Biografía y libros de Antonio Burgos Libro "Sevilla en cien recuadros"
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Antonio Burgos recibe el «Joaquín Romero Murube» de manos del alcalde en la Casa de ABC Información en "El Mundo"«A partir de ahora
queda el venerable nombre de Joaquín Romero Murube unido oficialmente a
mi biografía, distinguiendo un artículo que nunca hubiera querido
escribir», afirmó Burgos en su discurso "Un artículo de primera necesidad", por Angel Pérez Guerra Información completa de la cena de entrega Discurso de Rogelio Reyes Cano Discurso de Antonio Burgos
SEVILLA. El escritor
Antonio Burgos recibió anoche en la Casa de ABC el
IV premio «Joaquín Romero
Murube», que le fue concedido recientemente por la publicación de su
artículo
«Farol de cruz de guía», en «El Mundo de Andalucía», el pasado 17 de abril. Este premio, que tiene una dotación económica de 6.000 euros, fue otorgado por un jurado presidido por Rogelio Reyes Cano, y compuesto por José María Cabeza, Carlos Herrera, José Miguel Santiago Castelo y Joaquín Caro Romero.
Un
artículo de primera necesidad Como el pan del desayuno, como los pasos de peatones, como el flamear de una bandera, como la incertidumbre meteorológica de un Viernes Santo, como Zaqueo el Domingo de Ramos, como la Esperanza así, con mayúscula; como el Gran Poder de un Niño arrobado en el sonajero de un muñidor entre libreas, que precede a ese mismo Niño, muerto, nuevamente en brazos de su Madre. Como el silencio que se hace tras un criminal tubo de escape, como el café de la sobremesa, como esos puntitos blancos levemente mecidos por vaharadas templadas sobre un fondo verde de antifaz y de naranjo. Como la Giganta sobre la torre fortísima, como el recuerdo del padre fajándose con el esparto de las penas vividas y de los sustos remontados merced a la fe y a su socorro. Como el pabilo vacilante que nunca dobla del todo porque está ahí el cristal de la nostalgia guardándolo de la brisa traicionera, del olvido. Así es el artículo periodístico en Sevilla. Y si ha tenido un mástil de plata que lo sostenga sin desmayo, si ha habido un pertiguero capaz de levantar las cuatro esquinas de los ciriales con milimétrica precisión y belleza, inspiración y ajuste, ése ha sido el hijo de aquel nazareno de negro que escoltaba con su farol encendido la cruz de las herramientas de Pasión, el sastre que eso hacía cada Madrugá por el más noble de los sentimientos humanos: por amor a un niño amenazado de muerte. Un niño del Arenal ante cuyo nombre el periodismo sevillano se inclina: Antonio Burgos Belinchón. Ayer, salió de San Lorenzo una representación de la Soledad. Era una delegación solitaria, porque estaba compuesta por un solo hombre que también iba siempre de negro, un sevillano triste, como de museo castellano, un heredero del repartimiento fernandino, sumamente discreto y tímido, que se conocía a sí mismo como pocos, que conocía al hombre y sobre todo a la mujer tan bien como a sí mismo, y a Sevilla aún mejor si cabe. Quiso ponerse al otro lado de la cruz de guía del Señor de Sevilla, para cumplir con las reglas de la barroca simetría. Esa hierática figura de poeta cuaresmal que parecía -aunque no era cierto- estar siempre haciendo una estación de penitencia, en el mundo Joaquín Romero Murube, se hizo premio a un artículo periodístico, del que él fuera emérito maestro, y anoche fue entregado al niño de ese nazareno del farol ante cuya presencia, paradójicamente, toda boca enmudece, toda retina se dilata, todo ruido se diluye, y todo anuncia al único Nazareno verdadero. Volver al comienzo de esta página
SEVILLA.- El
escritor Antonio Burgos, columnista del diario EL MUNDO, recogió
el miércoles por la noche en Sevilla el premio 'Joaquín Romero Murube',
convocado por el diario ABC y dotado con 6.000 euros, por un artículo
sobre la Semana Santa titulado
«Farol de cruz de guía».
