HACE
unos meses vino en ABC una carta al director
divertidísima. Un industrial exponía sus quejas y
empezaba diciendo: «Soy propietario de lo que la
nueva ley llama un Centro de Tratamiento de
Vehículos Fuera de Uso; vamos, lo que toda la vida
de Dios ha sido un desguace de coches». Ese mismo
día, que lo tengo apuntado, se informaba de un
monumento que proyectaban erigir en el cabo
Trafalgar, en recuerdo de la histórica batalla
naval, encargado al pintor Guillermo Pérez
Villalta. ¿Saben qué nombre le habían puesto al
Monumento a la Batalla de Trafalgar? Pues
«Monumento a la Paz y la Concordia de los
Pueblos». ¡Traga quina, Gravina! Tanto se usan
estas chorradas gramaticales, que se nos está
haciendo el cuerpo a que los políticos usen este
lenguaje tan gilipollescamente correcto de llamar
a las cosas del modo más rebuscado.
Lo digo por el
tranvía.
De momento hemos
hocicado todos, y al tranvía le decimos esa
tontería de Metrocentro que le pusieron los que en
mala hora lo pensaron. Y ahora, las catenarias
dichosas.
¡Qué catenarias ni
catenarias, ni qué niño muerto! Esos son los
cables del tranvía de toda la vida, joé.
Usemos la suprema
venganza del lenguaje: a los que nos amargan la
vida gastándose nuestro dinero en las catenarias
del inútil Metrocentro hay que darles con el
diccionario hasta en el cielo de la boca (el cielo
que perdimos de la boca, naturalmente) y decirles
que ésos han sido siempre los cables del tranvía.
¿Saben qué dice el
DRAE de «catenaria»? Esto: «Del lat. catenaria,
propia de la cadena. 1. adj. Dícese de la curva
que forma una cadena, cuerda o cosa semejante
suspendida entre dos puntos que no están situados
en la misma vertical. Ú.m.c.S.» ¿Cómo van a ser
catenarias los cables del tranvía, si al menos los
que hubo en Sevilla eran sin comba ninguna, más
derechos que una vela? Catenaria es ese cable de
alta tensión que pasa por lo alto del patio de un
colegio. Catenaria es el cable de la luz que
alimenta en su vía al Ave y al ferrobús de Lora.
Pero los que están poniendo en La Pasarela y en la
calle San Fernando, ese horror con columnas negras
gordas y retotolludas, como palo central de carpa
de circo de Angel Cristo, son los cables del
tranvía. Con mucho cuento y tirando mucho el
dinero, como lo han tirado en la calle San
Fernando poniendo farolas- supositorio en vez de
las fernandinas nuevecitas que había allí y que
sabe Dios dónde estarán, en qué chatarrero de la
Copa Davis.
Sevilla estaba antes
perfectamente surcada de vías del tranvía con sus
correspondientes cables y para sostenerlos no
había ni una sola de estas columnas negras, gordas
y retotolludas, a las que (la parte por el todo)
también llaman catenarias. Los cables del tranvía
eran sostenidos por las farolas en toda la
Avenida. Y en las calles más estrechas, por
tirantes metálicos, al modo de la iluminación de
Navidad, que iban de fachada a fachada. Cables del
tranvía gloriosos, gracias a los cuales el
costalero Ricardo Gordillo «El Balilla» acuñó la
frase sublime de «Al cielo con Ella», cuando el
Gordo Penitente, al ordenar una levantá del palio
de la Virgen de los Gitanos en la calle Almirante
Apodaca, según recuerda allí un azulejo, mandó:
-¡A los cables con
Ella!
Y el patero Balilla
corrigió:
-¡A los cables, no!
¡Al cielo con ella!
¿Se imaginan ahora a
un capataz diciendo «¡A la catenaria con Ella!»?
No me lo imagino. Pero tal como han colocado de
mal las vías en la carrera oficial de la Avenida,
una fábrica de tobillos rotos, sí se repetirá la
vieja historia del nazareno que, de penitencia,
descalzo, iba en su cofradía para entrar por la
Puerta San Miguel de la Catedral, cuando con su
cirio al cuadril siguió todo derecho, como para La
Ibense, como si fuera la banda de música, a lo que
el diputado de tramo le dijo:
-Hermano, hermano,
tuerza a la izquierda, que vamos a entrar en la
Catedral.