ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


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ABC,  7 de enero de 2014
                                
 
700.000 habitantes
 
 Al leer lo de los 700.000 habitantes que el alcalde Zoido quiere mantener a toda costa para Sevilla me he acordado del libro de Manuel Barrios sobre Queipo de Llano, "El último virrey". Contaba allí Barrios, con su gracia, que un día fueron a ver a Queipo en su despacho de La Gavidia un grupo de destacados falangistas. Los visitantes iban para hablarle de algo muy propio de la época: el Imperio. Todos los que estuvieron en los campamentos del Frente de Juventudes (por ejemplo, muchos barandas del PSOE) recuerdan el lema de la Falange: "Por el Imperio hacia Dios". Que, con guasa, el liberal y monárquico José María Pemán decía que parecía un itinerario de carreteras. "Por el Imperio hacia Dios" podía ser como "a Madrid por Mérida" o "a Algeciras por la Ruta del Toro".

Los falangistas que me han recordado los 700.000 habitantes de Zoido fueron a ver a Queipo para hablarles del Imperio. Lo veían tibio en cuestiones de expansionismo y le dieron una tabarra importante con el Imperio, que si Imperio para arriba, que si Imperio para abajo. Hasta que Queipo, harto, les dijo:

-- Pues a mí, señores, ¿qué quieren que les diga del Imperio? A mí me parece que el tamaño que tiene España es perfecto, ¿para qué meternos en imperios?

Igual le digo a Zoido sobre los 700.000 habitantes. Si no llegamos a los 700.000 habitantes, mejor. Y si bajamos a los 600.000, mejor todavía. Y si somos 500.000, de cine. Al tamaño de Sevilla no le hacen falta 700.000 habitantes. Sevilla no debe crecer hacia los números, sino hacia la calidad. La calidad de vida que le llaman, y que nos envidian los que vienen de Madrid:

-- ¡Chico, qué calidad de vida tenéis aquí en Sevilla!

Así le dije una tarde de la primavera a Juancho Armas Marcelo. Estaba yo tomándome una horchata y oyendo vencejos en un velador de la Plaza del Salvador en un plácido atardecer de junio, cuando vi que hacia la calle Cuna pasaba muy ligero, casi corriendo, el escritor canario. Me levanté a saludarlo y muy nervioso me dijo:

-- Perdona, chico, es que tengo que dar una conferencia en El Monte de Piedad y voy tarde.

Y casi sin pararse, me preguntó:

-- ¿Y tú, qué haces?

Díjele:

-- Pues ya ves, Juancho, aquí instalado en la calidad de vida.

Instalado en esa ciudad que añoramos, que tenía la medida exacta. Decimos que la Semana Santa ha perdido las medidas, que está sacada de canon y fuera de cacho. Pero ¿y la ciudad toda? ¿No está Sevilla toda fuera de medida? Desmedida. Antes era una ciudad como un traje de Fernando Ávila: a medida. A medida de ese sueño de ciudad que muchos sevillanos llevaban dentro. A Sevilla no le hacía falta ninguna ser una Gran Ciudad ni tener el status administrativo de Giran Ciudad para ser una cuidad con grandeza, que no es lo mismo. Y honda. Y tranquila. Sí, ya sé, si Sevilla tiene 700.000 habitantes, le corresponde más dinero de los Presupuestos del Estado. ¿Más dinero para qué? ¿Para seguir sacando de quicio a Sevilla, desmesurándola? ¿Para hacer más Setas, más tranvías, más Torres Pellis, más carriles bicis, más peatonalizaciones, más auditorios de Fibes, más estadios olímpicos, más locuras? Con el "fagamos una obra tal" de los canónigos que levantaron la Catedral ya quedamos bien despachados de locuras. Sevilla no ha sabido plantarse en un tamaño ideal, cómodo, humano. ¿Provinciano? Sí, ¿y qué? ¿Passsa algo? Y a mucha honra. Me gusta ir a Oviedo porque retorno a la Sevilla que fue, provincianita, íntima como un patinillo con pilistras, no esta absurda ciudad mastodóntica de las prisas y las eses treintas que nos traje la Expo. Como Quevedo en Roma, cada vez echo de menos a Sevilla no estando lejos, que no tiene mérito, sino estando en la misma Sevilla. ¿Y más miles de habitantes encima, alcalde? Como se ve que usted no conoció aquella Sevilla de la medida que evoco, tan bien despachá consigo misma...

 

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