ANTONIO BURGOS | EL RECUADRO


 

ABC, 22 de noviembre de 2015                 
                             
 

Un Rey sin Reino

Han tenido que pasar justo el doble de años de los que dice el tango que no es nada, para que en el partido de baloncesto de la Historia de España se iguale el marcador, en números redondos: Dictadura, 40; Monarquía Parlamentaria, 40. Estos 40 años de la proclamación de Don Juan Carlos I como Rey nos dan ahora la verdadera perspectiva sobre la metáfora de aquella imagen con la que acabó TVE su retransmisión en directo del funeral y entierro de Franco desde de la Plaza de Oriente, ay, dolor. Un camión del Ejército de Tierra se llevaba en su batea, como en una mudanza apresurada, camino del Valle de los Caídos, el ataúd que contenía los restos de Franco, amortajado con su uniforme de gala de Generalísimo. No hubo solemne armón de Artillería, ni armas a la funerala. No hubo carroza fúnebre tirada por seis caballos con guadaldrapas negras. Si evocan esta última imagen, comprobarán que Tierno Galván, con su teatral entierro a la funerala, ya en plena democracia traída por Don Juan Carlos, tuvo unas exequias más solemnes que aquel camión de la División Acorazada llevándose el taúd del dictador como una sección de Intendencia va a llevar el rancho en frío a una unidad en maniobras.

Y aunque no lo pensáramos entonces, aquel camión de la Acorazada se llevaba nada menos que la dictadura. Porque estaba allí, con su uniforme militar, quien tal día como hoy, en las que entonces eran Cortes Españolas, una voz con bigotito imperial, con sonido totalmente a Radio Nacional al que sólo le faltaba el "tararí" del cornetín de órdenes y la vibración del ardor guerrero de Fernando Fernández de Córdoba, nos daba el Parte de la Victoria de la Democracia, al proclamar como sucesor de Franco a título de Rey a Don Juan Carlos I. Me engañaría a mi mismo si ahora dijera que todos creíamos aquel día que ya estaba aquí la "Libertad sin Ira, libertad", que cantaba "Jarcha". Lo que estaba aquí era la desconfianza de quienes teníamos puestas todas nuestras complacencias y esperanzas en Estoril; en el yate "Giralda" o en el velero "Saltillo"; del Memento de Vivos del Padre Bandarán en sus misas de la Capilla Real de Sevilla cada 24 de junio "per Regem nostrum Ioannem"; en aquellos números del "Boletín del Consejo Privado del Conde de Barcelona" que repartíamos en la Facultad como los comunistas su "Mundo Obrero". La verdad es que en su proclamación muchos no creímos en Don Juan Carlos como el Rey que habría de devolvernos la Democracia, renunciando a sus poderes. No pensábamos en ninguna de las dos viejas palabras de los debates del Círculo Balmes en la Casa de Pilatos: Restauración o Instauración. Sólo nos constaba la certeza de que España había pasado de ser un Reino sin Rey, como proclamaban las Leyes Fundamentales, a tener un Rey sin Reino, entendida la Institución como la deseaba Don Juan desde Estoril, garantía de las libertades y árbitro de la democracia.

Pero en aquel discurso de Don Juan Carlos en su proclamación estaban las mismas palabras que ansiábamos, por mucho que desconfiáramos. Las de su augusto padre: "Rey de todos los españoles". Lo fue. Se equivocó la paloma de Picasso en el verso de Alberti que cantaba Serrat. Y se equivocó Carrillo, que antes de aceptar la bandera monárquica le había dado el titulo de "Juan Carlos el Breve". Breve, sí... No cayó esa breva. Cayó en España, muy repartido, el gordo de las libertades y la Constitución. En el Palacio de la Carrera de San Jerónimo estaba la simbólica Corona que momentos antes se había encasquetado el sevillano procurador en Cortes Ezequiel Puig Maestro-Amado, comentando al quitársela entre chanzas que pesaba menos que la de Rey Mago de la Cabalgata, de lo que tantas veces había salido como concejal de Madrid. También se equivocó. Aquella Corona de la proclamación del Rey tenía todo el peso de la Historia, de las Libertades, de la Democracia. Nunca le valoraremos a Don Juan Carlos que renunciara a todos los poderes absolutos que recibió de Franco para devolvérselos a "España, todo por España", como le recomendó Don Juan al renunciar a sus derechos históricos y dinásticos.

 

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