ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla, 4 de mayo de 2015                 
                                
 

Muy Ruidosa Ciudad

En ese Santoral Laico de la ONU donde hay jornadas dedicadas a lo más inverosímil, se acaba de celebrar el Día Mundial contra el Ruido. Eso será por ahí lejos, por los países nórdicos, por Centroeuropa, por ciudades como Viena, Zurich o Francfort, donde estás en la bulla de la cola de la parada del tranvía y hay un silencio tal que te parece que está pasando la Cofradía de los Primitivos Nazarenos de Sevilla. Eso de celebrar el Día Mundial contra el Ruido será por ahí, porque aquí en Sevilla todos los días del año yo soy feliz con mi gente celebrando el Día del Ruido: la ciudad del mundo donde la gente chilla más, habla más alto y más ruido hay por la calle.

Esto, que sabíamos a ojo de buen cubero, lo acaba de demostrar con datos una compañía que tiene por toda Sevilla tiendas donde venden lo que aquí hace más falta: audífonos. Aquí la gente se queda sorda como una tapia por tanta exposición al ruido. Esta empresa (donde por cierto vas y te hacen gratis una prueba de oído, a ver si estás ya teniente o todavía sargento) ha hecho el Mapa del Ruido de Sevilla. Que es como el Programa de las Cofradías de ABC, pero con la carrera oficial del ruido, medido muy científicamente en decibelios. Han recorrido Sevilla con el chisme de los decibelios y han ido por la Ronda, por Eduardo Dato, por La Buhaira o por la estación de Santa Justa. Yo no sé cómo en la acera de los impares de La Buhaira no se le fundieron los plomos al aparato, pues me dice una lectora que aquello, aunque no ha sido declarado por el Ayuntamiento como Zona Saturada de Ruidos, no hay oído que lo resista. Ese estudio que comento dice que en esos sitios de Sevilla se pueden alcanzar durante el día en las horas de más tráfico hasta 75 decibelios, ¡tela!, que se ven superados por los que produce un hijoputa montado en un ruido, o sea, una moto en aceleración: 85 decibelios. O por el claxon de un coche, 110 decibelios; o unas obras en la calle, 100; o la sirena de una ambulancia sonando innecesariamente camino del Virgen del Rocío, que son 107. Niveles todos que dicen los de los audífonos que pisan la raya de picadores de lo que puede soportar el oído humano sin quedarse como Beethoven, el Divino Sordo. Dicen que Sevilla es tan ruidosa por el buen tiempo. Que por eso en esas ciudades centroerupeas que he citado hay tanto silencio callejero, porque como hace tan mal tiempo, la gente va por la calle como fastidiada, malhumorada y calladita.

¿Y los restaurantes de Sevilla? ¿Por qué no han metido estos señores el aparato de medir ruidos en los restaurantes? Sevilla tiene los restaurantes más ruidosos del mundo. Donde no se puede hablar. Donde si en la mesa de al lado gritan, tú tienes que chillar más todavía en la tuya si quieres que la señora que está sentada frente a ti se entere de lo que quieres decirle. ¿Y esos salones de bodas, dónde me los dejan? No hablo ya al final de la cena, cuando se abre la barra libre y el disyoqui pone la música tela de fuerte. Hablo de cuando el amigo del novio pasa con la caja de puros, que no hay quien oiga nada:

-- ¿Cómo dice usted?

-- ¡Que muchas graaaaacias, que no fumo puuuuuros!

¿Conocen la insonorización los decoradores de interiores o no saben que existe? ¿O la culpa no es de los locales, sino de la clientela, que chilla tanto? ¿Y en las bodas? ¿Cuántos decibelios hay en el salón de esa Hacienda de Eventos en la que usted está pensando? Aquí en Sevilla el ruido trae sin cuidado. Ya ven lo que les pasa a esos vecinos del Conservatorio, que no les echan ni cuenta en su protesta contra el ruido, aun con sentencia favorable. Tomamos al ruido como algo típico. Aquí en Sevilla hay muchas academias para aprender inglés, ¡no? Pues como decía mi recordado Eduardo Osborne, en Sevilla tendrían que poner academias para aprender a hablar bajito. Porque ese es un idioma europeo que aquí no hablamos. Ni comprendemos. Ni queremos comprender.

 

 

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