese auditorio hay un broncíneo busto de Pablo VI, famoso por sus pedazos de orejas. Y alguien de la legacía de Sevilla, al ver el generoso bronce de los dos soplillos papales, exclamó:

-- ¡Ojú, qué dos orejas, ni las que corta El Cid en la Maestranza! Ahí sí que tienen apoyarse bien las tizas de los camareros de Casa Manolo...

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