ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla, 26  de febrero de 2015                 
                  
 
Epístola a José Ramón
 
La última vez que me lo encontré fue en la calle Sagasta, delante de los escaparates de Torner, el relojero oficial de la ciudad. De medir el tiempo se trataba. Del tiempo de la Epístola Moral que muere en nuestros brazos cada día, como el Cristo de la Misericordia en los de la Piedad del Baratillo. Iba con Ceci su mujer, con sus hijos y nietos. Alegre y contento. Vestido como de función principal de quinario. Sus compañeros de curso de Portaceli me habían dicho que llevaba ya en la cara la papeleta de sitio del último tramo de La Canina. Pero yo no se la vi, por esa alegría de vísperas de Semana Santa cuando me dijo, con la luz llena de vida de la Plaza del Salvador al fondo y sus naranjos en flor:-

-- Aquí que vamos con mi nieta, que va a jurar las reglas como hermana de Pasión...

Era un señor del Señor. Sevilla está llena de estos señores del Señor. Los señores del Señor de Pasión. Los señores del Señor de San Lorenzo. Y fiel a ese esquema, era un sevillano clásico, hondo, con un serio sentido del humor. Sevillista. De los que hablaban de Arza y de Araujo cuando juntos pasábamos tantos fríos del amanecer en el andén del Ayuntamiento esperando el autobús de Portaceli, cuya matrícula me gustaba recordarle: SE-21818. Las rascas de amaneceres de la espera con aquellos pantalones tan cortos y los muslos desnudos nos parecían todavía muy cercanas cada vez que nos veíamos. Era de esos amigos que aunque haga años que no los has visto, al encontrártelos parece que has estado de charlita con ellos ayer mismo por la mañana.

Juntos habíamos escuchado en muchas misas de la Cuaresma en el colegio a Don Antonio Pantión tocar en el armónium de la capilla su "Jesús de las Penas". Juntos habíamos ido a la Capilla Real la mañana en que Rogelio Gómez Trifón nos reveló lo que había descubierto en el Cabildo de Toma de Horas: que sobre la urna de San Fernando campeaba el escudo del Betis. Y allá que fuimos los tres amigos, los dos béticos y el sevillista, quien tuvo que aguantar la guasa de que ambos verderones le señaláramos cómo los dos argénteos ángeles que labró Juan Laureano de Pina sostenían la espada, el cetro y la corona, formando el triángulo glorioso de las trece barras. Y fue entonces cuando nos dio una suprema lección de señorío, de sevillanía y de sevillismo. Cuando tras haber tragado quina y aguantado con suma elegancia la carga contra la palangana de Pilatos, nos dijo:

--Bueno, ¿habéis terminado ya, no? Pues no me extraña lo que decís. Mucho antes de que me enseñárais que sobre la urna está vuestro escudo, yo ya sabía que San Fernando era bético. Os podíais haber ahorrado la explicación. Si San Fernando nació en Zamora y se vino de emigrante a Sevilla, ¿de que iba a ser, sino del Betis? Si San Fernando hubiera nacido en Sevilla, hubiese sido sevillista. Pero tenia que afirmar su sevillanía, como el gallego o el soriano que llegan a Sevilla y se hacen béticos. A nosotros no nos hace falta alardear de Sevilla porque llevamos el nombre de Sevilla...

José Ramón Fernández Suárez lo llevaba en los labios. Hasta cuando nos íbamos juntos a Cádiz, a disfrutar con nuestro coro de La Viña. Y estaba la batea en la Plaza cantando tangos, con su amigo Perico el Melu arriba en la cuerda de bajos, y si nos colocábamos detrás, en el trascor, me decía junto a Macarty y al Bolea:

-- ¿No te recuerda esto la trasera de un palio? Nada más que falta el tío de la escalera.

Señor del Banco del Bilbao con mando en plaza principal de Sevilla, fue en el patio de operaciones de la calle Granada donde me llevó hasta el que vendía lotería y me lo presentó:

-- ¿Tú no conoces al Balilla? Este señor al que le vas a comprar ahora mismo un décimo es Ricardo Gordillo, El Balilla. Este señor es el que dijo lo de "¡Al Cielo con Ella" cuando llevaba el palio de la Virgen de las Angustias con Salvador El Penitente por delante de los Juzgados...

Y así gracias a José Ramón conocí la historia de "Al Cielo con Ella", que allí me contó El Balilla. Y así conocí con él muchos secretos señoríos de la ciudad. Y así encontramos juntos en Cádiz las semejanzas entre las dos ciudades hijas de Hércules. Y así ahora, José Ramón Fernández Suárez, ya que estás en el eterno Jueves Santo junto a tu Señor de Pasión, te digo que tiene razón la Epístola Moral: el tiempo muere un poco cada día en nuestros brazos, porque parece que aún estamos los dos en la Plaza Nueva esperando el autobús de Portaceli.

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