EN ESTA SOCIEDAD TAN
tan sana y ecológica que nos estamos inventando, dicen que en los bares
cada vez se sirven menos cafés y más infusiones. Y me
aseguran que para negocio de taberneros, pues cualquiera que vaya a ese
deporte nacional que es llenar carros de compra los fines de semana en
los hipermercados, sabe lo que vale un paquete de café y lo que cuesta
una caja con cien bolsitas de té. ¿Cuántas cajas de bolsitas de té
se pueden comprar por el importe de un paquete de café? Pero llegas al
bar, pides tu té y te lo cobran a precio de café, del mismo modo que
por un botellín de agua mineral te lo cobran lo mismo que si fuera una
copa de coñac.
-- O sea, que la vida sana sale
bastante más cara que la insana...
Por lo menos a efectos de la tisana,
sí. O al menos le deja al dueño del bar bastante más ganancia la
salubridad de la infusión que la que dicen perniciosa cafeína de
Colombia, de Kenia, de Brasil o de donde quiera venga lo que nos venden
como café... y que en algunas ocasiones, échele usted un galgo si
quiere saber qué es de verdad aquello torrefactado y cremoso de la
tacita.
Lo que no me explico es que habiendo
esta nueva cultura de la infusión, del té, de la tila, del
poleo-menta, de la menta-poleo, de la manzanilla, los sirvan tan mal aun
en los sitios tan elegantes. Vamos, que tengamos en España un gremio de
hostelería tan devoto de la Virgen del Carmen...
-- Como un gremio de hostelería devoto
de la Virgen del Carmen, no te entiendo...
-- Sí, por aquello del escapulario. No
hay sitio donde pidas un té, o una manzanilla, o un poleo, y no te
pongan el vaso o la taza con el escapulario dentro...
Y llamo escapulario al que tal parece,
a la bolsita de tela de la infusión, a la que sólo le falta la
estampita de la Virgen del Carmen para que sea tal que aquellas devotas
prendas de agradecimiento y protección de la Patrona de los
marineros... que ahora debe de serlo también de los establecimientos
donde te cobran el té de peor calidad al precio del café más
exótico.
Ponen por televisión un refinadísimo
anuncio de un té con nombre inglés y mitología literaria de la India,
de Ceylán, de "Memorias de Africa", vamos, y de todo lo más
refinado de la civilización y la cultura del Imperio Británico.
Aparece en el anuncio un indio de la India virreinal inglesa, con su
turbante y su tez morena, ofreciendo a la supuesta inglesa colonizadora
una caja de madera preciosa, con diversas variedades de té, esas mismas
variedades que nos subyugan cuando las vemos en las tiendas de
delicadezas de Londres: el té de las cinco, el té de las cinco y
media, el tè de las seis menos cuarto, el té de jazmín, el té del
alba, con el que los ingleses sustituyen a lo que los andaluces llamamos
"un café bebío" antes del desayuno. Y con tal refinamiento
de variedades de té que el indio de la India ofrece a la ingresa del
anuncio, como hacen la infusión a la española, la señora escoge una
de aquellas variedades delicadísimas y carísimas y, ¡zas!, el indio,
como si fuera el dependiente de un bar de carretera, le planta a la
señora dentro de la taza su correspondiente escapulario de la infusión
de té...
Que conste que ocurre en las mejores
familias. En muchos de los mejores hoteles de España, hemos pedido el
desayuno en el cuarto, y como Isabel mi mujer es de la británica
observancia, hemos visto con horror que sí, que mi café y su té,
junto con nuestras tostadas de pan integral con aceite, nos lo traían
perfectamente servido en un carrito, con mantelería de hilo, con
jarritas de plata para la leche caliente y la leche fría... Hasta con
una rosa en un florero, cortesía de la casa, y una tarjetita diciendo
la temperatura que hacía en la calle. Pero el te, con tantos
ringorrangos, no venía en una tetera, sino que estaban allí, como en
una taberna... ¡los escapularios de la infusión para meterlos, qué
horror, dentro de la taza y echarles encima el agua caliente!
En esta España de la súbita afición
por el té y por las infusiones, la tetera es casi tan desconocida como
el aparato de aire acondicionado entre los habitantes de Laponia. Será
que somos un país de hondas creencias religiosas y de profundas
devociones marianas, pero es que no hay forma de que nos libremos del
espantoso escapulario del té, de la manzanilla, de la menta-poleo o del
poleo-menta, dentro de la taza o del vaso. Que, además, una vez que ha
soltado todas sus aromáticas hierbas, se queda chorreando, goteando, y
no hay dónde ponerlo...
--- ¿Y dónde me dejas los que, para
que se haga antes el té, exprimen el que llamas escapulario con la
cucharilla, sobre una de las paredes interiores del vaso?
Los hay virtuosos, como los que se las
ingenian para liar en torno al mentado escapulario la cuerdecita que lo
sostiene, y con ella es con la que exprimen su aromático contenido. Un
horror. El día que en España pidas un té y te lo sirvan en una tetera
y no en el culto del escapulario de la Orden Tercera de San Francisco,
será señal que somos esa sociedad refinada y educada que nos pregonan,
pero que no vemos por parte alguna.
Bueno, sí, en algunas excepciones que
confirman la regla. Estábamos la otra tarde en Villamanrique de la
Condesa, entramos a un bar cualquiera y pedimos un té. Y cuando
esperábamos encontrarnos el horror del escapulario, llegó la señora
que atendía la barra y nos colocó la tetera, perfectamente servida.
Con su escapulario de té dentro, hombre, tanto como té y colador no
vamos a exigir. Pero una tetera con una exquisitez que en muchos buenos
hoteles me la quisiera encontrar en el desayuno.
La única explicación que le encontré
fue que en Villamanrique vivió la Condesa de París y la civilización
de los Orleans, quizá por aquello de Luis Felipe y del Rey Burgués,
está reñida con el culto al escapulario milagroso de Santa María
Hornimans...