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El Recuadro   

 El fútbol será sin goles

ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


Nuestra Zona Cero

QUIÉN nos iba a decir que por el precio de una claudicación del Estado ante los terroristas nos íbamos a encontrar con una Zona Cero, a la americana, en Madrid. El gris de esa desolación ya lo conocíamos del 11-S. Ese paisaje como lunar ya nos sonaba. Y con el mismo dolor hispano. En la Zona Cero neoyorquina nos decían que podían yacer entre las ruinas más cadáveres de hispanos de los censados en las listas de bajas, por cuanto muchos eran simpapeles, anónimas vidas segadas por la locura.
Zona Cero... Ay, qué mal los nombres ponía quien aplicó la comparación americana a Barajas. Las terminales de la ideología dominante fabrican antiamericanismo a la máxima capacidad de producción y, simultánea y paradójicamente, ¡lo que nos gusta copiar a los Estados Unidos! Hasta esta denominación de Zona Cero ha venido cantada, apoyada por los paisajes de la desolación de la estructura colapsada del aparcamiento de Barajas. Aparte de en vidas y esperanzas, ¿cuánto nos costará esto en dinero?
Me gustaría que supiéramos imitar de los Estados Unidos no la anécdota de un nombre, sino la categoría de una sociedad entera hecha una piña contra el terrorismo. No ahora, sino siempre, en aquellos entonces de la frivolización del diálogo, del Proceso, del triunfalismo de la paz, ¿de qué paz? Cuando la sociedad, con un Gobierno democrático a la cabeza, miraba hacia otro lado ante el desafío de los terroristas, ante su enchulamiento por las calles atemorizadas con sus autobuses quemados y sus oficinas asaltadas, en sus ruedas de prensa, en sus patadas ante los tribunales de Justicia.
Me gustaría que, en efecto, Barajas fuera la Zona Cero. Pero como allí en Nueva York aquel septiembre, con el presidente del Gobierno encabezando el dolor, la repulsa, la acción decidida del «¡a por ellos!». Sin el menor lugar para las florituras de las interpretaciones semánticas, que si diálogo, que si proceso, que si accidente, que si suspensión, que si ruptura... Ante la tragedia de aquella Zona Cero, los americanos no tenían que padecer la ignominia de encima tener que ver cómo se limpiaban en las cortinas con los lances de esgrima verbal y semántica de los espadachines del doble o triple filo de las palabras, porque todo estaba clarísimo, y la sociedad entera iba «¡a por ellos!», como aquí nunca se debió dejar de ir, tirando por la borda el capital moral del Espíritu de Ermua, el rearme ético del Pacto por las Libertades y contra el Terrorismo, o de la Ley de Partidos.
En la continua representación de las tesis de Larra, si de «todo el año es Carnaval» pasamos al perenne Día de los Inocentes con los increíbles vengayás que el Gobierno se iba inventando para que no nos fijásemos en la triste ceremonia de la claudicación, ahora llegamos a otro título famoso de Fígaro: «Tarde y mal». El tono de la respuesta social me recuerda a Larra y también a García Lorca, al «qué trabajito me cuesta quererte como te quiero». Qué trabajito les está costando a los que hasta ahora se han negado al reconocimiento de lo obvio en materia de criminalidad del terrorismo proclamar que iban por un camino equivocado. No sólo a los dirigentes políticos; lo observo en la sociedad. Los explosivos de la furgoneta-bomba han colapsado cuatro plantas de forjados de alta resistencia de un aparcamiento, pero eso no ha sido lo más grave: han abierto bajo los pies de muchos la evidencia del abismo por el que nos llevaban hacia la nada más absoluta con tal de aparecer ante la Historia como pacificadores.
En la Zona Cero, los americanos colocaban banderas nacionales, enarbolaban frente a la adversidad todo el orgullo patrio. ¿Se imaginan que hubiese habido quienes en aquellos días de los grisáceos escombros de Nueva York se hubieran aferrado a tener que negociar con Al Qaeda, diciendo que todo era un paréntesis, una anécdota, un accidente? En nuestra Zona Cero hay quienes se aferran a ese clavo ardiendo para seguir alimentando su orgullo suicida de nadie sabe qué Proceso ni qué diálogo con los asesinos. Así que, por favor, no llamen más Zona Cero a esa tierra que se ha abierto en Barajas bajo los pies de quienes ahora más claramente que nunca se ha visto cómo nos llevaban hacia el abismo hecho, una vez más, muerte.

 

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