ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


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ABC,  17 de enero de 2014
                                
 
Una llave en la Madrugada
 
 Lo que pasa es que los estudiosos de la Historia de la Literatura aún no la han descubierto, en un ejemplar único de alguna desmantelada biblioteca sevillana que debió de llegar, como ayer recordó J.Félix Machuca, al rompeolas de la Hispanic Society of America o de Harvard. Hablo de una desconocida novela de Cervantes: "El sevillano inglés". Y puede que ahora que ha iniciado su estación de penitencia en la eterna Madrugada de Dios los hijos de don Eduardo Ybarra Hidalgo encuentren ese ejemplar en su biblioteca de la calle San Vicente. Esa ejemplar novela cervantina era el propio Don Eduardo. No había en la City de Londres inglés más británico que Eduardo Ybarra, "siempre de negro hasta los pies vestido", como en el verso de Manuel Machado, presidiendo una sesión de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras y rezando al comienzo la antífona "O Doctor Optime" del Oficio de Vísperas de San Isidoro. O andando con paso elegante y reposado por las postrimerías de las estancias de la Santa Caridad. Dicen que era bisnieto del primer Conde de Ybarra, el vasco que fundó la Feria mayormente para que Eduardo Cortés lo pintara en su cuadro en amor y compaña de su mujer, vestidos ambos de majos, con la Puerta de San Fernando al fondo. Pero Eduardo Ybarra tenía otras sangres en la palma de sus blanquísimas, nobles manos. Tenía la sangre de Mateo Alemán, al que sucedió directamente, sin intermediarios, como hermano mayor del Silencio. Tenía la sangre del Venerable Mañara, al que sucedió directamente, sin intermediarios, como hermano mayor de La Caridad. Yo creo que heredó la pluma de Mateo Alemán y la prosa del Discurso de la Verdad de Mañara, en sus "Sevillanías", o en la entrañable historia de su familia en los más atribulados tiempos de Sevilla.

O a lo mejor estamos todos equivocados. Que igual que hubo moros que no se quisieron ir y se quedaron en las islas del Guadalquivir de Fernando Villalón, hubo ingleses que vinieron con el Duque de Wellington cuando la Guerra de la Independencia y no se quisieron volver a las islas británicas. Uno de ellos quizá fuese Eduardo Ybarra. Se le notaba a chorros, a chorros de la fuente de un patinillo de pilistras y sombra en el barrio de San Vicente, que lo había educado una "nanny" inglesa que le llamaba Eddie. ¡Y era tan Sevilla esa Inglaterra interior de Eduardo Ybarra, caballero entre los caballeros, tan señor sirviendo a sus amos y señores los pobres en La Caridad! Yo me acuerdo ahora de Eduardo en la calle Francos, esquina a Chapineros, tantas Madrugadas. Está pasando El Silencio. Estamos oyendo El Silencio, plaza de los toros a lo divino. A mi lado se ha parado un nazareno de alto capirote que me mira y que luego, al cabo de los años, me dirá que es Andrés Amorós. Y ahora, por Los Caminos, camina el palio de la Virgen de la Concepción. Hasta aquí trasmina la flor de los naranjos de los Ybarra. Y ahora tienes delante al hermano mayor. Por el antifaz se le ve el clarísimo color azul Concepción de sus ojos. Su túnica tiene el mismo negro del terno que viste todo el año, como en un eterno luto por una Sevilla que ya no existe. Cumpliendo la tradición que él mismo me ha relatado para documentar mi discurso sobre el Patrimonio Inmaterial de Sevilla en el ingreso en Buenas Letras, lleva sobre el pecho de su túnica un cordón dorado con una llave. Es la llave del Sagrario de San Antonio Abad. Dicen. Pero yo sé, porque sé quién es ese señorial y caballeroso hermano mayor del Silencio, que con esa llave dorada él, sólo él, abre cuando quiere la delicadeza y la elegancia de una Sevilla enganchada a la inglesa, sin falsedades a la calesera. Cada Madrugada, Eduardo Ybarra abría con su llave de oro los secretos de los primitivos silencios de Sevilla. Ahora esa llave de oro de sevillanía y cristiana caballerosidad que fue su vida le ha franqueado ya a Eduardo Ybarra las puertas de los cielos azul Concepción que ha ganado. Donde está la verdadera Cruz en Jerusalén de forja de caballeros que hay en la espadaña de San Antonio Abad.

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