|
De
esas últimas estribaciones de Grecia y Roma que dice Toto León
que están en Sanlúcar de Barrameda tenía que ser quien, como un
Avieno en una nueva "Ora marítima", lo descubriera: Luis Miguel
Fuentes. Fuentes se embarcó el domingo en el "Adriano III", que
como la Exposición Iberoamericana de Sevilla de 1929 y como el
pundonoroso comisario que puso en marcha la Exposición Universal
de 1992, el profesor Olivencia, cumplía los 75 tacos de
almanaque. La bahía (¿qué bahía va a ser?, la de Cádiz, joé)
estaba como el Guadalquivir en el verso de Lope, sólo que sin
juncias verdes: llena de velas blancas. Velas blancas de
barquillas caleteras, de yates de pintar la mona en Puerto
Sherry y de barquitos de aficionados a la mar que lo tienen
atracado en Puerto América o fondeado en los bajos del caño de
Río San Pedro. Gracias a las
investigaciones líricas del profesor Paco Alba, sabíamos que ese
barquito tiene una gracia exquisita, que hasta dio su viajecito
la célebre Tía Norica. Y dio su viajecito Luis Manuel Fuentes
como cronista de la ruta conmemorativa de los 75 años y continuó
la investigación poética del Brujo. Fue el de Fuentes realmente
un viaje del descubrimiento. Como los de Colón, pero sin tanto
bombo: los famosos bombos de Colón, que hasta escribió un Diario
para hacerse la propaganda. Fuentes ha descubierto que el vapor,
el único vapor, el antológico, el legendario, el lírico Vapor
del Puerto, no es tal vapor. Y que nunca lo fue, sino motonave.
Esto lo coge Alejo Carpentier, tomando los retablos de estípites
y plata virreinal de El Puerto al modo de la habanera Ciudad de
las Columnas, y hace una novela. El título ya lo tenemos: "El
vapor que nunca fue a vapor". Esto es lo más grande del mundo.
Porque el mundo, como saben por Fernando Villalón, se divide en
dos grandes partes: Sevilla y Cádiz.
Partes de las que no puede haber mejor símbolo
que el Vapor Que Nunca Fue A Vapor. Arranca la novela en 1929.
Un gallego emigrado a Cuba, Antonio Fernández Fernández,
construye en el astillero coruñés de Mariños una motonave de
viajeros que cede a su hermano Pepe, el primer Pepe el del
Vapor. Le pone de nombre "Adriano", en homenaje a su padre. Da
sus viajecitos por la ría del Ferrol, aún sin Tía Norica a
bordo, hasta que lo reclaman desde la Sevilla de la Exposición
de 1929 para que haga la ruta Sevilla-Sanlúcar-Mar. Sí, el
"Adriano" es el vapor que todavía saluda un caballista desde el
azulejo de la esquina trianera de Cuesta. Un vapor del
Mississipi por la marisma, camino de la bahía. Donde recala al
término de la Exposición, para ir, como una copla, del Puerto a
Cai. Poco después, segundo capítulo de la novela, estalla en el
muelle de El Puerto la caldera del vapor "Cádiz" y la explosión
hunde al "Adriano". Marchando otra de vapor del Puerto en los
astilleros de Mariños: el "Adriano II", que llega en 1932. En él
se embarcarían los sueños marineros de Paco Alba. Navega hasta
1955, en que es sustituido por otra motonave carnavalescamente
disfrazada de vapor, el actual "Adriano III", declarado Bien de
Interés Cultural, que si será marinero, que hasta ha podido
superar las tormentas burocráticas de una cosa con un nombre tan
poco lírico y gaditano como el Plan Internodal de Transportes de
la Bahía.
José María Morillo, un Pepe el del Vapor
navegando por Internet en rutas de promoción turística del
Puerto, me invitó a embarcarme el domingo en el "Adriano III"
para el viaje conmemorativo. Aunque no estuve, subí a bordo. Son
las maravillas de la poesía. Con sólo pensar en el "Adriano", el
vapor que nunca fue a vapor, ya estamos a bordo de la hermosura
de los viejos sueños, sueños marineros.
Hemeroteca de
artículos en la web de El Mundo
Biografía de Antonio Burgos
Libros
de Antonio Burgos en la libreria Online de El Corte Inglés
Libros
de Antonio Burgos publicados por Editorial Planeta -
Correo
|