ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla, 27 de junio de 2015                 
                                
 

Lágrimas por Sevilla

Decíamos ayer que esta Sevilla novelera que está encantada con que el Papa Don Francisco nos deje sin Luna del Parasceve presume de ser ciudad fiel a sus tradiciones. Luna que no sólo inspiró a poetastros cofradieros de boletín de la hermandad y pregoneros de peñas béticas, sino a Luis Cernuda. Anoten entre los mejores poemas de Semana Santa, junto a "El rito y la regla" de Montesinos, a Cernuda. En "Desolación de la quimera" está el "Díptico español", cuya segunda parte, "Luna llena en Semana Santa", merece ser divulgada: "Denso, suave, el aire/orea tantas callejas,/ plazuelas, cuya alma/es la flor del naranjo./Resuenan cerca, lejos,/ clarines masculinos/aquí, allí la flauta/y oboes femeninos./Mágica por el cielo/la luna fulge, llena./Luna de Parasceve./Azahar, luna, música". ¿Cómo se le queda a usted el cuerpo después de leer esto en Cernuda? ¿Era rancio el tío o no era rancio, que se acordaba desde su lejanía de México de los clarines de la Caballería delante del terciopelo azul Carretería?

Hasta al Consejo de Cofradías le trae sin cuidado que Don Francisco acabe con la Luna del Parasceve. ¿Sevilla tradicional y conservadora? ¡Antier! Que Sevilla defienda sus tradiciones es un embuste como su Catedral de grande. Las defienden algunos sevillanos, a quienes la ideología siempre dominante de la novelería (a la que ahora llaman modernidad y progresismo) insultar suele y calificar de rancios y carcas.

Ya que han sonado los clarines de Caballería en el poema de Cernuda, recordar quiero a esos clarines, los del Regimiento Sagunto 7, que guarnecía Sevilla en el actualmente abandonado Cuartel de las Cigüeñas de Pineda, que cada noche, amanecer y mediodía del día de San Pedro, que entonces era fiesta, subían hasta el montesinesco cuerpo de campanas de la Giralda para tocar las Lágrimas. Era una tradición de la Catedral que, como tantas, defendía el heredero de Muñoz y Pavón en estas cuestiones: el muy monárquico capellán real, canónigo y director de la Real Academia Sevillana de Buenas Letras don José Sebastián Bandarán. Murió Bandarán y como los más noveleros de Sevilla son los canónigos (tanto, que convirtieron la Catedral en un pabellón turístico cuando la Expo y aún no lo han desmontado), las Lagrimas de San Pedro se fueron a tomar por saco. Nunca se tocaron más.

Hace casi cuarenta años conté esta historia en un "Sevilla al día", título de estos artículos que los sevillanos bautizaron como "El recuadro de Burgos". Y hubo un capellán real y un tabernero que recogieron aquella nostalgia, aquel deseo de recuperar las perdidas Lágrimas de San Pedro. El capellán era el de la plaza de los toros, el recordado Padre Estudillo. El tabernero, el excelentísimo señor don Rogelio Gómez, flor de Toranzo y flor del Baratillo. Quien buscó a la Banda del Sol, a la que el Padre Estudillo le tarareó la melodía de los clarines de las Lágrimas, que aún la recordaba: "Tará, tará, tarí, tará, tarará". La aprendieron al momento. Pidieron al Cabildo Catedral que dejaran subir a los chavales clarineros a tocar las Lágimas. Nanai. Lo lograron sólo insistiendo mucho. Tras varios años de ruegos. Hace ahora treinta. A las 12 de la noche del 29 de junio de 1986, la Banda del Sol de Eusebio Alvarez-Ossorio y Rojas-Marcos subió las rampas de la Giralda y por las cuatro caras de la torre, a los cuatro vientos, seis chavales volvieron a tocar los clarines de la Maestranza a lo divino que anunciaban a Sevilla que salía al ruedo el toro del verano. Aquellos seis clarineros eran Pedro Manuel Pacheco Palomo, Gerardo Martínez Rogerio, Raúl Esmerado Rondán, Pedro Jiménez Dobarganes, Pedro Moreno Cruzado y Valentín Bejarano Luengo. Estos seis seises del clarín volverán a subir mañana noche a las 12 a la Giralda, a tocar las Lágrimas con la misma ilusión sevillana de aquella primera vez. No se lo comenten a nadie y que esto no salga de la Puertalarená, pero el bruñido metal de sus clarines me ha dicho que San Pedro no llora por lo del gallo del escudo de la hermandad del Cristo de Burgos. Llora por esta Sevilla que presume de tradicional y que si no llega a ser por el cura y el tabernero, que suena a Quijote, habría perdido las Lágrimas de San Pedro. Y lo peor es que no habría pasado ab-so-lu-ta-me-nte nada.

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