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Derribo mortal del picador José Muñoz, por un
toro de Victorino Martín, en la plaza de Vic-Fezensac (Foto AP) |
En los viejos carteles de Veragua, corridas reales, encierros de doce
toros, o en las láminas de "La Lidia", perros por el aire, saltos de garrocha,
los héroes populares de las corridas eran los picadores. Sus nombres aparecían en
grandes letras en los carteles de las imprentas reales. Debajo, rebullón de espadas y
rehiletes, los nombres de los toreros de a pie. Era la herencia dieciochesca de la
tauromaquia caballeresca, cuando las fiestas de toros eran privilegio y ejercicio de los
señores. Si Francia hizo la revolución burguesa, aquí hubo otra no menor. El Antiguo
Régimen acaba en España en verdad cuando los señores dejan de cabalgar en las fiestas
de toros y el pueblo monta a un picador en su caballo. De ahí a la revolución popular
del 2 de mayo de 1808 sólo había un paso. Total, descabalgar a los maestrantes o a los
mamelucos de la carga de Goya era casi lo mismo. La revolución.
Suele llamarse caballeros en plaza sólo a
los rejoneadores, y nos olvidamos de los picadores. Aunque llevan chaquetilla de oro, como
los matadores, estos caballeros en plaza son el habitual objeto de las iras. A los que
revolucionaron la estructura social de la fiesta les arman la revolución cada tarde, en
cuanto que meten las cuerdas en un puyazo. Y los bisnietos de aquellos extranjeros que los
dibujaban en sus grabados de viajeros románticos les arrojan gritos verdes y ecolégicos.
José Muñoz, caballero en plaza, hijo del
conocedor de Pablo-Romero, hermano de picadores, ha muerto en una plaza de Francia con
nombre de campo de refugiados republicanos. Pero Muñoz, ay, el que fue con Curro, el que
fue con Ortega, el que fue con Espartaco, era un picador. Uno al que se le silba y se le
insulta cuando sale, ¡matatoros! No ha muerto un banderillero poniendo un par asomándose
al balcón, y no hay romance periodístico del pobre Montoliú. Como no era Paquirri,
nadie ha llamado en el vídeo a Ramón Vila. Como no era El Yiyo, su nombre no ha estado
en la apertura del telediario. Es la doble tragedia de la fiesta. De la muerte de este
caballero en plaza han venido en los periódicos unas breves líneas, vamos, como si José
Muñoz hubiera sido un muerto en la carretera del fin de semana. Poco menos que un
accidente de trabajo. El caballo le cayó encima y su propia montura le partió el alma. Y
nos la sigue partiendo a los que creemos que la grandeza de la verdad de la fiesta se
encuentra en estos sus héroes anónimos, hombres recios del campo, caballeros en plaza,
más que en las figuritas de diseño que anuncian coches.
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