Me gusta el silencio del escritorio para teclear la pamplina de cada día. Un silencio que no lo interrumpe ni mi gato Romano, tercero de la dinastía, que se me pone sobre la mesa, calentito debajo del flexo, y es quien me va dictando los artículos con su magia de antiguo dios de Egipto. Pero hay veces que escribo con música. Cuando se va acercando la Feria me gusta poner el disco de sevillanas antiguas que grabó la Banda de la Cruz Roja dirigida por Enrique García Muñoz, que en Gloria esté. Por el verano, para escribir de nardos de la Virgen, me gusta poner el "Miserere" de Eslava. Hoy me pide el cuerpo escribir con música. Porque La que traen a la Catedral no sólo es para que le toque la música, sino para que le den las dos orejas y la vuelta al ruedo de la plaza de España, como se lo van a dar, por Guapa, suma perfección entre todas las mujeres que todos los años sale por la Puerta del Príncipe que Sevilla levantó sólo para Ella: su Arco de la Macarena.
Y para que suene la música en honor de la Esperanza pongo un disco que guardo como una joya. Lo grabó una macarena. Hermana de otra gran macarena. De la calle Parras. Cualquier cosa. Se llama Loli Reina. Iba cantando en los espectáculos de su hermana Juana, la que tenía fija de plantilla en el elenco de la compañía a una Divina Vecina del barrio que se llamaba Esperanza y a la que pagaban en cada función su jornal para ayudar a la Hermandad, ¿había arte o no había arte?
Y el silencio del escritorio se rompe ahora con la voz de Loli Reina y la letra de Rafael de León en la música del maestro Quiroga. Suena como un Ángelus de plumas blancas y terciopelos verdes:
"Celestial madre mía de la gracia y la pena,/ Dios te salve, María Esperanza y Macarena. /Amapola entre el trigo, azucena morena,/ el Señor es contigo, Esperanza y Macarena..."
Y cuando acaba la Salve, tomo el viejo disco de Pax. Y pongo una marcha. La toca la Banda de Soria que dirige Gámez Laserna, su autor: "Pasa la Macarena". Todo pasa, nada permanece. Y yo evoco ahora una delantera de su palio donde, varas de platas, cirios apagados, va Mena Martagón, y va Rodríguez Buzón, y va González Reina, y va José Luis Pablo-Romero, y va Marín Vizcaíno, y va don Eduardo Miura. Y suena la marcha con recuerdos de la Coronación, o del Aniversario Macareno en el que hace 25 años escuché en la Avenida el Silencio Verde esperando a la Esperanza como la aguardaban las vecinas de los corrales de los Callejones.
Esperar a la Esperanza... Suena esta marcha como cuando acaba la dulce espera en las noches de saetas de La Marta, en los amaneceres de humo de calentitos en el Bar Centuria y la Macarena llega, pasa y se va. En un suspiro. Siempre pasa la Macarena fugazmente. Heráclito triunfa sobre Parménides. Es como un verso de Quevedo bajo palio: "Solamente lo fugitivo permanece y dura". La Esperanza es este instante de Gracia, este relámpago de Perfección de un momento "entre velas enrizás". Pero esta vez la Macarena se queda. Los viejos niños de la parroquia del Sagrario nos vamos a hartar de verla en su besamanos. La vamos a tener para nosotros, tan nuestra como la Sacramental con sus carráncanos. No sirvió de nada la bronca que le echó Marta Serrano en forma de saeta hace cincuenta años: "Te fuiste por cuatro días/ y tardas siete en volver:/ ¡Madre mía Macarena,/no nos lo vuelvas a hacer!". Nos lo ha vuelto a hacer. Felizmente. La Perfección siempre vuelve al lugar de la Belleza. Esta vez no "Pasa la Macarena". Esta vez se queda. Parménides derrota a Heráclito. Y los vencejos de la Catedral lo celebrarán cantando coplas de seises, de gozo enamorados. Nada cambia en el tiempo. Y el padre Ayarra lo certificará al órgano, con "Coronación de la Macarena" de Braña. Con esta solemnidad con la que en el silencio del escritorio, junto al gato dormido, escucho ahora a Loli Reina cantar la Salve de Rafael de León, mientras Sevilla entera se queda con la copla: "En la corona de Tu frente / prendido va mi corazón".
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