ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC de Sevilla, 17 de noviembre de 2015                 
                             
 

Joaquín, torero

Si usted escucha nombrar a Joaquín Sánchez Rodríguez, ¿cómo se le queda el cuerpo? Pues como el punto de congelación de Lepe: cero grados, ni frío ni calor. Pero si le quita sus apellidos, le pone el bendito del Glorioso y dice "Joaquín el del Betis", mire usted: los vellitos de punta, evocando tardes de gloria, noches de triunfo, aquella Copa del Rey, aquellos partidos con la selección. Hasta la indignación por la jangá que le jugó uno que vivía en una calle con nombre de jamón del bueno y que se teñía el pelo con botes de kanfort marrón para que le saliera más baratito. Y que como venganza por querer fichar por el Valencia me lo mandó al pobre cedido al Albacete Balompié. Y allá que fue el arte, no sé si con un notario o con un fotógrafo, para demostrarle al malasangre no sólo que Albacete existe (cosa que muchos dudan), sino que Joaquín estuvo allí como quien cumple una pena, penita, pena de destierro.

Es más: a Joaquín hasta se le puede quitar lo de "el del Betis". Es de los artistas que se conocen con su solo nombre. En el toreo, dices Curro y no hace falta añadir Romero. Dices Juan y no necesitas poner Belmonte. En las cofradías, dices Juan Manuel y no hay que añadir Rodríguez Ojeda con verde tinta macarena. Y en el fútbol de arte, dices Joaquín y no hay que añadir "el del Betis". Eso es un pleonasmo. Si es de arte y es de fútbol, Joaquín no hay más que uno. Con el retorno de Joaquín, el Betis ha vuelto al Betis, y usted me entiende perfectamente: Quevedo ha hallado a Roma en Roma.

La otra tarde, gracias a la hospitalidad de un gran señor del toreo, de Juan Antonio Ruiz "Espartaco", una docenita bien despachada de elegidos pudimos constatar que el Currobetis no es un invento de Peris que popularizó Manuel Ramírez. El Currobetis existe y se llama Joaquín. Torea como Curro. Si Joaquín es bueno dando pases de gol, ni te cuento cómo es dando pases de pecho hasta la hombrera contraria para rematar una serie de ensueño con la muleta en la izquierda. Y a Joaquín con el capote ya lo conocen. Ese capote que nadie sabe de dónde sale, como nadie sabía de dónde salía el negro sombrero de alancha de Finidi, y que da verónicas de alhelí cuando nuestro Betis vuelve a ser nuestro Betis y ha habido un barroco rompimiento de gloria en Heliópolis.

La otra tarde, en casa de Espartaco, en la placita de tientas de Maja Vieja, su dehesa de Constantina, yo he visto torear a Joaquín una becerra con el capote y con la muleta y digo que no se puede tener más arte. Me acordé del poema de Manuel Machado: "Antes que un tal poeta,/ mi deseo primero/ hubiera sido ser banderillero". Antes que internacional de la selección, el deseo primero de Joaquín hubiera sido ser figura del toreo como lo es del fútbol. La otra tarde, en casa de Espartaco, en el silencio de la sierra, entre las encinas, su amigo Curro estaba viendo a Joaquín echar la patalante con el capote y rematar con una media romerina. O luego coger la muleta y dar los quince muletazos justos que el arte de la medida exige. Y para mí que Curro se estaba viendo a sí mismo en el espejo del silencio campero de Maja Vieja, porque estaba contemplando, capote en mano o muleta a la izquierda, a ese Joaquín que es la encarnación de la esencia de arte del Currobetis.

Joaquín está harto de torear en tentaderos. Pero no se harta. Tiene la mar de afición. Más que a la mar, a la que le tiene tela. Yo diría que tiene frustrada vocación torera. ¿Lopera, dice usted? Qué Lopera ni Lopera... ¡Chopera! Chopera era el que tenía que haber ido a descubrirlo al Puerto. Quien no ha visto toros en El Puerto no sabe lo que es una tarde de toros, dijo José, y un azulejo proclama su evangelio en aquella plaza que con banderas, grímpolas y gallardetes parece un galeón del toreo navegando engalanado rumbo al Acho limeño. Pero quien no ha visto torear a Joaquín en casa de Espartaco no sabe lo que es el Currobetis de verdad, porque el arte va siempre todo hacia el mismo lado. Gracias, Juan Antonio Ruiz, porque tu señorial hospitalidad torera de ganadero nos permitió contemplar a Joaquín dando aquellos naturales; pases del alma que, vamos, los coge Rubén Castro, los transustancia en goles y nos quita de fatiguitas para toda la temporada...

 

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