Como el difunto Manolo Escobar nos sigue preguntando desde el más allá que dónde estará mi carro, José María Aznar le ha preguntado a su partido desde el más acá de algo con nombre tan americano como la Convención Nacional: "¿Dónde está el PP?". Le ha faltado añadir: "Donde quiera que esté/el PP es mío,/que yo lo rescaté/del facherío". Esa es la pregunta del millón que Aznar le ha hecho al PP. Pero antes le ha hecho la de los diez millones. De los diez millones de votos parece que perdidos en gran parte por culpa de la blandenguería, del abandono de los principios no se sabe por qué ni para qué, del incumplimiento del programa electoral y de la decepción de sus votantes. La pregunta de los diez millones de votos es tan acertada y oportuna que merece las comillas, los dos puntos y el punto y aparte:
"¿Quiere el PP ganar las elecciones?".
Eso digo yo, señor Aznar, eso digo yo. Y eso dicen millones de votantes no mosqueados, sino mosqueadísimos con el PP. Más que con el PP, con Rajoy. Y más que con Rajoy, con su pastelería. Han descubierto en la calle Génova muchas cosas, desde los papeles de Bárcenas a las obras de reforma pagadas en B. Pero sin poner un pie allí, los votantes han descubierto algo más lamentable en la sede del PP: el obrador de confitería. Sí, han descubierto sus votantes que Rajoy tiene en la calle Génova un maravilloso obrador de confitería, dotado de las más modernas técnicas y especializado en pasteles. En pastelear para disimular todo lo posible que los españoles le otorgaron la mayoría absoluta y para encubrir, cuando no traicionar, sus principios, sus valores, sus promesas electorales y hasta su propia esencia. En ese pasteleo Rajoy ha conseguido lo que Alfonso Guerra anunció que iba a hacer con España, pero en versión paternal: al PP no sé la madre que lo parió, pero desde luego que no lo conoce ni el padre que lo refundó, Aznar, que se ha tenido que hacer la pregunta de los diez millones.
Pero Aznar ha errado en la dirección de tiro de su pregunta. Eso de que si el PP quiere ganar las elecciones no tenía que habérselo preguntado a una Convención tan poco convencida de su triunfo, sino a directamente al padre de la muchacha, a Arriola. La pregunta no es "¿Quiere el PP ganar las elecciones?", sino "¿Quiere Arriola que el PP gane las elecciones?". Y quien dice Arriola dice el propio Rajoy. Aznar tenía que haberse hecho en voz alta otra pregunta:
"¿Por qué leches mi dedo señaló como sucesor a Rajoy, a este tío tan blandengue que está consiguiendo que el PP no se parezca nada al PP, en vez de poner a Mayor Oreja, que no habría cambiado la mano dura con la ETA, que no habría hecho lo del aborto, que no se habría avergonzado de ser de derechas y que tendría contentísimos a todos esos votantes que ahora se nos están yendo a paletadas y como suicidas a Vox y a Ciudadanos?".
Y como en la política nacional Andalucía ha sido siempre un banco de pruebas y un criadero de conejillos de Indias en forma de votantes, encuentro a orillas del Guadalquivir la respuesta a la pregunta de si el PP quiere ganar las elecciones, aplicada a las autonómicas que puede que mañana mismo convoque esa Susana Díaz que está esperando un churumbel para julio. Si el PP quisiera ganar las elecciones en Andalucía, habría hecho cualquier cosa menos que el dedo de Rajoy hubiera puesto como candidato a un pobre señor muy bien intencionado, aparatisqui del partido, al que no conoce absolutamente nadie y traído desde Madrid. Teniendo ahí a Esperanza Oña, que es la única que sin avergonzarse de ser de derechas y sin renunciar a nada del programa le podría dar la réplica contundente a la Señora Ere, a la futura mamá de ese niño que le va a traer bajo el brazo una mayoría en las urnas que la harán presidenta de la Junta de Susanería, y a la que no hay preguntarle si quiere ganar las elecciones. Porque no tiene detrás a un Arriola ni delante a un acreditado confitero que sabe Dios si no ha pasteleado con el PSOE no hacerle daño al Régimen Andaluz.
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