EN
San Bernardo, por donde los pisos municipales de
la Estación de Autobuses lindan con los bautizos
y con los funerales, el párroco don José Alvarez
Allende decía una misa por el alma de la viuda
del crítico taurino Enrique Vila. Terminada esa
misa, cuando venía de dar la cabezada a su hija,
la exquisita americanista Enriqueta Vila, me
encontré con el ex senador del Reino y caballero
gran cruz de la Orden de San Raimundo de
Peñafort, excelentísimo señor don Juan Moya
Sanabria. Perdonen. Ojú, lo he puesto como lo
mentaban en el «Diario de Sesiones». Lo diré en
sevillano: en la misa por la madre de Enriqueta
Vila fue la última vez que me encontré con Juan
Moya. Sí, el de los Estudiantes, el pregonero de
la Semana Santa de 1989, el senador del PP, el
abogado, vamos, Juanito, el hijo de don Juan
Moya García.
Aquella tarde
funeral ya habían circulado ampliamente por
Sevilla las noticias que el teletipo de los
crisantemos había repicado sobre Juan. En las
viejas tecnologías de Sevilla hay muchos canales
temáticos: el teletipo de las amapolas lleva a
Gines o a Camas las noticias de los triunfos de
sus toreros; el teletipo del incienso difunde
chauchaus cofradieros; el teletipo de la piqueta
anuncia el cierre de los comercios
tradicionales. Y el teletipo de los crisantemos
te trae exactas y dolorosas noticias de males y
marchas al otro barrio. Juan Moya me sabía
abonado a la agencia sevillana que surte de
noticias el teletipo de los crisantemos;
sabedor, por tanto, de su mal, de su abnegada
lucha por la vida. Fue de escalofrío el
encuentro de aquella tarde en San Bernardo. Juan
Moya estaba en una nave lateral; no en cualquier
sitio, sino ante el retablo de Herrera el Viejo
que representa el Juicio Final. Con esa
familiaridad barroca que el sevillano tiene con
la muerte, sin que yo le dijera ni media palabra
del teletipo dichoso, me largó:
-Aquí me tienes,
Antonio. La gente me quiere dar ya por muerto,
pero yo me encuentro la mar de bien y con
fuerzas...
Sólo un hombre de
fe, sólo un sevillano cabal como Juan Moya
Sanabria puede afrontar con tal entereza su
propia muerte. Era como si Juan Moya me
devolviera el cruel teletipo de los crisantemos
hecho amoroso teletipo de los lirios. Los lirios
del buen morir. Los lirios del paso de su Cristo
de la Buena Muerte. De esos lirios hablaba el
otro día un cronista sevillano, en líneas que
Juan Moya aún pudo leer y que le regalaron
enmarcadas en plata. Yo hoy tomo el marco de
plata de la memoria para recuadrar esos lirios
de Juan Moya. Son los lirios de su Cristo de los
Estudiantes, con los que aprendió su lección de
vida, su lección de muerte. Sevilla, como ese
paso, alterna los lirios morados y los rojos
claveles. La vida de Juan Moya estuvo siempre
entre los rojos claveles de la ilusión por su
profesión y su familia y la alegría del servicio
a Sevilla como senador, y estos lirios morados
de las penas y quebrantos. Siempre recordaré a
Juan junto a unos lirios, en nuestro barrio. Va
su cofradía por la calle Arfe, recién pasado el
Arco, y allá que va con su vara de hermano mayor
el pregonero hijo de pregonero y padre de
pregonero. (Coleccionistas de las cosas de
Sevilla, ¿hubo otro caso como el de los Juanes
Moya?) Va Juan Moya con su vara de hermano mayor
y ahora la cofradía pasa por la esquina de
Varflora. Allí, el Viernes, a prima tarde, me lo
encuentro cada año, terno negro, corbata negra.
Está junto a los lirios del barco del Señor de
la Salud cuando enfila la Puertalarená. Siempre
está Juan junto a unos lirios. Como lo estaba
aquella noche de dolor y coraje, cuando la
fuerza de una levantá decapitó la imagen del
Crucificado carretero por la Casa La Moneda, y,
sin que nadie supiera de dónde salía, al
instante estaba allí Juan Moya para consolar las
lágrimas de Pepe Andreu y de toda la hermandad.
El teletipo de
esos lirios de la Buena Muerte, de esos lirios
de la Carretería, me iba anunciando que esas
flores de la pasión de Juan Moya por Sevilla y
sus sueños se iban agostando conforme avanzaba
el invierno. Hasta que ayer, de mañana,
repiqueteó con una definitiva noticia de lirios.
Sonó con la esquila del muñidor de La Mortaja:
«Juan Moya ha muerto en la Cruz Roja de Triana.
Su hijo va camino de casa a buscar su túnica».
Sobre esa túnica, los que te respetamos y te
quisimos te dejamos ahora, Juan Moya, estos
lirios carreteros de Viernes para que te
acompañen en tu Martes definitivo.