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El Recuadro

 Antonio Burgos

El Mundo de Andalucía,  miércoles 7 de abril de 1999


Poema de las acacias

Acacia florecida en una calle de Sevilla
Acacia florecida en una calle de Sevilla (foto Julio Domínguez Arjona)

Más triunfantes que los naranjos en flor. Más bellas que el azahar. Proclamando la primavera con desafío de victoria. Las acacias llenan de flores las aceras, las calles, los jardines, las plazoletas de Sevilla, de los barrios al centro, a uno y otro lado del río, en la ciudad vieja y en las nuevas barriadas, y nadie les dedica ni un mal romance. Sevilla está florecida de acacias, llenan sus generosas flores las aceras, cuando están que revientan, que ya no caben en las ramas verdes vivísimas, y los que pasan y ven tanta belleza ni siquiera saben el nombre de este árbol. A las humildes acacias, que dan flores de barrio, flores de polígono, pero también ilustres flores del Parque, les pasa como a todo el mundo en esta ciudad, al fin y al cabo sevillanas son. Que quien no tiene padrinos, no se bautiza. Y que ni los poetas, ni los pregoneros de las fiestas, ni los ecologistas, ni los sabios doctores en Botánica y en Paisajismo que acaban de escribir el hermoso libro de los "Jardines de Sevilla" editado por el Ayuntamiento se acordaron nunca de las acacias negras de las flores blancas. Este solo enunciado parece el verso que nunca escribió Lope de Vega y que podemos hasta imaginar en nuestro homenaje al más secreto y contradictoriamente difuso árbol de la ciudad:

Ay, calles de Sevilla,
y abril que canta
en las acacias negras
con flores blancas...

A las acacias les falta literatura, como les sobran malos versos al azahar. La imagen global de las dos más bellas estaciones de Sevilla la dan dos árboles sin literatura: las flores blancas de las acacias negras en primavera, el dorado de las hojas de los plátanos de Indias en el otoño. Acacias y plátanos son los árboles más numerosos en cualquier parte de esta Sevilla maravillosamente verde, donde puedes ir desde el puente de Triana al campo del Betis sin dejar de ver vegetación en ningún instante. Pero aunque acacias y plátanos tienen la mayoría absoluta, no tienen el menor poder a la hora de los tópicos vegetales de Sevilla. Será por su humildad, por su falta de orgullo, que nunca llamaron a poetas para que los cantaran y pusieran como símbolos de la ciudad.

Cualquier recién llegado a la ciudad sabe decirte que la Semana Santa son los días del azahar. Del seguro azar del azahar. Pero ni los más viejos del lugar, ni los cronistas más hondos de lo nuestro dijeron nunca, como ahora proclamamos, que por feria y sus vísperas de toros en la plaza del Arenal son los días de la bellas, blancas, humildes flores blancas de las acacias, que están como mujeres bellas, mocitas casamenteras en el poyetón de las aceras, esperando el piropo que no les llega, el rey de armas de la belleza que desempolve la ejecutoria del bello blasón de su hidalguía de hermosura, tan nobles como los naranjos en flor, pero tan desconocidas.

Tiene la ciudad un calendario de árboles floridos que nunca se ha escrito. Cuando se ha sacado la última papeleta de sitio, están florecidos los violáceos árboles del amor de la Plaza de América. Cuando por la Alcaicería se ve el primer capirote que lleva, orgulloso, un muchacho con su novia, están florecidos los naranjos. Y cuando está la feria ya listada de lonas blancas y rojas, y a la tarde bajan ya los vencejos a la plaza del Arenal, están florecidas las acacias negras con sus flores blancas. Más triunfantes que los naranjos en flor. Más bellas que el azahar. Esperando al poeta que nunca les hizo un madrigal enamorado.

 

 


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