ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla, 29 de octubre de 2015                 
                                
 

Calles sin franquicias

"A ver, niños: que levante la mano los que crean que a Sevilla, a esta Vieja Dama, le sienta el otoño mucho mejor que ninguna otra estación". Y toda la clase levanta la mano. Menos un niño. ¿Por qué no levantará la mano este puñetero niño?

-- Profe, porque la estación que mejor le sienta a Sevilla es la de Santa Justa cuando vive uno fuera y se llega a ella de vuelta. Como mi padre no ha encontrado trabajo aquí hasta este año, nosotros vivíamos fuera. Y qué alegría llegar a Sevilla, sobre todo cuando veníamos para salir de nazarenos...

Y como ante el Maestro Hércules he sido de los niños viejorros que han levantado la mano, les diré que no hay nada como pasear por las viejas calles peatonales del centro en estos días lluviosos y nublados del otoño, cuando echas en falta el olor a serrín en las tabernas. Y dándome ese paseíto otoñal por la Vieja Dama estaba cuando entré desde El Salvador en la calle Córdoba y me recibieron los rojos sacramentales de la vieja Cerería del Salvador mudada de sitio. Ay, las viejas calles peatonales. Ningún alcalde se puso moños peatonalizándolas. Las peatonalizó Sevilla miasma, con todo el encanto del comercio tradicional y los nombres gremiales de muchas: Escobas, Alfayates, Gallegos, Cedaceros, Monardes, Francos, Chicarreros, Chapineros, Conteros, Alcaicería de la Loza, Lineros, Cerrajería, Dados. Y Alcuceros, que era la calle Córdoba. De vender alcuzas pasaron sus establecimientos a los zapatos. No hay en todo el mundo una ciudad con más zapaterías en menos trecho que la calle Córdoba. Una frente a otra y junto a otra. Cuyos escaparates son como un almanaque de la ciudad. Mirando los escaparates de las zapaterías de la calle Córdoba puedes saber en qué mes del año estamos, según veas babuchas de paño, zapatos de rejilla para salir en el Corpus, sandalias para los nazarenos, zapatos de flamenca para la Feria, cangrejeras para bañarse con ellas puestas en una playa con muchas piedras.

Y pasé ante el pasadizo, más medieval todavía que el comercio de la calle, que lleva al Patio de los Naranjos del Salvador, donde una noche de la primavera descubrí a Rafa Serna como pregonero de vellos de punta. Y pasé ante el puesto de la señora del incienso. Y me iba regodeando en lo hermosa que es esta Sevilla nuestra de siempre, por la que no pasa el tiempo, o crees que no pasa, que es como el espejo de Dorian Grey: el secreto de la eterna juventud de la nostalgia. Y le dije a Isabel:

-- Menos mal que aquí a la calle Córdoba no han llegado las franquicias, que han tomado la calle Tetuán entera y que están desembarcando en Sierpes como los americanos en Playa Omaha. Esas franquicias que hacen iguales todas las calles de todas las ciudades. Estas zapaterías están aquí de toda la vida, y no hay más cambio que la Cerería que ha venido o que la corsetería que se ha mudado a la Plaza del Pan. -

Y con toda la guasa, díjome la Jefa de mi Casa Civil:

-- ¿Que no hay franquicias en la calle Córdoba? Mira ahí a la izquierda...

Y ya no estaba ahí, ay, la tienda del escaparate de las cubanas fresquitas y los trajes de mil rayas. Como no estaba la sonrisa de José Manuel Peña, que a mí siempre me recuerda a los primitivos nazarenos en el compás de San Antonio, junto a los búcaros, en la Madrugada. Donde estaba Peña podía ver el nombre de una franquicia que usa como escudo la bandera de España, a punto de romper aguas. Y en la esquina, donde estaban los viejos tejidos de La Exposición, ya no quedaba más que el azulejo, porque había llegado la franquicia de esos chinos del taco que venden fundas y archiperres para móviles. ¿A que me ponen una franquicia también donde en Cuaresma se planta el maniquí del nazareno de Montesión sin el escudo? Capaces son... ¿Llegará el día que toda Sevilla sea una franquicia y no quede nada del comercio tradicional? Por eso digo de la calle Córdoba como aquello de Belmonte cuando estaba empezando: apresúrate a ver la zapatera calle Córdoba, antigua de Alcuceros, la del olor a cuero de las sandalias de nazareno y a incienso, antes que la maten las franquicias que están acabando con aquella Sevilla de nuestra nostalgia.

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