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El Recuadro   

 Antonio Burgos

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Días de petardos

COMO cada año por las Pascuas de Navidad y Reyes, ya están aquí las rígidas, serias y solemnes disposiciones escritas en papel mojado para que en los puestecillos y en las tiendas de gominolas y chuches no vendan petardos. Y como cada año por estas fechas, los tíos de los puestecillos ya están hartándose de vender petardos a la chiquillería del barrio, restallante de triquitraques por los zaguanes.
Y quien dice los puestecillos, que cada vez van quedando menos, dice las tiendas de los veinte duros. Territorio semánticamente interesantísimo, por cierto. El euro ha llegado con su paridad imparable a todos los confines. Hasta los más viejos del lugar cuentan ya por euros. Y los que lo hacen en pesetas nos parecen tan antiguos como aquellas viejas del Candilejo con rodete y zarcillos de coral negro. O como aquellos tratantes de ganado de la puerta del Mercantil con cachaba, silueta de la Virgen del Rocío en la solapa y palillo de dientes en la cinta negra del sombrero de alancha, que contaban por reales, y que a los billetes de mil pesetas les llamaban «cuatro mil reales». Hay unos ámbitos curiosísimos que van por el plan antiguo de la unidad monetaria, y son las tiendas de los veinte duros. Aunque en los letreros de sus muestras ponen «1, 2 y 3 euros» con letras así de gordas, ésas nacieron como tiendas de los veinte duros y tiendas de los veinte duros serán hasta que se mueran, O hasta que nos maten a sustos con los petardos que venden para los chiquillos en estos días, en competencia con los puestecillos.
Sin que nadie me haya podido explicar nunca qué tiene que ver la cohetería con el nacimiento del Señor de la Salud de mi Carretería, Sevilla se nos pone en estas fechas de un valenciano que tira de espaldas. Será por el arroz de los Hernández en la Cigala marismeña. Sevilla se nos convierte cada noche en una inmensa «mascletá» infantil, en las tracas de unas Fallas en miniatura. Hasta te crees que vas a ver a una fallera mayor camino de la Virgen de los Desamparados de San Esteban, cuando lo que ves es al negro Máiquel Yacson de la antigua estación de Plaza de Armas disfrazado de Papá Noel en su puesto de trabajo semafórico.
O será que no es por Valencia, sino que es por el Aljarafe cohetero de los toros de fuego. Sevilla se nos pone en estas fechas aljarafeña. Hay que ver lo que gusta un cohete en esos pueblos del Aljarafe, en ese Benacazón. Será la herencia morisca de la cornisa, que dejó esta costumbre de correr la pólvora, reguero que llegó hasta a hacer rocieros a los cohetes: «Cohetitos van y vienen/que la Virgen va a salir». Pero la Virgen que va a salir ahora no es la del Rocío, sino la de los nacimientos. Sea como fuere, como las prohibiciones de venta de petardos son un deseo siempre incumplido, nos quedamos con estos días de petardos pirotécnicos propiamente dichos. Nos quedamos con el triquitraque de correr la pólvora, puñeteros niños; con las explosiones que pegan, que le ponen a uno el corazón en un puño. Al fin y al cabo, estos petardos de los chiquillos no hacen mal a nadie, tímpanos reventados al margen. Y además, duran solamente unos días. El 7 de enero, cuando empiecen las rebajas y ya se hayan desperdiciado y pisoteado en las cabalgatas de los barrios todas las toneladas de caramelos que nadie se ha dignado agacharse para recoger y que harían felices a los pobres niños del Tercer Mundo, ese día, decía, ya no estallará un solo petardo. Un solo petardo pirotécnico de las Pascuas, se entiende.
Porque de los otros petardos, de los petardos sevillanos propiamente dichos, de los petardos de toda la vida, de los petardos humanos, no te quiero ni contar la cantidad de ellos que quedan, desgraciadamente. Los malos y dañinos son estos otros petardos. Los auténticos petardos de toda petardez que tenemos que aguantar en Sevilla a lo largo del año, ocupando puestos importantísimos en la política, en la vida pública, en las empresas, en la cultura, en la comunicación, en la economía, en los grupos de presión, en las artes, en el pintamiento de mona. Esos petardos, como no hacen ruido, no están prohibidos, y a veces incluso hasta les ponen medallas de Andalucía y los hacen hijos predilectos. Sevilla sufre cada día del año estos petardos, sin que nadie haga nada por evitarlos. Por no hablar del petardo gordo, vaya petardo, de que quisieran hacer a Sevilla las Azores de la Paz. ¿Por qué no dejamos mejor en paz a las Azores, para que Sevilla sea Sevilla y los carteles de toros no sean del tebeo?
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