ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC, 25  de febrero de 2015                 
                  
 
Espartaco y Dávila
 
A los toros les pasa como a la Semana Santa. No tiene el menor mérito escribir de Semana Santa es ahora, cuando el primer incienso del Vía Crucis del Señor de la Humildad y Paciencia, como un naranjo en flor anticipado, nos ha anunciado que cuando nos demos cuenta estamos estrenando manos para tocarle las palmas al Domingo que abre los días del gozo. Ahora no tiene mérito alguno escribir de Semana Santa. Cuando lo tiene es en pleno mes de agosto, cuando estás en la playa y pasa el marisquero pregonando que lleva las bocas de la Isla, los camarones, las cañaíllas, los burgaíllos y los cangrejos moros. Y con los toros ocurre lo mismo. Y cuando ya se ha recogido la última cofradía y la plaza de Sevilla estrena albero nuevo de Alcalá en la resurrección anual de la primavera, escribir de toros no tiene mérito alguno. ¿De qué vas a escribir tras escucharle el pasodoble "Cielo Andaluz" a la Banda de Tejera en esa caja de resonancia que es la bóveda de la Sombra Alta en la plaza del Arenal, sino de toros, joé?

Por eso tiene mérito escribir de toros ahora, en plena Cuaresma, cuando ha habido quien ha querido echarle la cruz, la cruz con ceniza de osario y crematorio, a la afición de Sevilla. Como si fuera aquella Quinta Columna que iban buscando por el Madrid rojo los pistoleros asesinos de la siniestra Brigada del Amanecer de García Atadell, dice la gente del toro que los verdaderos enemigos de la Fiesta están dentro. Y que entre todos la mataron y ella sola se murió, sin necesidad de que las tetarras de Femen enseñen los pechos manchados con pintura roja a modo de sangre de toro para protestar, ni que los antitaurinos nos llamen asesinos a los que vamos a la plaza (cosa que por cierto no he escuchado aún que les digan a los de la ETA o a los islamistas que se hartan de matar cristianos en tierras del moro). Todo el toreo busca esa Quinta Columna que tiene dentro, a modo de caballo (de picar) de Troya. Y nadie señala, en cambio, que el toreo también tiene dentro a sus salvadores. Frente a tanta mentira, a tantos que tienen el dinero como medida de todas las cosas y no sienten afición alguna, yo me voy ahora mismo a la calle Sierpes, a Casa Maquedano, y me compro un sombrero flexible y de alas gachas, como el que usaba Juan Belmonte para esconder sus ojos tímidos y no tener que saludar a nadie por la calle. Me compro un sombrero para tirárselo a dos grandes defensores que, enemigos interiores aparte, tiene el toreo dentro: Juan Antonio Ruiz "Espartaco" y Eduardo Dávila Miura.

Manda cajones (cajones de embarcar corridas, claro) que las esperanzas de los aficionados ante la temporada de Sevilla estén ahora mismito depositadas en un señor torero de 53 años y 36 de alternativa, como Espartaco, y en otro no menos señor de 41 años y 18 de alternativa, como Dávila Miura. Como si fueran dos chavales que acaban de triunfar en las novilladas de Arnedo, han pegado el zapatillazo de oro de poner encima de la mesa lo que falta en la Fiesta: la vieja vergüenza torera. Claro, si en España ya no hay vergüenza (y en sus políticos menos todavía), ¿cómo se la vamos a exigir a los toreros? No sé si es un gesto o una gesta, o simplemente gusto, gusto por servir las tradiciones nuestras, sin reparar en gastos ni en dineros, lo de estos dos señores que, hoy por hoy, han salvado al toreo según Sevilla, en los únicos que podemos tener puestas todas nuestras complacencias. Espartaco resucita un Domingo de Resurrección que estaba muerto y Dávila Miura mata los miuras.

A ninguno de los dos, además, les hace falta volver. Arriesgan mucho más que los que vienen, porque ambos son lo que fueron. No son de esos que vuelven porque están asfixiados, tiesos, a dos velas de corniveleto, sin que nadie además les haya pedido que vuelvan. "Volver a ser lo que fuimos", canta el himno de Andalucía. En el toreo ese verso es hoy por hoy un imposible que Juan Antonio y Eduardo quieren desmentir con su vergüenza torera. A ver si de paso desmienten también al Guerra, y es verdad que lo que no puede ser, sí puede ser, y además muchas veces hasta es posible. Siempre que haya vergüenza, claro...

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