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Acacia florecida en una calle de Sevilla (foto
Julio Domínguez Arjona) |
Más triunfantes que los naranjos en flor. Más bellas que el azahar.
Proclamando la primavera con desafío de victoria. Las acacias llenan de flores las
aceras, las calles, los jardines, las plazoletas de Sevilla, de los barrios al centro, a
uno y otro lado del río, en la ciudad vieja y en las nuevas barriadas, y nadie les dedica
ni un mal romance. Sevilla está florecida de acacias, llenan sus generosas flores las
aceras, cuando están que revientan, que ya no caben en las ramas verdes vivísimas, y los
que pasan y ven tanta belleza ni siquiera saben el nombre de este árbol. A las humildes
acacias, que dan flores de barrio, flores de polígono, pero también ilustres flores del
Parque, les pasa como a todo el mundo en esta ciudad, al fin y al cabo sevillanas son. Que
quien no tiene padrinos, no se bautiza. Y que ni los poetas, ni los pregoneros de las
fiestas, ni los ecologistas, ni los sabios doctores en Botánica y en Paisajismo que
acaban de escribir el hermoso libro de los "Jardines de Sevilla" editado por el
Ayuntamiento se acordaron nunca de las acacias negras de las flores blancas. Este solo
enunciado parece el verso que nunca escribió Lope de Vega y que podemos hasta imaginar en
nuestro homenaje al más secreto y contradictoriamente difuso árbol de la ciudad:
- Ay, calles de Sevilla,
- y abril que canta
- en las acacias negras
- con flores blancas...
A las acacias les falta literatura, como
les sobran malos versos al azahar. La imagen global de las dos más bellas estaciones de
Sevilla la dan dos árboles sin literatura: las flores blancas de las acacias negras en
primavera, el dorado de las hojas de los plátanos de Indias en el otoño. Acacias y
plátanos son los árboles más numerosos en cualquier parte de esta Sevilla
maravillosamente verde, donde puedes ir desde el puente de Triana al campo del Betis sin
dejar de ver vegetación en ningún instante. Pero aunque acacias y plátanos tienen la
mayoría absoluta, no tienen el menor poder a la hora de los tópicos vegetales de
Sevilla. Será por su humildad, por su falta de orgullo, que nunca llamaron a poetas para
que los cantaran y pusieran como símbolos de la ciudad.
Cualquier recién llegado a la ciudad sabe
decirte que la Semana Santa son los días del azahar. Del seguro azar del azahar. Pero ni
los más viejos del lugar, ni los cronistas más hondos de lo nuestro dijeron nunca, como
ahora proclamamos, que por feria y sus vísperas de toros en la plaza del Arenal son los
días de la bellas, blancas, humildes flores blancas de las acacias, que están como
mujeres bellas, mocitas casamenteras en el poyetón de las aceras, esperando el piropo que
no les llega, el rey de armas de la belleza que desempolve la ejecutoria del bello blasón
de su hidalguía de hermosura, tan nobles como los naranjos en flor, pero tan
desconocidas.
Tiene la ciudad un calendario de árboles
floridos que nunca se ha escrito. Cuando se ha sacado la última papeleta de sitio, están
florecidos los violáceos árboles del amor de la Plaza de América. Cuando por la
Alcaicería se ve el primer capirote que lleva, orgulloso, un muchacho con su novia,
están florecidos los naranjos. Y cuando está la feria ya listada de lonas blancas y
rojas, y a la tarde bajan ya los vencejos a la plaza del Arenal, están florecidas las
acacias negras con sus flores blancas. Más triunfantes que los naranjos en flor. Más
bellas que el azahar. Esperando al poeta que nunca les hizo un madrigal enamorado.
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