ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla,  24 de noviembre de 2014                 
                                
 
Dos espás esnúas

 

Me acuerdo de la anticuaria Lola Ortega cada vez que en la Madrugada veo pasar al nazareno del Silencio que porta la espada que simboliza el voto de los hermanos que juraron defender con su vida el dogma de la Pura y Limpia siglos antes que se enteraran en Roma, donde no tenían paladar para estas cosas nuestras de color celeste y seise. Lola Ortega era la dueña de la tienda de antigüedades de la Plaza del Cabildo que aún mantienen gozosa y vigorosamente abierta sus hijos, donde muchas mañanas aparecía la duquesa de Alba para buscar mantones antiguos, blancas mantillas o caprichos en forma de cuadritos populares con la pareja de majos y la Puerta Nueva al fondo del murallerío de Sevilla. Y allí quizá coincidía Cayetana con Rafael Manzano o con Pepe Benjumea, esto es, como con una legacía de guardia de las Reales Academias sevillanas, en tertulia con la delicadísima mercader de restos del naufragio de la Historia, que estaba casada con el mejor capote que nunca se abrió, ni más lento ni con más temple, en la plaza de los toros del Arenal: con Antonio Gallardo.

Una de aquellas mañanas, en aquella tertulia, cuando entré a comprar un regalo para no sé qué bautizo o boda, me dijo Lola Ortega una frase sevillanísima que nunca había escuchado, pero tela de clásica y antigua. Hablando de alguien, me dijo:

-- A ese le temo yo más que una espá esnúa...

Aquella mañana andaba servidor torpeando y tuvo que explicarme Lola que una "espá esnúa" es en Sevilla una espada desenvainada, desnuda. Blandida por la mano de un valiente. Dispuesta a matar o a morir. Una espada "montada", que se dice en el toreo a la hora de la verdad. Una espada desnuda siempre es la aguja de un reloj que marca la hora de la verdad, de la defensa, del ataque, del duelo, del desafío. Y una espada desnuda es lo que muy difícilmente representa a Sevilla, porque es el símbolo del arrojo, del valor, de la nobleza, de la convicción en la defensa de lo propio: justamente lo contrario de la cobardía ambiente de la ciudad acomodaticia del "no se ponga usted así, hombre, que tampoco es para tanto".

Por eso me gusta deleitarme en la contemplación de las dos espadas desnudas que Sevilla pasea, quizá como símbolo de lo que quiso haber sido y no tuvo valor de ser. Son las dos simbólicas espadas desnudas de la Madrugada y del Día de San Clemente. De la primera he arrancado hablando: la espada desnuda del cortejo penitencial de la hermandad del Silencio, junto a la blanca bandera del Dogma que porta otro primitivo nazareno, el que pintó Alfonso Grosso en su macarenización catedralicia de la Inmaculada. La otra ritual, ceremonial, simbólica espada desnuda fue la de ayer, la de San Fernando, que el Cabildo Catedral saca en procesión de Tercia, antiguamente por Gradas, ahora por ultimas naves. Ayer, siguiendo la tradición, el asistente de la ciudad paseó por ultimas naves la desnuda espada de San Fernando. Y como el verso de José Carlos de Luna al Piyayo, a mí me causó un respeto imponente, pero me dio pena. Así, así tenían que estar los alcaldes de Sevilla siempre, todo el año, y no únicamente en el Día de San Clemente, como los hermanos del Silencio llevan todo el año en su boca y en sus actos la desnuda espada del testimonio público de su Fe. Así tenían que estar los alcaldes de Sevilla siempre, con la espada de San Fernando en la mano, a mandobles a los que se están cargando la ciudad. Con esa espada, asistente Zoido, querría yo haberlo visto, en plan Quijote, pegando mandobles a los desaforados gigantes de los molinos de viento de la Torre Pelli. Con esa espada desnuda querría yo cada día ver al alcalde democrático y constitucional de mi ciudad aplicando sin miedos y sin cobardías la mayoría absoluta que le dimos para algo tan simple como que Sevilla se siga pareciendo a Sevilla y siga siendo el lugar donde mejor se vive del mundo. Tan bien se vive aquí que San Fernando eligió a Sevilla para morir. Y aquel santo varón sí que no tuvo ni contemplaciones ni cobardías a la hora de ganar Sevilla a los moros con su espada desnuda....

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