El jurado, presidido por el catedrático
de Literatura Rogelio Reyes, acordó conceder por mayoría el premio, que
este año celebra su IV edición, a ese artículo publicado el pasado
17 de octubre en la edición andaluza de EL MUNDO.
El
premio "Joaquín Romero Murube" se instituyó para rendir
homenaje al articulista del mismo nombre y a través de él "se
reconocen los mejores trabajos periodísticos publicados durante un año
en España", explica ABC.
Antonio Burgos comenzó su labor periodística
en 1966 en ABC de Sevilla y en 1993 pasó como columnista al diario EL
MUNDO.
Al acto asistieron el presidente
de Vocento, Santiago Ybarra; el presidente de honor de ABC, Guillermo Luca
de Tena; la presidenta editora del diario, Catalina Luca de Tena; el
director de ABC, José Antonio Zarzalejos y el director de la edición de
Sevilla, Alvaro Ybarra.
También acudieron el delegado del
Gobierno en Andalucía, José Ignacio Zoido; el alcalde de Sevilla,
Alfredo Sánchez Monteseirín; el presidente de la Confederación de
Empresarios de Andalucía, Santiago Herrero; la presidenta regional del PP,
Teófila Martínez; y el secretario regional de esta formación, Antonio
Sanz.
El diestro Curro Romero y el cantaor
Juanito Valderrama se encontraban también entre los numerosos
asistentes, además de los diseñadores Vittorio y Lucchino, la galerista
Juana de Aizpuru y Guillermo Pérez Villalta. Cena en la Casa de ABC de Sevilla con motivo de la entrega del premio «Joaquín Romero Murube» Discurso de Rogelio Reyes Cano Discurso de Antonio Burgos Personalidades de la vida política, económica, cultural y periodística de Andalucía se reunieron el miércoles en la Casa de ABC para celebrar en una cena-homenaje a Antonio Burgos la cuarta edición del premio «Joaquín Romero Murube» al mejor artículo de 2003EL escritor Antonio Burgos recibió la
noche del miércoles en la Casa de ABC de manos del alcalde de Sevilla,
Alfredo Sánchez Monteseirín, el IV Premio «Joaquín Romero Murube»,
por su artículo «Farol de cruz de guía», publicado en «El Mundo de
Andalucía» el pasado 17 de abril. Junto al alcalde y al autor
galardonado se sentaron en la mesa que presidió la cena-homenaje el
delegado del Gobierno en Andalucía, Juan Ignacio Zoido, la presidenta del
PP-A, Teófila Martínez, el presidente de honor de Vocento y ABC,
Guillermo Luca de Tena, el presidente de Vocento, Santiago Ybarra, la
presidenta y editora de ABC, Catalina Luca de Tena, el consejero delegado
de ABC, Santiago Alonso, el director de ABC, José Antonio Zarzalejos, el
director de ABC de Sevilla, Álvaro Ybarra Pacheco, el director de la
Academia de Buenas Letras de Sevilla y presidente del jurado, Rogelio
Reyes Cano, y la Duquesa de Alba. Tras la cena abrió el turno de
intervenciones la presidenta y editoria de ABC, Catalina Luca de Tena, que
afirmó que con este premio «se unen dos nombres claves de la Literatura
y el Periodismo sevillanos del último siglo: Joaquín Romero Murube y
Antonio Burgos». «No podía sentirse ABC más orgulloso que fundiendo
estos dos nombres en un premio que recuerda al inolvidable conservador del
Alcázar sevillano, cuya vida fue una entrega amorosa a esta ciudad. Poesía
y prosa, periodismo vivo, Joaquín Romero Murube fue uno de los lujos que
tuvo ABC de Sevilla», añadió. Después tomó la palabra el director de
la Academia de Buenas Letras y presidente del Jurado, Rogelio Reyes Cano,
quien afirmó que «la identificación de un escritor con una ciudad ha
sido muy pocas veces lograda. Y no voy a caer en la obviedad -y menos aun
en esta casa de ABC- de enumerar los muchos méritos literarios ni a
descubrir a estas alturas la solvencia profesional de Antonio
Burgos, consagrado ya desde hace muchos años como una importante figura
del periodismo español de nuestro tiempo. Como muestra de esa
consagración». Reyes Cano recordó que Burgos es académico de Buenas
