Joselito me tiene impresionado. Vamos, que hasta le perdono a
Joselito, a José Miguel Arroyo Joselito, ese pecado de soberbia de ángel rebelde
de haberse puesto, cuando soñaba triunfos en la escuela de tauromaquia de Madrid, el
sagrado nombre de José Gómez Ortega. A Joselito nunca se le perdonó en Sevilla que se
llamara Joselito, como no le perdonaríamos al otro ahora que en vez de El Juli se hubiera
puesto de apodo Belmonte. Hay nombres intocables, y Sevilla los tiene. Hay nombres
personales e intransferibles, y en el toreo, sólo en el toreo de Sevilla de este siglo,
hay todo un santoral: José, Juan, Pepe Luis, Curro.
Joselito me tiene impresionado
desde la otra tarde en que Rosa Villacastín echó en "Extra Rosa" el vídeo de
la llegada de Joselito al Hotel Colón, después de matar seis toros, seis, en la plaza de
Sevilla, en el aciago sábado de feria de San Miguel. Será que soy un sentimental, pero a
mí me impresiona cuando veo llorar a un torero. Me impresionó Fernando Cepeda cuando a
la luz de los focos de la plaza ya encendida, relucían más sus lágrimas dando la vuelta
al ruedo con una ansiada oreja en la mano. Me impresionó Antoñete en la plaza de
Antequera este verano, el Día de Curro, cuando volvía a la barrera después de matar un
toro cuyas dos orejas le estaban dando los blancos pañuelos de la plaza. Y me ha
impresionado ver a Joselito en la soledad de la escalera del Hotel Colón. Una feria de
mayo me encontré con la soledad de Julito Aparicio en el Hotel Jerez, una tarde que no le
salió un toro con el que expresar el arte de su madre Maleni Loreto y la técnica de su
padre Julio. Es terrible esa soledad del torero en las tardes de fracaso, cuando vuelve al
hotel y en la puerta no espera nadie, ningún aficionado, ningún amigo, ni en el cuarto
suena el teléfono para decir que alguien quiere subir, ni hay quien venga a recoger los
cinco mil duritos por haberle provocado las ovaciones del público, ni extranjeras que se
acerquen a pedir autógrafos ante la rebullasca del héroe hispano. Es terrible esa
soledad del cuarto y del mozospás, del amargo sabor de la derrota.
Vimos a Joselito en la soledad
de la escalera de entrada al Hotel Colón, lo inmensamente largo que es ese hall, casi
tanto como la plaza en el paseo, hasta llegar al ascensor. Y luego, en el ascensor, las
lágrimas. Joselito tuvo que tragar lo suyo aquella tarde de la feria de San Miguel.
Sevilla le perdonó hasta el nombre y lo comprendió. Si impresionante fue el fracaso de
Joselito, más lo fue el respeto de Sevilla. En Madrid hubieran tenido que importar
urgentemente camiones de almohadillas desde San Sebastián de los Reyes y desde Aranjuez
para tirárselas. Aquí, ni un mal pito en seis toros, seis, a quien tantas veces ganó el
premio de la mejor estocada de la feria. Ahora que me acuerdo del silencio del respeto de
aquella tarde, pienso que las lágrimas de Joselito en el Hotel Colón eran, además, por
la rabia de no haber podido triunfar ante una afición tan respetuosa con las verdades del
toreo, sus penas y alegrías, sus dulzores y amarguras.
Dicen que Joselito se ha ido a
Londres y que se ha pelado a rape, como un futbolista de los que anuncian la canción del
Colacao. No lo han dicho, pero es el más triste signo de que Joselito se ha cortado la
coleta . Los toreros ya no pueden cortarse la coleta, porque no la usan. Los toreros, todo
lo más, se quitan el añadido. Cuando se retiró Manolo Vázquez aquel inolvidable día
del Pilar, salió al albero su hijo Manolito y le quitó el añadido. Pero ningún torero
hasta ahora se había cortado el pelo donde se puede colocar el añadido de la castañeta.
Por eso es doblemente terrible esa noticia londinense de Joselito, una figura del toreo a
rape, como un preso político de la postguerra del penal del Dueso, como un quinto del
cuartel de Soria. Ese rapado nos impresiona tanto que hasta le hemos todos perdonado su
pecado de ángel rebelde de querer llamarse como José Gómez Ortega.