QUIÉN
nos iba a decir que por el precio de una
claudicación del Estado ante los terroristas nos
íbamos a encontrar con una Zona Cero, a la
americana, en Madrid. El gris de esa desolación ya
lo conocíamos del 11-S. Ese paisaje como lunar ya
nos sonaba. Y con el mismo dolor hispano. En la Zona
Cero neoyorquina nos decían que podían yacer entre
las ruinas más cadáveres de hispanos de los censados
en las listas de bajas, por cuanto muchos eran
simpapeles, anónimas vidas segadas por la locura.
Zona Cero... Ay, qué
mal los nombres ponía quien aplicó la comparación
americana a Barajas. Las terminales de la ideología
dominante fabrican antiamericanismo a la máxima
capacidad de producción y, simultánea y
paradójicamente, ¡lo que nos gusta copiar a los
Estados Unidos! Hasta esta denominación de Zona Cero
ha venido cantada, apoyada por los paisajes de la
desolación de la estructura colapsada del
aparcamiento de Barajas. Aparte de en vidas y
esperanzas, ¿cuánto nos costará esto en dinero?
Me gustaría que
supiéramos imitar de los Estados Unidos no la
anécdota de un nombre, sino la categoría de una
sociedad entera hecha una piña contra el terrorismo.
No ahora, sino siempre, en aquellos entonces de la
frivolización del diálogo, del Proceso, del
triunfalismo de la paz, ¿de qué paz? Cuando la
sociedad, con un Gobierno democrático a la cabeza,
miraba hacia otro lado ante el desafío de los
terroristas, ante su enchulamiento por las calles
atemorizadas con sus autobuses quemados y sus
oficinas asaltadas, en sus ruedas de prensa, en sus
patadas ante los tribunales de Justicia.
Me gustaría que, en
efecto, Barajas fuera la Zona Cero. Pero como allí
en Nueva York aquel septiembre, con el presidente
del Gobierno encabezando el dolor, la repulsa, la
acción decidida del «¡a por ellos!». Sin el menor
lugar para las florituras de las interpretaciones
semánticas, que si diálogo, que si proceso, que si
accidente, que si suspensión, que si ruptura... Ante
la tragedia de aquella Zona Cero, los americanos no
tenían que padecer la ignominia de encima tener que
ver cómo se limpiaban en las cortinas con los lances
de esgrima verbal y semántica de los espadachines
del doble o triple filo de las palabras, porque todo
estaba clarísimo, y la sociedad entera iba «¡a por
ellos!», como aquí nunca se debió dejar de ir,
tirando por la borda el capital moral del Espíritu
de Ermua, el rearme ético del Pacto por las
Libertades y contra el Terrorismo, o de la Ley de
Partidos.
En la continua
representación de las tesis de Larra, si de «todo el
año es Carnaval» pasamos al perenne Día de los
Inocentes con los increíbles vengayás que el
Gobierno se iba inventando para que no nos fijásemos
en la triste ceremonia de la claudicación, ahora
llegamos a otro título famoso de Fígaro: «Tarde y
mal». El tono de la respuesta social me recuerda a
Larra y también a García Lorca, al «qué trabajito me
cuesta quererte como te quiero». Qué trabajito les
está costando a los que hasta ahora se han negado al
reconocimiento de lo obvio en materia de
criminalidad del terrorismo proclamar que iban por
un camino equivocado. No sólo a los dirigentes
políticos; lo observo en la sociedad. Los explosivos
de la furgoneta-bomba han colapsado cuatro plantas
de forjados de alta resistencia de un aparcamiento,
pero eso no ha sido lo más grave: han abierto bajo
los pies de muchos la evidencia del abismo por el
que nos llevaban hacia la nada más absoluta con tal
de aparecer ante la Historia como pacificadores.
En la Zona Cero, los
americanos colocaban banderas nacionales,
enarbolaban frente a la adversidad todo el orgullo
patrio. ¿Se imaginan que hubiese habido quienes en
aquellos días de los grisáceos escombros de Nueva
York se hubieran aferrado a tener que negociar con
Al Qaeda, diciendo que todo era un paréntesis, una
anécdota, un accidente? En nuestra Zona Cero hay
quienes se aferran a ese clavo ardiendo para seguir
alimentando su orgullo suicida de nadie sabe qué
Proceso ni qué diálogo con los asesinos. Así que,
por favor, no llamen más Zona Cero a esa tierra que
se ha abierto en Barajas bajo los pies de quienes
ahora más claramente que nunca se ha visto cómo nos
llevaban hacia el abismo hecho, una vez más, muerte.