Letras de Sevilla y que tiene en su haber, entre otros galardones, el «Mariano
de Cavia», y comentó que «lo primero dice mucho de su hondo
sevillanismo cultural. Lo segundo, de su innegable maestría en el mundo
de la prensa escrita». Volver al comienzo de esta
página Y las gracias que quiero dar las simbolizo en el patrón de esta casa: don Guillermo Luca de Tena y Brunet. Gracias, viejo amigo Guillermo, por tantas y tantas cosas. Los que hemos tenido el honor de trabajar a tus órdenes te habíamos concedido hace ya muchos lustros la grandeza de España que ahora te ha reconocido Su Majestad. Y sin que esto salga de la emoción de unos compases de la marcha de Gómez Zarzuela, qué título más sevillano eligió usted, maestro, cuando se lo pidió El Rey para crearlo marqués. Cualquiera puede pensar que lo del Valle de Tena es un homenaje a una cuna de antepasados del Alto Aragón. Los sevillanos sabemos que no. Guillermo Luca de Tena es el único marqués del Reino que lleva en su título el nombre de su cofradía y la emoción que sintió a verle en la calle por vez primera, un lejano Jueves Santo, los ojos a su Virgen: El Valle. El Valle de la túnica morada de nazareno del Jueves Santo, cuando era director de este ABC en la Enramadilla. En cuanto a lo de Tena, es también Sevilla pura. Tena como la casa de los Maldonado en la Plaza de los Carros, aquella donde hacía tanto frío que los abrigos estaban puestos en un perchero junto a la cancela y se los ponían sus moradores al entrar en ella, no al salir a la calle. Tena como los almacenes de Tena en la Huerta de la Salud, donde luego estarían las rotativas y las bobinas de papel de las Tres Letras. Tena como el aceite de la Casa Tena o el agua de azahar maravillosa que destilaban con naranjos en flor que nos aplacaban los nervios en el fruto de los exámenes de reválida. Santiago Castelo y servidor llamamos "patrón" a Guillermo Luca de Tena no sólo en el sentido empresarial de la línea editorial y del bingo de las manos de periódicos vendidas y la cuenta de explotación, sino en la décima acepción académica de la palabra: "Modelo que sirve de muestra para sacar otra cosa igual". Por lo que compruebo de su sentido de la lealtad a la Corona en el servicio a España, de su defensa de la independencia y espíritu de la cabecera contra vientos conocidos y mareas por conocer, hay una tercera persona que también lo llama "patrón" con esa acepción: patrón de plata con que medir renuncias y sueños perdidos por servir a un sueño. Esa tercera persona del singular, bastante singular, es doña Catalina Luca de Tena García-Conde, a quien quiero agradecer sus más que generosas palabras, como editora de este periódico sevillano que es como una Plaza de España de papel, como la de Aníbal González y Alvarez-Ossorio, levantada en memoria de don Torcuato Luca de Tena y Alvarez-Ossorio por su hijo don Juan Ignacio Luca de Tena y García de Torres. Gracias a don Rogelio Reyes Cano no sólo por el exceso de sus palabras sobre este fraile de las columnas del claustro del articulismo que llegó a serlo gracias a que antes ejerció de cocinero en los fogones del plomo de periódico. Gracias también, querido profesor Reyes Cano, por las numerosas ocasiones anteriores en que ha reconocido valor literario a unos textos nacidos en un papel efímero que el tiempo, ay, siempre acaba poniendo amarillo de olvidos. Y en la persona de su presidente, mis gracias más hondas a todos los miembros del jurado que me concedió el honor del premio. Y al final, pero no el último, las gracias a don Francisco Rosell, mi director en El Mundo de Andalucía ahora y antes en Diario 16 de Andalucía, amigo y compañero cierto de las más inciertas horas de mi vida profesional, que me sigue permitiendo, en la mejor tradición de la prensa sevillana, continuar haciendo cada día literatura en el periódico. En estos periódicos nuestros cada vez más sometidos a la