ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC,  4 de septiembre de 2014                 
                                
 
Romance al zapato de rejilla
 
Antes que el verano acabe, pues ya su fin se aproxima y cuando nos demos cuenta el otoño estará encima, no quiero dejar sin versos, no quiero dejar sin rimas, a un modelo de calzado que el estío simboliza, o más bien simbolizaba, que ya bien poco se estila, que está pasado de moda y dicen que es cosa antigua y quien lo calza es un rancio del hogar del pensionista. Pensaba hacer una oda, pero es mejor una elegía, porque se trata, señores, del zapato de rejilla, tan típico del verano pero que es moda perdida. O en todo caso "vintách", que quiere decir vendimia; palabra que ahora se emplea y de una forma masiva para nombrar todo aquello que a la basura se tira por obseleto e inútil, pero que alguien lo mira y lo rescata diciendo que es pieza valiosísima, de tienda de antigüedades como buena pieza artística. Y así rescatan la radio que había en casa de tu tía, de marca Marconi o Askar, por la que ella siempre oía los seriales de "Ama Rosa" llorando a lágrima viva. Y rescatan los modernos en nostálgica vendimia batidoras marca Turmix, las pelotas de Gorila, las camisas de Tergal o los vasos del Nocilla. ¡Nadie te rescata a ti, ay, zapato de rejilla!

Comienza pues el romance hecho a modo de elegía por los zapatos gloriosos que triunfaron un día en el verano hispalense: los zapatos de rejilla. Con cubana y con mil rayas más típico no lo había. Zapatos que eran la gloria de aquella calle Regina donde don Carmelo Orozco en su templo los vendía ¿a miles digo?, ¡a millones!, con sus rejillas fresquitas, como aire acondicionado de esos de marca Toshiba. Por sus rejillas entraba del río la mareíta y refrescaba el pinrel con su acariciante brisa, que ni sudaba ni nada, y por supuesto, no olía. Era la leyenda negra que la rejilla tenía: que los pies, con tal calzado, a perros muertos te hedían. Los que su uso sanísimo censuraban y se oponían, aseguraban, señores, y de una forma certísima, que de esos respiraderos sin faldón ni canastilla, salía un hedor de pinreles que soportar no podían. Espantoso olor a queso, pero a queso de Castilla, de ese viejo, duro y rancio y que huele a alcantarilla, lo hueles en Mercadona y es que de espaldas te tira.

Pero eso es falso, señores, es una calumnia indigna. Eso es cosa de los guarros, no cosa de la rejilla. Conozco yo a un don José, don José López García, que ha usado cada verano rejilla toda la vida, a quien los pies que calzados lleva siempre de esa guisa le huelen, ¿saben a qué? ¡Huelen a gloria bendita! Pues se lava y se escamonda, y un calcetín cada día nuevo se pone: a rosas, a rosas de Alejandría huelen los pies del tal López, una persona limpísima.

Y si es por cuestión de moda, pues yo no sé quién la dicta, que decretó como hortera la forma sevillanísima, a la par que saludable, higiénica y comodísima, de llevar pies ventilados, como dios de Grecia antigua, como de un Mercurio, alados, de una manera fresquita.

Te he buscado, ay, mi zapato, mi zapato de rejilla, por Madrid y por Jerez, por Cádiz y por Sevilla, y comprobé que no estabas, ay, ya en las zapaterías. No llenas escaparates con esa paleta lírica, colores tradicionales, sin tendencias ni pamplinas: el negro, el marrón, el blanco, con cualquier cosa combinan, mucho más con la cubana y el mil rayas de Vilima. Te busqué por las rebajas, y tampoco aparecías. Te busque por calle Sierpes, te busqué en la Alcaicería, te busqué en Puente y Pellón, y por la Correduría, te busqué por calle Feria y te busqué por Regina, que es donde estaba tu reino, ¿y sabes que es lo que había donde Carmelo Orozco tu gloria nos ofrecía? Pues cafetines morunos de la gente alternativa, de los de rafta y canuto, de Quince Eme y mochila. Vayan, pues, dos lagrimones por tu sevillana vida, inmarcesible recuerdo, ay, zapato tú que rimas mejor que nadie con esta Tierra de María Santísima. Pues la bendita palabra, pues la palabra "Sevilla", no rima ya con la blonda de la tópica mantilla, ni rima con la cañera de cañas de manzanilla... Para esta tierra nuestra, el zapato es mejor rima. No rimen, pues, los poetas, no me rimen a Sevilla con blondas y con cañeras, con mantilla y manzanilla: Sevilla rima en verano con zapato de rejilla.

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