ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC,  7  de julio de 2014                 
                                
 
"Tocando el ala de tu sombrero"
 
¿Cómo era aquello del delicioso "Amarraditos" de María Dolores Pradera, esa gran señora virreinal que ha hecho por las relaciones entre España e Hispanoamérica siete mil millones de veces más que el Instituto de Cooperación y encima "sin trincá", que decía El Beni? Ah, sí. Es como una película. Qué descripción más visual y deliciosa. Es que la estás viendo montada en una volanta, el coche de caballos más colonial, si no me corrigen los del Club de Enganches. Dice así esa película sepia en la sala de proyecciones de la inmensa capacidad de creación de hermosuras que tiene la voz de la Pradera: "Nos espera nuestro cochero/ frente a la iglesia mayor / y a trotecito lento recorremos el paseo,/ tu saludas tocando el ala/ de tu sombrero mejor/ y yo agito con donaire mi pañuelo..."

¿De Chabuca Granda, como "La flor de la canela" y tantas canciones que María Dolores ha inmortalizado? No, este valsecito criollo peruano es paradójicamente de dos argentinos: de Belisario Pérez y Margarita Durand. Como a María Dolores le gusta decir el autor cada vez que canta una canción, como siempre hace cuando borda mis Habaneras, la de Sevilla y la de Cádiz, por eso he querido decir quién escribió esos versos del otro lado del mar que me han hecho recordar la moda sevillana de los sombreros que comentaba aquí el otro día, muchos de ellos por cierto hechos en la más que encomiable e histórica fábrica sevillana de Fernández y Roche, la sombrerera de la calle Arroyo de toda la vida desde 1885, que cubre la cabeza de medio mundo, entre otros de los judíos de la estricta observancia en Nueva York y en Israel o las clásicas tiendas Locks Hats o Bates Hats de Londres.

Ojalá en Sevilla pudiera decirse lo de "tocando el ala de tu sombrero". Aquí han vuelto los sombreros, pero nadie practica el tratado de cortesía de su uso. Había un lenguaje del sombrero como existía otro del abanico y de la tarjeta de visita. Con un sombrero, un abanico o una tarjeta, los españoles de la Restauración podían declararle el amor a un pibón, retar en duelo a un tío esquinado o rendir homenaje a la bandera. El personaje de la Praderita se tocaba el ala de su sombrero para saludar desde el coche de caballos a algún conocido en uno de esos paseos americanos con un nombre que no sabes si estás en Sanlúcar o en La Habana, como la Calzada de la Infanta. Es curioso en este rito que todo el mundo dice "esto es para quitarse el sombrero" pero, cuando lo lleva, no se destoca ni aunque pase el Santísimo, que he visto en el Corpus a niñatos con el sombrerito cani de alas ridículamente estrechísimas encasquetado ante la Custodia de Arfe. Vamos, como los seises, que tienen, como Grandes de Sevilla que son, el privilegio de estar cubiertos ante Su Divina Majestad, como los Grandes de España lo tenían ante el Rey.

Cuando el sombrero era una prenda cotidiana y no una moda o un tratamiento médico preventivo, los señores sabían que por la calle había que saludar haciendo como el que se quitaba la mascota ante una dama si era invierno o el jipijapa si verano. Y que ante una señora había que destocarse. Y que por descontado había que quitárselo dentro de las casas y de los locales públicos. Y al pasar ante una iglesia, sombrero fuera.

Ya casi nadie conoce y mucho menos practica esos ritos. Hay quien se pone el sombrero al salir de su casa y no se lo quita ni aunque se encuentre con la Reina Doña Letizia en la cola de Zara (cosa bastante probable). Zara donde entra, por descontado, cubierto. Y con sombrero puesto besa el tío a las amigas que se encuentra por la calle. E incluso hay algunos, como el cantante apodado El Barrio, que yo creo que no se lo quita ni para dormir, seguro que ese tío duerme con el sombrero puesto. Así que yo me quito ahora el sombrero ante los raros sevillanos clásicos que aún practican la cortesía del rito del sombrero. ¡Que no pasa nada por destocarse para saludar y que no se coge cáncer de piel por quitarse el sombrero cuando se está bajo techo, hombre!

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