dictadura del diseño, del mercado, de los despachos de influencias, de las oficinas de relaciones corporativas, del marketing, del EGM, de la OJD y de la leche (leche Pascual, naturalmente, que es buen anunciante)... En estos periódicos nuestros de cada día, dánosle hoy, cada vez más cargados de opinión y más faltos de literatura. La literatura de periódico tiene hoy tan poco prestigio como para aquel viejo periodista sevillano casi iletrado aunque avezado en gacetillas de sucesos. Aquel viejo periodista, cada noche, entre cafés, humo de tabaco y copas de coñac, ante las plumas estilográficas garrapateando papel posteta y unas pocas máquinas de escribir aporreando folios, provocaba a los redactores con pujos literarios, a quienes despreciaba al grito cotidiano de: -- ¡Literatos, que sois todos unos literatos! Que yo me he enterado bien, y todas esas cosas que ponen ustedes en los artículos vienen en el Espasa. En el Espasa de la vida de la ciudad, del pulso de España, de nuestras sensaciones, de nuestras observaciones, de nuestros recuerdos, vienen, en efecto, todas esas cosas que a algunos nos está permitido escribir y a lo que llamamos artículo, que no columna. El artículo de periódico no tiene nada que ver con la columna, género cuyo nombre es anglicismo y cuya proliferación, tormento de lectores. Algunos, a fuer de periodistas, tenemos a gala seguir siendo articulistas y de no salir de capiroteros en la nutridísima Cofradía de la Columna. Por sevillanos no reconocemos más columnas que las de la Alameda o los mármoles de la calle del Aire. Cuántos columnistas hay en España, pero cuán pocos articulistas van quedando. La columna es de Madrid en el espacio y de la Transición en el tiempo, pero el artículo es de aquí de Sevilla y del ancho mundo, y de siempre. Escribir un artículo en Sevilla es muy fácil. Basta con dejarse ir, río abajo de la hermosura de la palabra, en la corriente de otras aguas que antes vivificaron este cauce. En esta luz con el tiempo dentro que como el Moguer juanramoniano que es Sevilla, cuando te pones a escribir un artículo sabes que estás pisando las mismas calles literarias que los tres grandes Manolos: Manuel Halcón, Manuel Sánchez del Arco, Manuel Chaves Nogales. O las de José Andrés Vázquez, de don Santiago Montoto, de Galerín, de Don Cecilio de Triana, de Juan María Vázquez, de José Laguillo, de José María del Rey. O que estás sintiendo las mismas sensaciones de los poemas de Rafael Montesinos, de Manuel Mantero, de Juan Sierra, de Rafael de León. Sabes que tu voz la tienes como prestada por una tradición, que es la voz de los compañeros que ya no están y que fueron tus cercanos ejemplos y maestros en este oficio: Paco Otero, Javier Smith, Manuel Ferrand, Benigno González, José Antonio Blázquez. La voz de quien, como Antonio Colón, tu redactor-jefe, te animó a que escribieras sobre Sevilla la noche que le entregaste el original que te había encargado con la necro de don José Sebastián y Bandarán escrita de memoria, porque como suele ocurrir, no había un solo dato en la carpeta del archivo. O de quien, como Nicolás Salas, fue el director que te alentó para que desde aquel día de la Sevilla de la transición, en la que gracias a su campaña en este periódico la derecha sevillana, con su ceguera histórica, no tuvo más remedio que hocicar ante nuestra bandera verde y blanca, los lectores terminaran llamando "el recuadro" a la vieja sección del "Sevilla al día". En un artículo, como en una copla, cabe la vida; puede ser una novela de folio y medio; puede ser un pasillo de comedias o una tragedia griega en 60 líneas. Y más si ese artículo, como el que generosamente ha recibido el premio Romero Murube, es en realidad un poema en forma de artículo o un artículo en forma de poema. En resumen, un trozo de vida. El honrado por el premio es un artículo que nunca hubiera querido