ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC, 19 de julio de 2014                 
                                
 
Playas de silencio
 
Me acuso, padre, que en los periódicos damos las noticias, pero luego nadie se preocupa de hacerles el seguimiento. O damos los anuncios de las grandes novedades que proclaman los políticos, sin que luego nadie se digne comprobar si lo han llevado a la práctica o era como siempre. Digo todo esto por el Ave de Silencio, por los vagones del chitón y punto en boca y en teléfono móvil que se anunció que entraban en funcionamiento entre Madrid y Sevilla. ¿Cómo está resultando? ¿Cumplen los viajeros la ley del silencio, el apagón de teléfonos móviles, el "niños, fuera" que como un Herodes ha decretado Renfe para esos vagones? Un viajero frecuente me dice que regulín, regulán, que cuando él pidió ese vagón de silencio, era el número 8, precisamente el habitualmente dedicado a las familias con niños, el que tiene en la parte de atrás hasta aparcamiento de carritos de bebés. Y unos baños con batea para cambiar los pañales a los cagoncetes. Razón por la cual todas las madres con bebés cagalones acudieron a ese vagón supuestamente silencioso para hacer el cambio de tercio de los dodotis.

Espero y deseo que estos inconvenientes sean corregidos, y que los vagones de silencio del Ave sean un éxito de crítica y público. Porque... ¡cómo se echan de menos los vagones silenciosos del Ave en esos restaurantes de los chillidos, que es donde la gente habla más alto de todo el hemisferio septentrional, los muy ruidosos restaurantes de Sevilla! Voy a lo mismo que dije al comentar los camareros malajes: si Sanidad exige tanto a los restaurantes, ¿por qué no impide los camareros malajes? Y como el "non placet" a los camareros malajes, Sanidad debería exigir una mínima insonorización en los restaurantes. Más que en tres tenedores y cuatro tenedores, yo divido los restaurantes de Sevilla en los que se puede hablar y los que no se puede hablar, con tanto ruido, con esa gente chilla que te chilla y cada vez más alto, porque si gritan los de la mesa de al lado, tú tienes que hablar más alto todavía para que te oiga el que está sentado a tu lado. Fui a un convite de boda en una hacienda de eventos de cuyo nombre no quiero acordarme donde había tal ruido y era tan imposible hablar, que para decirle algo al que estaba frente de ti en la gran mesa redonda tenías que llamarlo por el teléfono móvil. ¿Por qué a los restaurantes les exigen rampa de minusválidos, y extractor de humos, y jabón y toallas de papel en los baños, y por el contrario les dan barra libre parta que allí no haya quien pueda hablar?

Ay, cómo echo de menos los vagones de silencio del Ave en esos restaurantes... Se pondría la botas el hostelero que anunciara su restaurante como "de silencio". De poder tener una charlita simpática durante la comida sin desgañitarse a chillidos, que sale uno afónico, como si hubiera estado toda la Madrugada o mandando el paso de la Sentencia o cantando saetas en el balcón de Pepe Valencia en la calle Cuna.

¿Y las playas? ¿Y el inexistente silencio de las playas, con la niña de la megafonía municipal dando por saco a cada momento todo el santo día? ¿Y esos chiringuitos del taco, agradables y elegantes, con sombrillas maravillosas y espléndidas y limpísimas tumbonas de alquiler... pero con la dichosa musiquita, todo lo "chilaut" que quieran, puesta todo el santo día? ¿Y la madre que se te pone al lado con la patulea de niños gritones y el de pecho llora que te llora, y con el marido con la radio puesta a todo trapo? ¿Y los que cuando estás pegando la cabezada de la siesta en tu butaca playera se ponen a charlar en la sombrilla del lado todo lo alto que se despacha? Cuando no se ponen a llamar a Vanessa, al clásico grito de: "¡Vaneeeesa, venga ya, hija, yastabién, salte-del-lagua que te vá a dá argo!".

¿Que no hay silencio absoluto en los vagones de silencio del Ave, dice usted? ¡Venga, ya, hombre! Eso es que no ha ido usted a la playa donde va este señor que me está leyendo en la arena y me está dando toda la razón...

 

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