ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC, 30 de mayo de 2015                 
                                
 

Adiós, Niño Castelo

Como era el tratamiento que nos dábamos, porque creíamos con Rilke que la verdadera patria del hombre es su infancia, así, querido José Miguel Santiago Castelo, te titulo este gorigori escrito con mucho dolor en la cal de mis huesos, como la que enjalbegaba las blancas casas de tu natal Granja de Torrehermosa: "Adiós, Niño". Ni excelentísimo señor director de la Real Academia de Extremadura; ni poeta autor del "Quilombo" de estar tan cerca de la orilla cubana de tu tierra en "La huella del aire" de tu buen son lírico; ni subdirector de ABC, ni nada: Niño. Así nos llamaban en ABC a los alumnos en prácticas cuando llegábamos: el Niño Burgos, el Niño Castelo... Así que, adiós, eterno Niño poeta de aquel pueblo tuyo que yo veía desde un cercano Guadalcanal cuando subía con la bicicleta, siempre niños de la misma manera que fuimos siempre novios de nuestros amores, a la Cruz del Puerto, ante la que se abría la enorme llanura de tu Extremadura, que te llevaste a Madrid, con tu elegancia, como asomándose siempre, cual un pañuelo de seda, por el filito del bolsillo de pecho de tu impecable terno de medida. ¿No decían antes de los ricos hacendados que "media Extremadura es suya"? Pues media Extremadura literaria era tuya, Niño. En tus libros de poemas podíamos encontrar no sólo tus escrituras de propiedad, sino hasta tus ejecutorias de heredero de los mejores linajes de aquella tierra tuya: de Gabriel y Galán, de Luis Chamizo, de Delgado Valhondo... Eras, Niño, de aquella tierra donde a España le nacieron los conquistadores. Lo que pasa es que otros extremeños se iban a conquistar América y tú te fuiste a conquistar algo más difícil y peligroso: las Indias literarias de Madrid

"...y ABC". Te digo ahora, Niño, como lo de Sevilla en el poema de tu admirado Manuel Machado sobre AndalucÍa:"...y ABC". ¿Para qué hacía falta en la Redacción de ABC un Libro de Estilo? Tú eras, Niño, un andante ejemplo, sin más libro que los tuyos de poemas, del estilo de ABC. Tú, Niño, encarnabas el espíritu liberal y literario de esta Casa a la que entregaste tu vida y de la que eras símbolo vivo. Te sabías de memoria la Colección, como los viejos de las Tres Letras llamamos a la hemeroteca. Y si hubieras estado en este ABC de Sevilla al que tanto te gustaba venir para presidir el jurado del premio Romero Murube, seguro que El Chupa, el viejo telefonista, te hubiera dicho en la calle Serrano lo que a mí en la calle Cardenal Ilundain:

-- Señor Castelo, se pasa usted aquí más horas que el retrato de Don Torcuato.

Porque eras, Niño, el retrato viviente de ABC. Ay, tu liberalismo, defendiendo poetas rojos y poetisas cubanas perseguidas y olvidadas por la dictadura de Castro, en nuestra querida Habana, que para nosotros seguía siendo colonial y cercana. Ay, Niño, tu fidelidad a la Corona, aquellas tus crónicas mallorquinas de los veraneos de la Real Familia, con tanto sabor a un viejo San Sebastián de la Restauración, que las leías y por dentro te sonaban los pífanos de los alabarderos de Don Alfonso XIII, desde tu lealtad a Don Juan de Borbón. Ay, Niño, tu amor a esa Patria a la que le habías puesto el nombre de tu Extremadura o el de los poetas y escritores de esta Casa ahora intencionadamente ignorados, como Agustín de Foxá, como José María Pemán, como Manuel Halcón.

Y como Rafael de León: "Tío Rafael de León·. Los dos, Niño, nos habíamos hecho sobrinos honorarios de Tío Rafael de León, cuya obra, coplera o poemática, te conocías como la palma de tu mano de caballero de la mano en el pecho. A Rafael de León siempre lo citábamos como Tío Rafael, y ya sabíamos qué ojos verdes, qué amor secreto, qué rayo de plata sobre los veleros teníamos que poner en el horizonte lírico que tantos durante tanto tiempo despreciaron. Y cuando hablábamos de España, y de nuestro Rey, y de ese concepto clásico de la poesía y de la literatura, y del espíritu liberal de ABC, aún oigo tu risa, Niño, al citarte yo aquel verso de una copla de Tío Rafael: "De las de peina y volantes, ¡qué pocas vamos quedando!". Eso vuelvo a decirte ahora, Niño. Y con todo el dolor en la cal de mis huesos, en los que se me están clavando como dos puñales las dos manecillas del reloj que me ha traído la triste hora de tu muerte presentida. Porque me imagino que ya le habrás dicho en persona a Tío Rafael y a su voz con corona, que de las de peina y volantes, en efecto, tan pocas estamos quedando que, ido tú, Niño, me dejas más solo aún de lo que dijiste en un poema: "Dejo a mi voz que pasee/su soledad por la calle".

 

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