escribir. Nunca hubiera querido escribir mis dos mejores artículos. Aquel que se titulaba "Los zapatitos del Niño", que escribí tras ver que al de la Virgen de los Reyes ya se los había calzado bajo la mismísima tumbilla del cielo la chicarrera de Catedral. Y este que se titula "Farol de cruz de guía", que escribí el primer Miércoles Santo en que me faltaba el maestro sastre que durante tantos años, desde que el Cisquero me salvó la vida, llevó cada Madrugada, como promesa, la primera luz del cuerpo de nazarenos del Señor de Sevilla. Cuando el viejo, generoso patrón del periódico leyó aquel artículo de los zapatitos, me animó a que lo presentara al Cavia. Mas hube de esperar para embarcarme en ese buque insignia del articulismo español que es el Cavia a que S.A.R. Don Felipe de Borbón entrara de guardiamarinas por el portalón del "Juan Sebastián Elcano" como antes Don Juan y Don Juan Carlos, y a que Cádiz, por mi pluma, compusiera una "Habanera para un Príncipe". El día que este "Farol de cruz de guía" apareció en El Mundo, en el ABC venían publicadas las bases del Romero Murube. Y la que más me conoce y mejor me sobrelleva, la que dicen las malas lenguas que escribe todos mis artículos (y yo creo que están en lo cierto), mi querida Isabel, mi mujer, cuando lo leyó me animó a que con el Romero Murube pudiera ocurrirle a esta farol literario del alfayate lo que no pudo pasarle con el Cavia a aquellos chicarros legendarios de la zapatera. Ese farol que habré de aclarar que portaba el verdadero Maestro Burgos. Cuando por razones de edad y veteranía los compañeros más jóvenes o los lectores más caritativos me conceden cariñosamente ese título gremial, el de maestro, les digo: "No el verdadero Maestro Burgos ya murió; era Antonio Burgos Carmona; él sí que era maestro de verdad, maestro sastre y maestro de saberes sevillanos, y no aprendiz de escritorio como su hijo..." Premio Joaquín Romero Murube. Advierto que es ya de rúbrica que en esta cena el galardonado glose cada año la figura del autor de "Tierra y canción", y no habré de ser yo quien quiebre la costumbre, en esta ciudad donde no hay nada que nos guste más que inventarnos una tradición de nueva planta, que al punto pasa por centenaria. Si por Sevilla entendemos, como solemos sus amantes, la suma de todos los bienes de la verdad, de la bondad y de la belleza sin mezcla de mal alguno, ¿quién fundó, quién delimitó, quién conquistó, quién engrandeció lo que ahora entendemos por Sevilla? ¿Hércules, Julio César, San Fernando, el descubrimiento de América, Olavide, Cruz Conde, Queipo de Llano, Utrera Molina, Felipe González, Jacinto Pellón? Ninguno: fue Romero, como hubo otro Romero que le mostró a Sevilla su propia esencia, esencia de azahar, esencia de magnolio, esencia de jacaranda, esencia de buganvilla, esencia de jazmín, escanciándola de su frasco sobre los pliegues de un breve capote. Esta Sevilla ideal de los sueños y las perfecciones tuvo otros fundadores, otros conquistadores que la rodearon de las murallas de la belleza, como sacerdotes laicos del Padre Hércules. Romero Murube no fue solamente un escritor, sino el primer nuevo fundador de la ciudad, un conquistador que hubiera entrado con San Fernando, un ilustrado asistente, un comisario de los cielos perdidos, aparte de precursor de esto que luego, en la hoguera de las vanidades patrias, llamaron "nuevo periodismo". No hay mejor nuevo periodismo que el viejo periodismo sevillano. Nuevo Hércules de papel, Joaquín Romero hizo una nueva fundación de la ciudad. En sus artículos llegó a inventar una Sevilla ideal. Estamos ante un caso paralelo al de don José María Pemán, maestro de articulistas, con respecto a Cádiz. No en balde ambas ciudades son hermanas, hijas del mismo Padre Hércules Fundador, y en ésta nos sale del Arco del Postigo nacer a quienes nos adoptó aquélla en su Cuna de la Libertad, que