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El Recuadro   

 El fútbol será sin goles

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Puerta grande para un alguacil

Pues el tiempo no ha pasado, el reloj que está sobre el balconcillo de piedra del Palco de la Diputación se ha detenido en esta tarde antigua de vegueros y abanicos, de viseras de azulón cartón de estereotipia en el tendido 11, no son las cinco y media de la tarde, es siempre nunca todavía, y con permiso de la autoridad y como el tiempo, ay, el tiempo irreparable no lo impide, va a empezar la corrida, hasta la bandera, todo el papel vendido, ¿Resurrección?, sí, digamos que es Domingo de Resurrección, de resurrección de los sueños, de los recuerdos, domingo de resurrección de la nostalgia, porque ahí, en la puerta de cuadrillas, están Curro Romero y dos más, y en su delantera de grada de sol y sombra, de Murillo y Velázquez, de José y de Juan, está acodado el maestro Pepín Tristán, dispuesto darle al tatachín del pasodoble que escribió Borbujo en cuantito que asome el usía sobre el damasco rojo de la presidencia y saque el pañuelo blanco de decir adiós al barco de las vísperas, y en el burladero de la empresa están Diodoro, Rufino, El Potra, los Ríos Mozo, y Carmen Núñez y José Murube en el palco de los ganaderos, y los tiesos de rigor en el del Aero, y don Eduardo Miura por cualquier discreción con gafas oscuras, y Pepe Luis Vázquez, tapadito en una grada de sol con derecho a no ver la corrida por culpa de la puñetera columna, porque de los otros dos que ahí están reliados en el capote junto al Faraón para el paseo, el uno es de Jerez y se llama Rafael ,y el otro es de San Bernardo, carne de su carne de la Puerta de la Carne, y se llama José Luis.

Y si sé que todo esto ocurre, que la ciudad está sosegada y en calma como corresponde a la festividad del día, es porque, al igual que en las horas grandes del Jueves Santo, ha pasado la ronda. La ronda de los alguaciles, despejando la incógnita de la belleza en el encerado del brillo del albero recién regado. Hoy el despeje de los alguaciles de la plaza de los toros es la ronda de la muerte. Este es el último despeje de plaza que le vas a ver a Trigo el alguacil, todo el empaque de la Casa de Austria, todo Velázquez y una mijita de Pantoja de la Cruz en su golilla. De los dos alguaciles de este Real Cuerpo, es el mayor, el que más prestancia lleva, erguido en la silla de su caballo, como pidiendo bronce de estatua. Se llama Joaquín Zulueta Trigo. De los trigos del pan de Alcalá, la Alcalá de Calderón, el banderillero que estaba en la foto de la contaduría de la calle Zaragoza apartando a Juan de los cuernos de aquel novillo al que le pedía que lo matara, ofreciéndole su pecho y la rabia de su juventud. De la Alcalá del Alcalareño cuya gesta romancesca en Madrid cantaba la comparsa de Joaquín el de la Paula que reconstruyó Manolito Orea.

Ea, ahí va Trigo el alguacil en el paseo, capitán general de las cuadrillas. Ahora han abierto las tablas de la Puerta del Príncipe, para que entre con su caballo a pedir la llave al presidente. Se quita el sombrero, que lleva dos plumas como de armao del Arenal, y con él recoge la llave de los toriles que cae desde el alto palco. Este hombre es el que más veces ha salido por la Puerta del Príncipe; sin atravesar nunca la reja del convento de Regina Angelorum, da lo mismo, pero todas las tardes llega a los mismos umbrales de la gloria, para que otros la tengan. En la ronda del Jueves Santo, el asistente lleva colgada al cuello la llave del sagrario; en esta ronda de la suerte y la muerte, Trigo va con la llave de los chiqueros en la mano, como el San Pedro de la Puerta del Perdón, para entregársela al torilero. Vedlo galopar ahora, en derechura a los chiqueros, jinete torero, como para ponerle un rejón de muerte al toro de bronce del portón de los sustos. Arriba, en el Palco de la Diputación, está en piedra el escudo de la Maestranza. Ese escudo lleva un jinete. Es éste. Este alguacil de Sevilla, más caballero que muchos que por caballeros se tienen, que impone la ley con sólo destocarse, con sólo dar dos palmadas en las tablas, más señor que muchos señores. Hoy, sevillano, los alguaciles de la plaza de los toros van en la nostalgia más de negro luto que nunca, porque Trigo, el que cambiaba la golilla por su vara de hermano mayor del Rocío del Salvador, se ha ido en su caballo del escudo de los maestrantes para entregarle en mano la llave de la vida al mismísimo San Pedro, que ha dicho que hoy sí le abran la puerta de la reja de Regina Angelorum.

 

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