ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla, 10 de marzo de 2015                 
                                
 

 

Juan Carrasquilla, con el P. Huelin, haciendo de árbitro en un partido en Portaceli

Adiós, Carrasquilla

En cierto club náutico andaluz trabajaba como marinero un viejo hombre de mar, a disposición de los socios que requiriesen sus servicios para cuidar sus atracadas embarcaciones de recreo o ir en ellas de tripulante si se terciare. Aseguran que este hombre se llamaba Carrasquilla, y he escuchado cien veces referir la historia que orgulloso contaba, tan falsa como hermosa.

Sabrán que tras las elecciones municipales del 14 de abril de 1931 que trajeron la II República, el Rey Don Alfonso XIII renunció al Trono y tras dejar escrito el manifiesto "Al País" que habría de publicar ABC en primera página como la más impresionante declaración de amor a España y a la democracia, aquella misma noche abandonó Palacio y al volante de su auto Duesenberg tomó la carretera de Cartagena, donde le esperaba el buque de la Armada que habría de llevarle al destierro. La discreta comitiva real llegó al Arsenal de una Cartagena de calles desiertas a las 4 de la mañana. Una compañía de Infantería de Marina, desplegada, guardaba entrada del Arsenal e impedía el acceso a los paisanos. El capitán general del Departamento, almirante Magaz; el gobernador militar de Cartagena, general Zubillaga, y el comandante general del Arsenal, Ángel Cervera, recibieron al Rey en el muelle. Tras una breve charla, el Rey subió a bordo del buque "Príncipe Alfonso", que zarpó a las 5 y cuarto de la mañana. Los marinos de nuestra Armada despidieron desde tierra a Su Majestad al grito de "¡Viva el Rey!", que Don Alfonso contestó con un emocionado "¡Viva España!".

Hasta aquí la Historia. Pero a quien lo quisiera oír en el Náutico, Carrasquilla la contaba de otra forma. Decía que él estaba en 1931 de marinero de reemplazo en Cartagena. Y que él fue quien se encargó en el muelle de soltar de su noray la última amarra de atraque del "Príncipe Alfonso". Y que el Rey estaba solo en la popa. Y que cuando el barco empezó a navegar, sus palabras no fueron las que refiere la Historia, sino de las que Carrasquilla se enorgullecía:

-- Y cuando yo solté amarras y el buque zarpó, el Rey, cuadrándose militarmente, dijo con lágrimas en los ojos: "¡Adiós, España!". Pero como me conocía de cuando yo estuve enrolado en el "Giralda", cuando se dio cuenta de que era yo el que había soltado el calabrote, añadió: "¡Adiós, Carrasquilla!".

Cada vez que me han contado el embuste histórico de aquel Carrasquilla me he acordado de nuestro Carrasquilla. Que no era hombre de mar. En todo caso, marinero del mar de la zozobrante quilla de la barquilla del himno de Portaceli. Porque al oír la historia del fantasioso Carrasquilla en Cartagena, con su apellido yo siempre me he acordado de nuestro fiel, leal, noble y más que servicial Carrasquilla de Portaceli. Sí, Juan Carrasquilla, que alcanzò a conocer los tiempos de los internos durmiendo en Villasís y yendo a clase a Portaceli en el autobús que conducía Antonio el Chófer. Con más utilidades que una navaja suiza, Carrasquilla hacía de todo. Era un hombre-orquesta en Portaceli, que lo mismo inflaba los balones del recreo que arreglaba una cisterna rota en lugares mayores del Tercer Pabellón. Iba de vigilante en el autobús y ayudaba a Pepe el Gordo en la Administración o a los Jadraque en Secretaría. O se ponía de portero y atendía el teléfono. Carrasquilla, el leal Carrasquilla, tan fiel a la Compañía de Jesús como el marinero del Náutico a su Rey, en aquel colegio de tanto estilo y elegancia, de tantos grandes apellidos, empezando por el rector Alarcón de la Lastra, era como esos criados de casa bien que lo mismo sirven la mesa que hacen de jardineros o de mecánicos. Desde la Asociación de Antiguos Alumnos me dicen que ha muerto nuestro Carrasquilla: "Don Juan Carrasquilla y Machuca", como lo cito ahora en este gorigori a modo de póstuma proclamación de dignidades de un colegio donde era Príncipe del servicio a la Comunidad y a los alumnos. Carrasquilla ya descansa bajo el manto sagrado de su tierra alrafaeña, en Benacazón. Y en esta mar del mundo que surca mi barquilla, yo ahora tomo la voz de agradecimiento de tantas promociones de antiguos alumnos, y digo, como un rey destronado de su adolescencia en aquel Albero que nos separaba de Los Gratuitos: "¡Adiós, España de Portaceli! ¡Adiós, Carrasquilla!".

 

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