tampoco es mala maternidad. Pemán y Romero me aparecen como nuevos dioses fundadores de las dos ciudades heracleas andaluzas. Con una diferencia sustancial. Para no dejar por embustero a don José, Cádiz terminó pareciéndose a la agustiniana ciudad ideal que Pemán soñó, con viuditas navieras, buitres en el monumento y hasta nieve de su premio Cavia. Incluso el vestuario de su teatral Piconera acabó como traje típico para las mujeres. A diferencia de la identificación gaditana con Pemán, Sevilla fue por un lado distinto al que le señalaba Romero Murube, hacia su degeneración. Sevilla no atendía cuantos piropos y requiebros el enamorado le decía en aquellos artículos en los que ejercía como de una especie de guardia de la porra sentimental y estética de una ciudad abandonada a su suerte, que cada día cogía recado de escribir para denunciar públicamente a los que iban en contramano de las esencias de la armonía. La Sevilla de Joaquín Romero está especialmente en los artículos, por los que lleva su nombre este premio. En ellos se prodigó su sensibilidad, en un largo lamento por la ciudad que iba viendo perderse cada día. Sevilla, como suele, no le hizo ningún caso ("las cosas de Joaquín...", decían), otorgándole el anulador estatuto de poeta de guardia, de loco enamorado de la ciudad, que había hecho del Alcázar un territorio exento de las sinvergonzonerías al uso. No ha de olvidarse en este punto su valiente batalla contra la destrucción de la plaza del Duque, con el derribo de la casa del marqués de Aracena y del antiguo palacio de los Guzmanes para hacer allí un mamotreto arquitectónico a la mayor gloria del Corte Inglés. Cuando se recuerda aquella honrosa batalla, que Joaquín Romero perdió gloriosamente, hay quien se siente como un nuevo Noé hablando de un segundo diluvio, de la plaza del Duque a una plaza que hay en el barrio del Arenal, de albero y silencios. Pero las cosas de Joaquín son las cosas de Sevilla. Y en aquella Sevilla que inventó Joaquín y por la que dio la cara aún alienta un atisbo de utopía, de ilusión, de esperanza, y se renueva el orgullo de lo nuestro, de nuestra identidad, de nuestras tradiciones, de nuestras costumbres, de nuestra luz. Yo que soy romerista por las esencias de don Francisco me he podido sentir por muchas cuestiones romerista de don Joaquín, hasta por bético esdrújulo por razones estéticas y románticas, o por depositario de un esqueje de aquel su jazmín lunero del Alcázar, que heredé de otro Cavia sevillano, de José Andrés Vázquez. De Joaquín Romero tenía este jazmín trasminando independencia y belleza cada luna en mi casa morada y tenía el ejemplo de su decisión de permanecer en la fidelidad de la tierra y aguantar aquí la dictadura, en vez de irse de héroe de la II República al rentable exilio mexicano o ponerse la camisa azul para irse al Madrid del Nuevo Imperio a ponerse en cola para la lotería de Doña Manolita de la fama literaria. Tenía de Joaquín el espejo de su firmeza frente a la destrucción de la ciudad; el garbo de unos artículos tan bien plumeados; la emoción de tanta poesía como sus prosas llevan dentro;su zumbón y casi británico sentido del humor, con algún que otro gato, en la barriga o en la portada de un libro. Gracias a quienes me han concedido el honor de este premio, a partir de ahora queda el venerable nombre de Joaquín Romero Murube unido oficialmente a mi biografía, distinguiendo un artículo que nunca hubiera querido escribir, porque es la inmensa metáfora del tiempo atrapado en la plata de la luz de Sevilla de un farol de cruz de guía que ya no lleva, ay, un maestro alfayate. Si se sabe la historia es porque el hijo de la zapatera del Niño de la Virgen de los Reyes es cronista en la ciudad y su corazón acertó a verlo una madrugada de silencios. Volver al comienzo de esta página
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