Muchas veces me pregunto si los tópicos que consideramos como clásicos y privativos de Sevilla no serán, acaso, comunes a muchas otras capitales del mundo. Por ejemplo, lo de la falsedad y la ojana. ¿Es común en otras ciudades tanta falsía como la que existe de esta ciudad de abrazos...con puñalada por la espalda incluida, como es el conocido caso de sus ambientes cofradieros? ¿Hay, por ejemplo, en el mundo de las comisiones falleras de Valencia tanta falsedad como en la Sevilla de las cofradías? ¿Y en Nueva York? ¿Como andan de ojana en Nueva York, donde dijo Andy Warhol que todo el mundo tiene derecho al menos a quince minutos de fama en su vida?
Y de nuestra tópica cobardía, ¿cómo andan, por ejemplo, en Cádiz? Pues como la cerveza sin alcohol de San Miguel: 0,0 por ciento de cobardía. Y a la historia de los franceses me remito, en mi afición por comparar las dos grandes ciudades de la Baja Andalucía, hijas ambas del mismo padre Hércules Fundador. La invasión francesa fue la Prueba del 9 de la valentía. Sevilla, como siempre, se entregó a los franceses, a los afrancesados, a Soult, al Rey Botella y a lo que hiciera falta entregarse. Al Rey José, la Botella se la llenaban a cada momento:
-- Niño, tráele otra media botellita de fino aquí al rey gabacho, que tiene un arte que no se pué aguantá --solían decir, muy pelotas, los engominados miarmas tiesos de la época.
Y me imagino que le darían palmaditas de falsa amistad en la espalda al Rey Botella, que con tanta convidá cogería unas papas muy simpáticas. Todo lo contrario que Cádiz. Si Sevilla se entregó a los franceses, Cádiz resistió y no entraron. Entre otras cosas, porque todavía no estaba organizado el Carnaval y aún no había concurso de agrupaciones en el Gran Teatro Falla, ya que no existía el Teatro Falla, ni sacaba chirigota Manolito Santander, ni coro Julio Pardo, ni lo daba Canal Sur ni nada. Un desastre. Y fue entonces cuando los franceses echaron las cuentas, se sentaron tranquilitos en El Trocadero, dejaron de tirar bombas los muy fanfarrones (y mamones), y se preguntó en voz alta el Mariscal Soult:
-- Si en Cádiz todavía no hay Carnaval y no nos podemos colar en el Falla para la final; ni comer erizos en la plaza escuchando a los coros; ni coger la tajá gorda en La Viña el sábado por la noche disfrazados de frailes, ¿qué puñetas pintamos nosotros en Cádiz, con lo mosqueados que están estos tíos y con la de glacis, baluartes y murallas que han levantado nada más que para darnos por saco y que no entremos?
A lo que Pepe Botella, que lo estaba escuchando con una de Fino Arroyuelo de Chiclana en la mano, asintió y dijo:
-- Tiene usted toda la razón, señor Mariscal... Precisamente no vale la pena entrar en Cádiz porque todavía no está de concejal de Fiestas uno que se llama precisamente como usted: Mariscal, Carlos Mariscal. Si no vamos al Carnaval, ¿qué leches hacemos nosotros en Cádiz, si me han dicho además que Pepe Manteca aún no ha inaugurado su tienda en el Corralón de los Carros y por tanto no hay manzanilla fresquita enfriada en cafetera de aluminio, ni hay chicharrones, ni hay ná de ná, e incluso esa diosa del mar que se llama Caleta no tiene todavía escrita la Presentación de "Caleta" que tiene que hacerle Antonio Martín?
Y fue entonces cuando Pepe Botella llamó por el móvil a su hermano Napoleón y le dijo:
-- Titi, que voy a levantar el sitio de Cádiz porque aquí, total, sin Carnaval al que podamos ir, estamos haciendo el canelo con tantas bombas, que encima estos tíos se están cachondeando de nosotros, porque con las bombas que tiramos los fanfarrones se hacen las gaditanas tirabuzones.
Y Pepe Botella, reuniendo a las tropas sitiadoras, las arengó:
-- Ea, señores: ya estoy yo en mi casa. ¡A juí, que viene la Guardia Civil!
Así que ni Santo Domingo es tan Santo, ni Puerto Rico es tan Rico, ni Sevilla es tan cobarde, ni Cádiz tan invencible...
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